Contemplé el plato que tenía delante sin demasiado apetito. A mi alrededor,
mi familia continuaba hablando con Jen. La abuela miraba a mamá
indicándole que dejara de beber, esta se llenaba copas una tras otra, Mike
comía sin interrupción y mi novia fingía no darse cuenta de nada.
Menuda Nochebuena de mierda.
Por si todo aquello no bastara, Jen y yo apenas nos hablábamos. Al salir
de la clínica, nuestra relación no había hecho más que mejorar, pero a partir
de una de mis primeras entrevistas todo cambió. El presentador me presionó
hasta sonsacarme que Vivian me había visitado en la clínica, y decidí
contarle a Jen que nos habíamos acostado. No se lo tomó muy bien, igual
que yo no me tomé muy bien que ella se escapara con mi coche para ir a
rescatar a su amiga de su exnovio.
Según como lo mires, es un empate a uno.
¿A quién coño le parecía una buena idea? No solo había ido a por su
amiga, sino que había escogido a Mike y Sue como acompañantes. ¿En qué
mundo podía acabar bien? Menos mal que sus padres habían aparecido y
los habían ayudado. Si no, vete a saber cómo habría terminado. Tenía mis
motivos para estar enfadado.
Ella también tiene los suyos.
Bueno… Pero ¡yo tenía un poco más!
Y no solo me molestaba lo de la aventura, también las pullitas. No
recordaba un solo momento de nuestra relación en el que hubiéramos tenido
tantos frentes abiertos. Ella se tomaba fatal que yo opinara de su carrera, y
yo no soportaba que ella opinara de la mía. Sentía que ella no se tomaba en
serio que yo fuera director, y yo era incapaz de encontrarle utilidad a su
carrera. Era una mala combinación.
Al final, todo aquello formaba una pequeña pirámide de problemas que
no dejaban de aumentar. Y, con ello, se intensificaban mis ganas de lanzar
uno de los platos a la pared de la casa del lago, que era donde nos
encontrábamos en ese momento. Me contuve porque sabía que solo
empeoraría las cosas.
Aun así, no dejaba de mirar a mi madre, más borracha a cada minuto que
pasaba. Jen y yo habíamos ido a pasar la Navidad con ella, Mike y la
abuela. La cosa estaba… tensa, la verdad. Bastante tensa.
Yo apenas miraba a mi madre; entre la forma en que se comportaba por el
alcohol y que no había procedido con el divorcio, no soportaba estar en su
presencia. De nuevo, me había mentido. De nuevo, me tomaba por idiota. Y
encima lo hacía en un momento de mi vida en el que no me encontraba
precisamente de humor para soportar esas cosas.
—¡Vamos a abrir los regalos! —exclamó ella de repente. Alzó la copa tan
rápido que derramó el vino sobre el mantel.
Por fin, Mike dejó de comer para mirarla.
—¿No se supone que eso se hace a las doce?
—¿Y qué más da? ¡Nadie lo verá!
Contemplé el intercambio de regalos sin comentar mucha cosa. Solo gané
una camiseta de niñero que me dio Jen; por lo demás, no presté mucha
atención. Estaba ocupado observando a mi madre en medio de una escena
cada vez más lamentable. No dejaba de beber, bailar, gritar, arrastrar las palabras en un triste intento de mantener una conversación con el primero
con quien se cruzara… Y esa persona solía ser Jen, la única que no se
apartaba a su paso.
Creo que llegué a mi punto límite cuando cogió a Jen del brazo, tropezó y
ambas cayeron al sofá. Ella se reía, pero mi novia me miraba con
precaución, como si supiera que aquello podía terminar muy mal.
—¿Puedes dejar de hacer el ridículo?
Tardé unos segundos en darme cuenta de que se me había escapado en
voz alta. Alcé la mirada y me encontré con la de mamá.
—Solo estoy pasándomelo bien.
—No —espeté, ya cabreado—. Estás borracha, y todo el mundo se siente
incómodo. ¿Tienes pensado parar en algún momento?
Mamá se separó de Jen, pero no despegó la vista de mí. Ni siquiera
cuando esbozó una pequeña sonrisa.
—A veces, te pareces mucho a tu padre.
