—No me creo que estemos yendo a casa de mis padres —me dijo en voz
baja.
Yo, que miraba por la ventanilla del avión, me aparté un poco para
permitir que se asomara. La veía angustiada, y me apretaba la mano con
mucha fuerza, incluso más que con la historia de la monja.
—Esto va a ser muy divertido —murmuré.
No dijo nada más en lo que quedaba de trayecto. Solo se mordía las uñas
y se recolocaba compulsivamente el mechón de pelo. Quise reírme, pero
pensé que quizá debería preocuparme.
Lo peor no era que nos dirigiéramos a casa de sus padres para pasar la
Navidad con su familia, sino que la mía también nos acompañaría. Al final,
había logrado que mi padre se disculpara conmigo, así pues, no tuve más
remedio que aceptar su estúpida presencia. Mamá, Mike y la abuela
también se habían apuntado; todos ellos irían al día siguiente.
Al parecer, mi querida novia quería presentarme por separado.
Qué raro me resultaba conocer a su familia. Nunca me habían presentado
a los padres de mis novias, y a los que había conocido había sido por pura
casualidad y en circunstancias desfavorables. Primero, porque siempre se había dado en situaciones incómodas; segundo, porque yo no había puesto
mucho de mi parte. Procurar caerle bien a alguien simplemente porque
fuera un familiar de mi pareja no me iba demasiado.
Conocer a la familia de Jen no me ilusionaba especialmente, y menos
después de todo lo que había oído sobre ellos… Pero si para ella era
importante que les cayera bien, les mostraría mis encantos.
Bueno, sí, mejor caerles bien. Al fin y al cabo, tendrían que aguantarme
muuucho tiempo como yerno.
Si a tu novia no le da un infarto antes de llegar, claro.
—¿No se supone que yo debería ser el nervioso? —le pregunté.
Ya frente a la puerta de llegadas, me cogió del brazo justo antes de
cruzarla, después me miró con fijeza. Cualquiera habría dicho que me
preparaba para la experiencia más visceral de mi vida.
—Necesito decirte algo —empezó.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien?
—Sí, no es eso. Es… —Tras una pausa que me pareció eterna, inspiró
profundamente y al fin empezó a hablar—: Tengo que advertirte de algo.
De nuevo, no supe si reírme o preocuparme.
—Muy bien, ¿de qué?
—Mi hermano mayor se cree que tiene la necesidad de espantar a
cualquier chico que se me acerca porque se cree que eso le hace mejor
hermano. No digo que vaya a golpearte, pero va a ser pesado. Muy pesado.
Y es probable que te pise la mano en cuanto hagas un ademán de ponérmela
encima, así que tendremos que mantener las distancias.
Contuve una sonrisa, pues estaba claro que iba en serio.
—Vale.
—Mis otros hermanos son horribles, ¿vale? Son como dos monos
peleándose por una banana. Se pasan el rato metiéndose conmigo de forma
compulsiva, jugando a videojuegos o en su taller. Si se meten contigo, no
dudes en defenderte. No tienen sentimientos, así que no puedes hacerles daño. De hecho, creo que no tienen ni cerebro. Al menos, nunca han dado
señales de tenerlo.
—Jen —intenté cortarla, pasmado—, ¿qué…?
—Y mi hermana mayor va a interrogarte. Mucho. Muchísimo. Va a
empezar a bombardearte con preguntas hasta que respondas sin darte
tiempo a pensar. Es una experta en sacar la verdad a la gente, incluso
cuando no quieren contarla. Así que ten cuidado con ella.
—Vale, pero…
—Por favor, no te creas que soy como ellos —añadió, mirándome con
preocupación—. Es decir, ellos están bien, no es que estén locos…
—Jen…
—… pero en serio que no soy como ellos, ¿vale?
—Lo tendré en cuenta.
Estaba a punto de decir algo más, pero, al parecer, la advertencia no
había llegado a su fin.
—Y mi madre te va a empezar a acosar y a achuchar. Es muy pesada.
Demasiado, diría yo. Pero… ¡no lo hace para molestar! Es su forma de ser,
¿sabes? Así que, si empieza a abrazarte y a llamarte cielo, no te lo tomes a
mal.
—Podré vivir con ello —aseguré.
—Y quizá también te haga muchas preguntas. Se pone muy intensa
cuando quiere. No es tan experta como Shanon, pero tampoco se le da mal.
—Jen…
—Y mi padre es muy…
Con la mano que tenía libre, le levanté el mentón para que me mirara.
Solo entonces detuvo el monólogo.
—Jen, relájate, ¿vale?
—Créeme, ojalá pudiera relajarme.
—Me da igual cómo sean. Son tu familia. Ya me caen bien. —Eso no era
técnicamente cierto, pero si servía para calmarla, bendito fuera—. Venga, a la guerra.
Por lo menos, la vi un poco más animada.
—¿Seguro que no…?
—Jen. —Esa vez, sonó como una advertencia.
—¡Vale!
Y por fin cruzamos la puerta.
Pese a que estaba el doble de nerviosa que yo, dejé que me guiara y nos
sumamos a la gente que se acercaba a saludar sus conocidos. No tardé en
encontrar a los nuestros; parecía que hubieran sacado a Jen de una fábrica
de gente bajita con el pelo y los ojos castaños, la cara algo delgada y la
misma nariz.
Llevaban carteles y hablaban entre sí de forma frenética, casi lograron
que mi querida novia saliera corriendo. Sin embargo y por desgracia suya,
ahí estaba yo para devolverla a su lugar.
—Eh… —se obligó a murmurar—, hola, mamá.
—¡Jennifer, cariño!
Me aparté un paso, pensando que presenciaría el reencuentro del siglo,
pero su madre vino directa hacia mí. Se parecían una barbaridad, solo que
ella tenía el pelo más corto, presentaba los signos propios de la edad y se la
veía mucho más cansada que a Jen.
Una vez plantada frente a mí, me examinó de arriba abajo con sumo
interés, como si me calibrara.
—¡Y tú debes ser Jack! —exclamó al fin—. Venid aquí, cielitos.
Tuve que aceptar su abrazo, y descubrí la cara de Jen detrás de su cabeza.
Cuando yo sonreí, ella enrojeció.
—Mamá, por favor…
—Siempre avergonzándose de mí —se lamentó al tiempo que se
separaba para mirarme—. ¿No te parece que eso está muy feo?
Vaya, por fin tenía la oportunidad de devolverle todas las bromas que me
había hecho junto con mi madre.