Aristóteles
Me encontraba en mi habitación, revisando unos documentos que enviaría por correo electrónico, cuando tocaron tres veces. Me pareció extraño que alguien me buscara a esas horas.
—Adelante.
La puerta se abrió y escuché unos tacones repiquetear contra el suelo, ahí supe de quién se trataba.
—Aristóteles —mencionó mi nombre, logrando que volteara hacia ella.
—¿Qué sucede, madre?
No habíamos hablado bien desde mi cumpleaños, el fin de año la pasamos "juntos", aunque cada quién estuvo por su lado. Me dolía que fuera tan fría pero ya estaba acostumbrado.
—Entiendo que no hayas sentido nada por Ana Rosita Victoria, fue muy arriesgado de nuestra parte el hacer que se conocieran desde pequeños. Puedes dedicarte a sus estudios, tu padre y yo nos encargaremos de encontrarte otra prometida que esté a tu altura.
Fruncí el entrecejo al escuchar eso.
—Mamá, no es necesario, ya te dije que tengo novia.
—Tenías. —Alzó una ceja con superioridad—. ¿O todavía no te dice?
—¿A qué te refieres? —Empecé a ponerme nervioso.
—A esa pequeña cazafortunas le ofrecí dinero con la condición de que se alejara de ti y aceptó. —Pasó su lengua por sus labios de manera maliciosa. Cuando éramos pequeños Adonis siempre decía que mi mamá le recordaba a la bruja malvada de Blancanieves y yo lo regañaba, pero en ese momento pensé que tenía razón.
—No es verdad.
—Sí lo es. —Sonrió con cinismo—. Supuse que no me creerías, así que tomé evidencia. —Me tendió su celular y vi una grabación de María Susana viendo un sobre con interés. En el video mamá le preguntaba si no prefería mi amor y ella respondió:
—¡Deme el dinero, vieja zo...! Digo, suegri... Digo, señora Gold.
—Pe-pero... —Vi del dispositivo a ella, sin poder creer que era verdad. María Susana no podía hacerme eso.
—Ya quedó más que claro que ella solo busca dinero, lo prefirió sobre ti, así que espero que seas igual y elijas tu futuro antes que una simple chica.
Abrí la boca pero no atiné a decir nada, así que mamá aprovechó para darme una última advertencia y salir de mi habitación.
***
Después de un buen rato en que me quedé pensativo, el dolor comenzó a hacerse presente. ¿Por qué me hacía eso? ¿Por el hecho de que le oculté que tenía una prometida, o porque le metieron esas ideas de que no podíamos estar juntos por nuestras diferentes clases sociales? ¿Era porque no pasé tanto tiempo con ella en las vacaciones? ¿Qué le había dicho mi madre para que terminara aceptando? Muchas dudas se hicieron presentes en mi cabeza pero, por más que le daba vueltas al asunto, no encontraba ninguna respuesta.
Decidí mandarles un mensaje a Adonis y Aquiles, los cité con urgencia y quince minutos después se encontraban en mi habitación. El primero en entrar fue el pelirrojo.
—¿Qué quieres? Apenas es mediodía —masculló—. Estaba durmiendo. —Se recostó en mi cama.
—¿Qué sucede, Aris? —Preguntó Adonis. Me enfocó unos segundos y se dio cuenta de mi malestar—. ¿Qué te sucede? ¿Comiste frijoles y te dio diarrea?
—¡No! —Pasé las manos por mi rostro con frustración. Aquiles se sentó, recargó su espalda y también me vio con atención. Procedí a contarles lo que me dijo mi madre y ambos me oyeron con atención.
—¡No puede ser! —Exclamó Adonis cuando terminé de narrar. Aquiles, en cambio, no parecía sorprendido.
—No la culpo.
—¿Pero sí creen que sea verdad? ¿Qué haya preferido dinero antes que a mí?
—¿Por qué no? —Preguntó Aquiles mientras se rascaba la oreja. Adonis lo miró con enojo y yo con aflicción.
—¿Por qué no hablas con ella, Aris? —Sugirió el rubio—. Creo que es lo mejor antes de que te apresures a sacar conclusiones.
—Tienes razón —murmuré. En seguida me levanté del asiento—. Vamos, acompáñenme.
—¿Ya? —Me vio con incredulidad—. Es mejor esperar un poco, ¿no crees? Para que no actúes de manera impulsiva. —Sobó su cuello.
No le hice caso, me puse la chaqueta y el pelirrojo se levantó de la cama, dispuesto a seguirme.
—Esto será interesante.
—¿Puedes tener un poco más de tacto? —Adonis se dirigió a Aquiles con una expresión llena de molestia.
—Oh, lo estoy teniendo, ni siquiera me he burlado.
—Típico de ti, todo te vale madres.
—Así es.
En lo que ellos discutían, yo me puse mis zapatos y me dirigí a la puerta. Los otros dos, al notarme, fueron tras de mí; Adonis insistió que era mejor esperar pero no pensé lo mismo; Aquiles solo me siguió sin decir nada.
Nos subimos a mi auto y manejé hasta casa de María Susana con calma, respirando con profundidad para tranquilizarme; le preguntaría qué pasó sin perder los estribos en ningún momento, solo necesitaba respuestas. Si al final resultaba que sí prefirió el dinero no la culparía, no le reclamaría ni mucho menos le rogaría, respetaría su decisión.
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Editado: 24.07.2023