Madre de Izy
El suelo se estremeció.
Lo único que alumbraba en la oscuridad del teatro eran pequeñas velas, que ya estaban por terminarse de consumir con el calor de las llamas. El lugar estaba cálido, aunque afuera no podía asegurarlo. La respiración y el calor humano habían subido notoriamente la temperatura del lugar. Los ruidos que provenían de afuera, eran tétricos. Algunas voces gritaban nuestros nombres y podríamos asegurar que eran las voces de nuestros familiares más amados, pero algo dentro de nosotros nos obligaba a no abrir la puerta. Además, mi hija nos había advertido que todo esto sucedería.
Después de un rato de tratar de ignorar las voces, estás pasaron a ser gritos y alaridos de muerte, tan perturbadores, que podría hacer caer al más valiente. Mi cuerpo vibró por los escalofríos que provocan esos ruidos. Con cada segundo, minuto y hora que pasaban, el rugido del viento y los gritos iban aumentando. En las puertas, los demonios tocaban sin detenerse, parecía que iban a derribar las puertas en cuestión de segundos.
Ya habíamos perdido la cuenta del tiempo que había pasado. La agonía se hacía más fuerte con cada segundo que pasaba. El miedo se había hecho parte de nosotros, pero no por eso nos sentíamos más tranquilos. Pasamos el tiempo meditando, al fin las oraciones fueron escuchadas y la paz llegó al mundo o eso era lo que pensábamos.
—Amor, es hora de irnos. Creo que todo ha terminado, podemos salir. El sol ya está saliendo, los primeros rayos ya están asomándose —dijo mi marido muy emocionado.
—¿Estás seguro? —dije insegura.
—Sí, los aparatos tecnológicos volvieron a funcionar. Revisé una rendija y pude notar que el cielo ya está más claro —dijo alegremente, me tomó de la mano y me ayudó a ponerme en pie.
—Te creo —dije, sin saber qué más decir. Nos encaminamos a la salida.
Las personas todavía estaban sentadas en las butacas y algunos otros en el suelo, al ver que nos encaminamos a la salida, comenzaron a murmurar y algunos otros a gritar que estábamos locos, por querer salir.
Richard corrió hasta el lugar donde estábamos y se atravesó en la puerta, evitando que la abrieramos.
—¿Están locos? ¿qué rayos intentan hacer? —gritó cabreado.
—Richard, escucha, presta atención a los sonidos y date cuenta que todo esto, ya terminó —susurró mi esposo.
—No, eso no es cierto, sólo quieres matarnos —volvió a gritar Richard.
—Quizás tenga razón, amor —dije temiendo que en realidad esto nunca terminaría y si todos salíamos, moriríamos a manos del enemigo.
—Por favor, amor, sabes que estoy diciendo la verdad —susurró casi destruido por mi cambio de posición, pero era algo complicado creer que esto ya había llegado a su final.
Más personas se acercaban al lugar donde estábamos discutiendo. Richard no desaprovechó la ocasión para hacer saber que él era el líder de nuestro grupo, golpeando a mi marido en la mandíbula. Una tremenda disputa se armó entre todas las personas, que estaban en el lugar. Una mujer que no había visto antes, de estar en esta terrible situación, se acercó a mí y me tomó de la mano. No era normal ese gesto, pero tenía que alejarme de ellos o alguien terminaría golpeándome.
La mujer de cabello plateado me guío hasta unas escaleras, que estaban escondida detrás del telón. Subimos por los tablones que estaban pegados a la pared, en cuestión de unos minutos ya estábamos arriba, tratando de abrir la escotilla del techo. El cielo se veía azul oscuro, pero en el horizonte se notaba ligeramente los rayos del sol naciente.
Dentro del teatro se escuchaba aún los gritos de todos, eso me hizo recordar, que había dejado a mi esposo dentro de ahí, con todos esas personas, pero ahora yo podía que había llegado a su final los tres días en la oscuridad. Los ojos se me llenaron de lágrimas, ya necesitaba encontrar a mi hija.
—Gracias, por mostrarme esto —dije a la mujer, pero cuando me giré para verla. Ella ya no estaba, había desaparecido como por arte de magia, no sabía quién era, lo único que recuerdo de ella era su cabello plateado y sus ojos grises. Jamás la he vuelto a ver.
Me acerqué a la escotilla y baje las escaleras con mucho cuidado. Al llegar al final, pude ver que seguía la riña. Me paré en frente del foro y hablé lo más fuerte que pude.
—¡Escuchen todos! —dije, pero nadie volteó a ver. —¡Ya basta! —grité y la mayoría se giró para verme. —Acabo de salir a observar qué está pasando en el exterior y al parecer, al fin ha terminado todo. ¡Es hora de salir a encontrar a nuestros seres queridos, perdidos! —Dije y después susurré —ya quiero encontrar a mi, pequeña Izy.
—Amor, ¿estás bien? —dijo mi marido, abrazándome muy fuerte, mientras me daba un beso en la frente. —Encontraremos a Izy.
—¿Crees que esté bien? —cuestioné.
—Ella es una chica valiente e inteligente, como su madre. Claro que estará bien. Además es fuerte como su padre —dijo y no pude evitar sonreír, ante su afirmación.
—Lo sé, amor.
Las personas aún seguían indecisas, entre abrir la puerta o no. Pero eso no impidió que nos abrieran paso entre la multitud. Todos nos veían con duda y temerosos por lo que íbamos a hacer, pero no podíamos esperar más.