Ezequiel se adentra en el sótano. Observé cómo la luz iluminaba su piel, tornándose roja. En ese momento, me di cuenta de que el rostro de Ezequiel no auguraba nada bueno.
“La entrada al infierno ésta en el sótano de mi casa” pensé, definitivamente nada está bien en este lugar.
Arex y yo íbamos a la par, esperando que Ezequiel avanzará un poco más, para poder ver lo que nos aguardaba. Respire hondo y me interné en la luz mortecina. Me quedé paralizada por un instante, al ver el fuego que ardía en el centro de la grieta, era un río incandescente, en la pared de la grieta, había una escalera larguísima, que llegaba hasta el centro de la Tierra, estaba hecha con trozos de madera encendidos y tenía una valla de alambre de púas con dedos y ojos humanos, casi vomito al verlo, el camino hacia abajo formaba inmensas y repetidas zetas.
El olor a azufre se hizo aún más fuerte, mi nariz me picaba casi al grado de sangrar, al parecer Ezequiel tenía el mismo problema, pero Arex parecía estar en su medio ambiente.
—¿Están bien? —pregunté.
—Sí, lo estoy —dijo Ezequiel. Qué se giró para tomar mi mano y ayudarme a bajar las escaleras, pero ninguno de los dos habíamos soltado las espadas, estábamos listos para cuando llegaran nuestros enemigos, no podía evitar sentir un poco de miedo y nervios, ante aquella terrible espera.
Volvimos a andar, apenas habíamos avanzado un par de escalones, cuando se escucharon unas pisadas que escuchaba cada vez que cerraba mis ojos, solté la mano de Ezequiel y me coloqué en posición de ataque, mis dos compañeros hicieron lo mismo.
Estábamos listos para cualquier cosa. Esperamos algunos segundos, que después se convirtieron en minutos, pero nada pasó, nos vimos unos a otros, tratando de entender qué era lo que pasaba en ese lugar maldito. Respiro hondo.
“Creo que la palabra -maldito- encierra todo el enigma” pensé.
—Debemos de tener mucho cuidado, estamos en el infierno, no sabemos que podemos encontrar o que nos puede encontrar a nosotros —susurró Ezequiel.
Seguimos bajando más escalones, parecía no tener final.
En las paredes de la grieta se veían rasguños, uñas y sangre, como si hubieran bajado a cientos de criaturas a la fuerza, mientras estás se aferraban con la vida. Nadie habló y el silencio se prolongó, el imaginar la escena era escalofriante.
En ese momento, me di cuenta que el silencio era más siniestro que los gritos de horror que deberían escucharse. Al menos, ya no había más personas bajando por la grieta, siendo secuestrados por los demonios, quizás por alguna otra entrada si lo estarían haciendo o están planeando algo peor.
—¿Escucharon eso? —cuestionó Arex, se veía algo nervioso, le temblaban las manos y no dejaba de morderse las uñas, casi hasta sus esqueléticos dedos, un par de gotas de sangre escurrían de su boca y dedos, mientras que con la otra mano sostenía amenazante, el cuchillo de carnicero.
—Debes de tranquilizarte o los demonios se darán cuenta, de que estamos aquí —dijo Ezequiel.
—Arex, si no estás seguro de querer venir con nosotros, es mejor que salgas al exterior. Aún estamos cerca de la entrada —dije tratando de sonar amable con el chico asustado que intentaba verse fuerte, pero fallaba en el intento.
—Estoy bien... hum… creo que… No, olvídenlo, no he dicho nada —dijo aún más nervioso que antes.
—Entiendo a lo que te refieres —dijo Ezequiel viendo a Arex.
De repente, se volvieron a escuchar ruidos de uñas rasguñando las paredes, pasos grotescos sobre la madera, respiraciones profundas y gruñidos, volteó a ver hacia todos lados, pero todo estaba completamente solo.
Por un momento, esos ruidos me hicieron recordar el primer enfrentamiento demoníaco, en mi habitación.
—Esto te ayudará a que la oscuridad que quiere dominar tu corazón actué de forma más lenta y puedas saber cuando tu transformación sea completada —dijo Ezequiel, mientras se acercaba al joven con la mano abierta y extendiendo su brazo para acercarse más a Arex. El joven medio demonio extendió su brazo dudando de lo que iba a pasar. Ezequiel le estrechó la mano y una luz resplandeció, iluminando más de lo que deseábamos. Más allá de la escalera y el río incandescente. Eso no era nada bueno y el ruido iba en aumento. Yo no paraba de ver hacia los lados, esperando lo peor.
El joven sonrió. Como si la amargura de su vida hubiera sido devorada por la luz azul que nos había iluminado.
—Arex, ¿eres tú? ¿el viejo Arex? —pregunté, no creyendo lo que lograba ver.
—Sí, soy yo, pequeña Izy —dijo y por un momento pude olvidar que estábamos en el infierno.
Él colocó la mano frente a su rostro a una distancia razonable, para observar que había hecho el ángel. En la palma de la mano tenía un dibujo de un corazón humano, mientras que en su brazo se extendía una serpiente negra de ojos rojos que veía fijamente el corazón.
—Cuando la serpiente devoré el corazón, toda tu humanidad y todo lo que representas habrá desaparecido. Serás un demonio —dijo Ezequiel, sin ninguna expresión en su rostro angelical, pero en sus ojos lograba ver la esperanza que marca a los seres celestiales.