Igual que ella, tardé unos instantes en reaccionar. La fiesta había muerto,
pero no le presté atención. En ese momento solo veía a mi madre. Y no me
gustaba el panorama. Por algún motivo, sentía mucha rabia por todo lo que
hacía, desde beber hasta sonreírme. No lo soportaba.
—¿Me vas a comparar con él? —le pregunté en voz baja.
—¿Y tú?, ¿me vas a tratar como él?
Varios comentarios crueles me cruzaron la mente, pero terminé por
descartarlos todos.
—¡Te estoy diciendo que dejes de emborracharte, mamá! —espeté.
—¡No! ¡Me estás diciendo que hago el ridículo!
—¡Porque lo haces! Nunca reaccionas, nunca haces nada, ¿y ahora saltas
conmigo? ¿La charlita del restaurante no sirvió de nada o qué?
Ella levantó un poco el mentón, haciéndose la dura, aunque estaba claro
que le había dolido.
—La charla del restaurante fue sincera.
—Pero ¡no has hecho nada!, ¡todo sigue exactamente igual!
—¡Ya no vivo con tu padre, Jack!
Pero ¿realmente creía que vivir en otro sitio cambiaría algo?, ¿que eso
arreglaba el hecho de haberme mentido en la cara?
—¿Y qué? —salté—. Sigues comportándote exactamente igual que
antes. No ha cambiado nada. Lo único que por fin te ha hecho reaccionar es
la copa de vino. ¡Si hubiera sabido que el alcohol era lo único que
necesitabas para decir algo, te lo habría dado hace mucho tiempo!
Me había puesto de pie sin darme cuenta, y ella hizo lo mismo. No había
borrado la pequeña sonrisa de amargura, aunque iba empequeñeciéndose.
Mamá dejó la copa sobre la mesa con torpeza y, aunque derramó un poco
más de vino —ahora, sobre la alfombra—, no pareció darse cuenta de ello.
—¿Te crees que eres el único que ha sufrido con esta situación? —me
preguntó en voz baja.
Aquello me pilló por sorpresa. Como respuesta, mamá solía huir o zanjar
la discusión, pero nunca la había visto defendiéndose y, mucho menos,
echando leña al fuego. Me dejó tan asombrado que no le respondí de
inmediato.
—¿Cómo dices? —murmuré.
—Me has entendido perfectamente. ¡Todos hemos pasado por lo mismo!
Tu hermano, yo, tu abuela…
—¡No es lo mismo! —salté, una vez que empecé a entenderla y, por
consiguiente, a tensarme.
—Es lo mism…
—¡No, no lo es! —grité, había perdido los estribos de la situación—.
¿Alguna vez te ha hecho lo que me hacía a mí?, ¿alguna vez te ha pegado?
—No toda la violencia es física, Jack.
Me cabreó muchísimo, y no estaba muy seguro de qué parte era
exactamente la que me molestaba tanto, si la crítica o la insinuación de que
podía comprender lo sucedido. O quizá era otro motivo que todavía no estaba preparado para asumir.
Había pasado tantos años considerándolos personas que no me habían
defendido que nunca pensé que ellos también pudieran necesitar ayuda.
Pero no podía asumirlo, me resultaba imposible. Ellos eran los malos,
¿verdad? Yo no podía estar equivocado, no en eso.
—¿Qué quieres decir con eso? —espeté—, ¿que vosotros lo habéis
pasado peor que yo?
—Quiero decir que tu sufrimiento no anula el nuestro.
—¿Y me lo dices ahora que he empezado a hablar del asunto? —solté, ya
con la voz temblorosa. De hecho, me temblaba el cuerpo entero—. Durante
años no he dicho absolutamente nada. Me he comido tus depresiones, que
Mike cayera en las drogas, que papá siempre tuviera esa fijación por mí,
que la abuela no quisiera hacer absolutamente nada para ayudarnos… Y
nunca he abierto la boca para quejarme. Nunca. Ahora que por fin lo hago,
¿me quieres echar en cara que intento anular vuestro dolor? ¿Te has parado
a pensar alguna vez en lo que he tenido que pasar yo?
Mamá suspiró y se pasó las manos por la cara, pero no agachó la cabeza,
que era lo que solía hacer en situaciones similares; mantuvo la mirada fija
en mí.
—Siento mucho que hayas tenido que pasarlo solo, Jack —murmuró—.
