Bueno…, era el día de la premier.
Qué asco.
Exclamó el aclamado director.
Estaba en nuestra habitación, la que compartimos durante tres meses, y
me resultaba un poco raro. En principio, solo había entrado para coger mi
camisa —me la estaba abrochando frente al espejo—, pero acabé por
quedarme ahí. ¿En qué momento había dejado de entrar en mi dormitorio?
¿Por qué no lo había pisado desde que me había marchado a Francia?
Mientras intentaba ajustarme la dichosa pajarita que Jen —mira, a la
mierda, la llamaría así— me había obligado a comprarme esa mañana, la
maldita apareció justo detrás de mí. Si no hubiera estado de tan mal humor,
probablemente habría dado un respingo del susto.
Desde nuestra pelea, habíamos adquirido una dinámica un poco… rara.
En algunas ocasiones podíamos hablar de cualquier cosa, y en otras no nos
aguantábamos en absoluto. Broncas monumentales y momentos de
cogernos de la mano y fingir que no había transcurrido un año entero desde
que me había dejado.
Los segundos eran mis favoritos… aunque no lo admitiera. Después de todo, aún le guardaba rencor, y dudaba que desapareciera.
Al menos, en un futuro cercano.
O nunca.
Procedo a reírme.
La sonrisita divertida de Jen me devolvió a la realidad.
—A mí no me hace gracia —protesté.
Jen sonrió todavía más.
—¿Alguien no sabe domar su pajarita?
—Cállate. Sé hacerlo.
—¿Quieres que te ayude?
—¿Podrías ayudarme? —cuestioné, dubitativo.
Ella sonrió con ironía y me rodeó para colocarse frente a mí.
—Aunque no lo parezca, sí. Sé atar pajaritas —aclaró—. Déjame a mí.
Dejé que se acercara y deshiciera el desastre que había armado, y
mientras me ataba el nudo, no pude evitar mirarla.
No hacía mucho que había vuelto, pero habían pasado tantas cosas que
me parecía una eternidad. Nos habíamos peleado, habíamos dormido juntos,
ambos habíamos admitido parte de lo que sentíamos… y ahora habíamos
recuperado la dinámica del año anterior.
Solo que ya no era lo mismo.
Yo no era el mismo, y ella se daba cuenta. Podía fingir que no lo veía,
pero en el fondo lo sabía. Aparté la mirada.
—Listo —dijo en ese momento, y me dio una palmadita en el pecho—.
Mira qué señorito tan bonito.
Todo el tema de la premier había hecho que estuviera pensando en la
película. O en su trama, más bien. Me había arrepentido de muchas cosas,
pero, sobre todo, de esa. ¿En qué momento me había permitido a mí mismo
crear esa imagen distorsionada de Jen, por mucho rencor que le guardara?
¿Cómo la miraría a la cara cuando se enterara? ¿Me perdonaría alguna vez?
Quienes nos conocieran sabrían la verdad: que se trataba de ella. ¿Cómo me perdonaría algo así?
Debía evitar que la viera, ese era mi objetivo. Pero lo cierto es que,
mirándola desde tan cerca, solo se me ocurrió decir una cosa:
—¿Por qué no vienes conmigo?
La había cortado en mitad de una frase, pero de pronto estaba tan
nervioso que no sabía ni de qué me hablaba.
Jen parpadeó, sorprendida. No se esperaba esa propuesta. Y yo tampoco.
—No sé… —empezó.
—Puedes venir. Necesito una pareja. No se me ocurre nadie mejor.
A mí no se me ocurre nadie peor.
Vale, quizá era una idea horrible. Puede que verse a sí misma como la
villana más villana de todas las villanas no fuera el mejor plan de la
historia. Si hubiera pensado más en ello —igual que todas las veces que me
lo habían preguntado— y no tanto en lo mucho que me apetecía estar con
ella, quizá no habría dicho nada.
Pero ahora me importaba un bledo. Solo quería que me acompañara.
Jen, sin embargo, no estuvo de acuerdo. Sonrió con cierto pesar y,
finalmente, apartó la mirada.
—¿Y dejar que el prestigioso director que tengo delante se presente a su
propio estreno con una chica vestida… así? Ya lo veré en la televisión. O
me la descargaré ilegalmente por Internet. Ya me conoces, siempre viviendo
al límite.
Eso último era para que sonriera, pero no me salió. De pronto, mi cargo
de conciencia no me dejaba disfrutar de ese rato a solas con Jen.
Ella debió darse cuenta de que algo iba mal, porque señaló la puerta.
—Venga, deberíamos ir con los demás.
Le hice caso y la seguí, y sé que hablaron, pero desconecté bastante. No
estaba de humor para escuchar a Naya hablar de su vestido; a Will, sobre lo
bien que lucían todos; a Sue con sus quejas ni a Mike, de sus tonterías. No
estaba de humor para nadie. Así que mantuve la mirada clavada en el suelo mientras todo el mundo parloteaba sin cesar.
Quería quedarme en casa. Quería quedarme con Jen, celebrar su
cumpleaños y estar los dos solos y tranquilos, no disfrazarme para fingir
que era otra persona. ¿Por qué había aceptado esa fecha? Joey me había
dicho cuarenta veces que podíamos cambiarla, joder. ¿Por qué no lo había
hecho?
De pronto, Jen se tensó. Seguí su mirada con curiosidad, y ahí encontré a
mi madre y a mi abuela. Mi padre fue el último en entrar, e intercambiamos
una mirada poco amigable.
Si tan solo me hubieran permitido no invitarlo…
—¡Jenna! —chilló mamá, sorprendida.
Ah, sí, quizá se me había pasado por alto decirles que había vuelto.
La verdad es que no hablaba mucho con ninguno de ellos. Con mamá no
hablaba desde la última discusión, y con la abuela, desde el día que nos
encontramos en el pasillo. Con papá había perdido la cuenta, pero me
importaba un bledo.
Por suerte, mi familia era experta en fingir con tal de ahorrarse una
escenita ante la otra gente, así que mamá recuperó la compostura enseguida.
—¡Jenna! No sabía que… Oh, vaya. —Me dirigió una sonrisa fugaz, y
casi puse los ojos en blanco—. ¡Me alegro mucho de volver a verte!
—Y yo de veros a vosotras —dijo Jen, mirándolas a ella y a mi abuela.
Después abrazó a mamá.
El hecho de que no incluyera a mi padre de forma tan palpable hizo que
yo sonriera al afectado. Él me dedicó una mirada de indiferencia, pero sabía
que no le había gustado en absoluto; de hecho, estaba tenso desde que había
entrado.
—¿Has vuelto para enderezar a este cenutrio? —espetó la abuela,
señalándome—. Ya era hora de que alguien le hiciera comportarse.
Bueno, si alguien no tenía vergüenza, esa era ella.
Lástima que yo sí que la tuviera.