Lo siento de corazón. Pero…
—¡No hay peros! —salté, furioso—. ¿Es que no lo entiendes? Siempre
he estado ahí para ti, para Mike y para todo el mundo. ¿Quién ha estado ahí
para mí, eh?, ¿quién? No tienes derecho a echarme nada en cara cuando
nunca te has preocupado por los demás.
—¡No hago otra cosa que preocuparme por vosotros, Jack! —me aseguró
con desesperación.
—¡Pues demuéstralo!
—¡Lo estoy haciendo! ¡O lo intento hacer! —estalló de una vez por
todas, y yo tragué saliva con fuerza—. No sé cuántas veces tengo que pedirte perdón por no haber estado ahí cuando me necesitabas, pero ahora
intento arreglarlo. ¿Te crees que a mí no me trataba mal, Jack?, ¿te crees
que para mí fue un camino de rosas? Estaba aterrada, ¿vale? Y no por mí,
sino por vosotros. Tú mismo te aterrabas cada vez que él perdía el control
de la situación. ¿De verdad crees que habría sido fácil escapar cuando yo no
tenía dinero, ni trabajo ni nada? Si te hubiera sacado de casa en ese
momento, también me lo habrías echado en cara. Por lo menos, ahora tenéis
vuestra propia vida hecha y solo debo preocuparme por mí misma. Porque
no creas, ni por un segundo, que podré volver a trabajar. Esto también me
afecta, Jack. Nadie querrá comprar mis cuadros, ni visitar mis galerías.
Nadie. Se encargará personalmente de ello. ¿Es que no lo ves?, no solo me
estoy separando, me estoy despidiendo de mi carrera entera. Y, antes de que
me eches en cara que intento victimizarme, lo hago porque lo necesito para
pasar página. —Hizo una pausa para respirar hondo, y yo seguí mirándola
con un nudo en la garganta y el ceño fruncido—. No estuve contigo cuando
eras pequeño, y no sé qué tengo que hacer para que me perdones. O para
que yo me perdone a mí misma. Este me parecía un buen comienzo. ¿No lo
es, Jack?
Se quedó en silencio, esta vez para mirar alrededor, y me sorprendió
mirando a Jen.
—No es tan fácil salir de ahí —añadió en voz baja.
Y, para mi sorpresa, Jen le dio la razón:
—No lo es.
Su voz, normalmente tan agradable, me sonó como una puñalada.
—¿Perdona? —musité, ya apenas sin voz.
—Que no es tan fácil salir de una relación así —insistió Jen—. Y más
cuando es lo único que tienes.
—¿Te pones de su parte?
—No, Jack, no me pongo de parte de nadie. No hay partes. ¿No lo
entiendes?, esto es lo que él querría, que os pelearais entre vosotros. Lo único que habéis hecho todos es escapar de él, y lo único que ha hecho él es
aprovecharse de vuestra vulnerabilidad. Él es el malo de este cuento; en
ningún caso vosotros.
Llevaba tanta carga emocional encima en aquellos meses de mierda que
no estuve en condiciones de reaccionar tal como habría querido. Me habría
gustado gritarles que se callaran, que no tenían razón. Pero, en realidad, no
tenía ganas ni fuerzas de contradecirlas. No podía hacerlo.
Lo único que pude hacer fue mirar a mamá, agotado.
—Solo quería una madre —dije en voz baja.
Ella cerró los ojos unos instantes. Cuando los abrió, por primera vez vi a
alguien capaz de contener sus emociones, de mantener el control.
—Lo siento muchísimo, Jack —susurró.
—Quería que alguien me dijera que no estaba solo.
—Sé que ahora mismo no me crees, pero… Solo quiero hacer todo lo
posible para que no vuelvas a sentirte así, Jack. Ni tú, ni Mike, ni nadie de
la familia. Te lo juro. Solo necesito otra oportunidad. Solo una más.
No estaba preparado para continuar con esa conversación. Respiré hondo,
tratando de calmarme, pero pronto comprendí que no lo lograría. Sacudí la
cabeza para rechazar su acercamiento, pero mamá se me aproximó de todos
modos, me rodeó con los brazos y yo me quedé mirando el suelo, era
incapaz de moverme. La abuela dijo algo y Mike se rio con nerviosismo.
No les presté atención; tan solo podía sentir los brazos de mamá alrededor
de mi cuerpo.
—Lo siento mucho —repitió por enésima vez—. Haré que te sientas
orgulloso de mí, ya lo verás.
Me aparté, negando con la cabeza, y fui hacia la cristalera. Salí al jardín
trasero y me apresuré a cerrar detrás de mí. Necesitaba aire frío. Y, sobre
todo, un rato a solas.
Recorrí unos metros a pasos torpes e inseguros y, cuando decidí que no
podía más, tomé una respiración muy profunda. No sirvió de nada. El nudo en la garganta no desaparecía, y me empezaban a escocer los ojos. No
quería llorar. Ni siquiera recordaba la última vez que había llorado. No
quería que la primera vez en tanto tiempo fuera por esa chorrada.
Si te afecta, deja de ser una chorrada.
Oí que la puerta de cristal se abría y cerraba de nuevo. No quería
mantener ninguna conversación, y menos con Jen, la abuela o mamá.
Para mi suerte o desgracia, era Mike.
Lo miré de reojo y, al reconocerlo, me volví para quedar frente a él y
solté una risotada que, más que divertida, parecía histérica.
—Déjame tranquilo —le supliqué en voz baja.
—Bueno —dijo, tan tranquilo—, en algún momento tenías que estallar.
Mucho has aguantado.
—Mike, déjame tranquilo —advertí por segunda vez, ya más tenso.
—No pasa nada, tío. Tú sácalo todo.
Hizo un ademán de acercarse a mí, pero yo di un paso atrás antes de que
me tocara.
—¡Te estoy diciendo que me dejes en paz!
—No pasa nada —repitió—. No puedes guardarte todo eso dentro, Jack.
—¡No me llames…!
—No pasa nada —insistió por enésima vez, mirándome sin sonreír—. No
pasa nada, Jack. De verdad que no.
Esta vez ya no le pedí que se fuera. Me quedé mirándolo unos segundos
y, de pronto, se me humedecieron los ojos. Mike no hizo ademán de reírse,
sino que apretó los labios y me puso una mano en el hombro.
—No pasa nada —dijo en voz baja.
Y ahí perdí el control. Me cubrí la cara con las manos justo antes de que
brotaran las lágrimas, y sin darme cuenta me acuclillé sobre la nieve.
Agaché la cabeza, hundí los hombros y me dejé llevar.
Ni siquiera sabía que tuviera tantas ganas de llorar, pero no podía parar.
Noté que Mike se sentaba a mi lado sin importarle el contacto frío de la nieve y me colocó la mano en el hombro para apretármelo con fuerza. No
dijimos nada durante lo que pareció una eternidad, tan solo nos
acompañaron los sonidos que me desgarraban la garganta.
En algún momento no lo aguanté más y, sin pensar en lo que hacía,
busqué el apoyo de Mike. Me descubrí la cara, lo cogí del hombro y me
acerqué para abrazarlo por el cuello. Para mi sorpresa, no se apartó, sino
que me rodeó también con los brazos y me dio una palmadita en la espalda.
—Suéltalo todo —murmuró sobre mi hombro—. Desahogarse nunca
viene mal, ¿eh?
No sé por qué, pero me salió una risa un poco histérica. Tanto, que
agradecí que no me viera la cara. El único testigo de mi expresión era el
lago congelado.
—No me puedo creer que te esté abrazando —murmuré.
—Y yo no me puedo creer que te deje hacerlo —aseguró—. Si no fuera
porque ya estás limpio, pensaría que pretendes robarme la cartera.
Se me escapó una risotada muy sonora. Mike, al reírse, se sacudió un
poco y me apretó más con los brazos.
Tras eso, nos quedamos en silencio un rato más. Mis lágrimas fueron
cesando hasta desaparecer por completo.
Para cuando me separé con la intención de mirarlo a la cara, me daba
igual que me viera con los ojos rojos o las mejillas húmedas. Mike no
cambió de expresión, no le dio la más mínima importancia.
—¿Ves como funciona? —dijo—. De vez en cuando, deberías escuchar a
tu sabio hermano mayor.
—Que te follen.
—Mira que lo intento, ¿eh? Pero no hay manera.
Puse los ojos en blanco, y por un momento me olvidé del problema que
me había traído al jardín. Después, me quedé sentado a su lado y agaché la
cabeza. Mike apoyó el brazo en su rodilla doblada y me sonrió.
—¿A que no está mal llorar de vez en cuando?