Tres veces culpable

Capítulo 5: Rainer (Parte 2)

—¡Deja de arroparme, Rainer!

Rachel siempre había sido una quejica. Desde el momento en que nació demostró ser un bebe caprichoso y llorón con una gran disposición para berrear. Con los años continúo siendo una niña un tanto malcriada y egoísta, excesivamente mimada por mi culpa, cuyo carácter era difícil de doblegar. Reconozco que no era el mejor hermano del mundo, con un exceso de sobreprotección bastante alto y una tendencia a complacerla ante cada una de sus peticiones. La pequeña tirana de ocho años me había ganado el corazón desde el principio, aunque en el fondo era consciente de que no era su caballero de brillante armadura, sino su títere favorito.

—Tienes fiebre y hace unos minutos estabas tiritando—contradije en tono firme mientras volvía a arropar a mi hermana pequeña con las mantas del sofá—.Bastante que no te meto en la cama.

—Si tuviese tele en la habitación...— se quejó con un mohín mientras enterraba medio rostro bajo las mantas, justo a la altura de la nariz.

—Ya sabes lo que opinan papa y mama. Nada de distracciones hasta que cumplas un mínimo de catorce años—repetí el sermón de siempre, consciente de que eso no aplacaría a mi hermana pequeña.

—¡Es injuuuuusto!

Sonreí ante su queja ahogada por las mantas. Opté por tumbarme a su lado, apoyando las piernas sobre un mueble auxiliar, y encendí la televisión de sesenta pulgadas que teníamos en la sala de cine, como la llamaba mi padre.

—Quiero palomitas de caramelo.

—Ni de coña—me negué en rotundo mientras utilizaba el mando para ir pasando en la pantalla las diferentes categorías de Netflix—.Estas enferma, enana. Dieta blanda.

—¡No voy a comer pollo cocido!—chilló alarmada. La última vez que había estado enferma del estómago había tenido que comer ese escueto menú durante dos semanas. Odiaba al pollo desde entonces—.Porfa, Rainer. Porfi.

—Está bien, le diré a Teresa que te haga otra cosa para comer—aseguré en tono conciliador. Teresa ejercía de madre suplente aunque no viniese estipulado en su contrato. No solo limpiaba la casa, sino también hacía la comida, nos ayudaba con los deberes y muchas veces era la que se encargaba de cuidarnos cuando estábamos enfermos. Era más parte de la familia que nuestros propios padres—.¿Qué te apetece?

Al mirar el móvil, que estaba en silencio, comprobé que tenía bastantes mensajes acumulados. Izett me resumía un poco las clases que compartíamos ese tercer día de ausencia por mi parte y las ganas que tenía de huir del instituto. El grupo del equipo de fútbol parecían estar festejando algo, seguramente el nombramiento del nuevo capitán, pero ya lo leería más tarde. Pero quién más me preocupaba era Junior, que no había escrito nada desde la hora de la comida.

—Palomitas de caramelo.

Reí ante la respuesta de mi hermana, revolviendo su cabello con la mano libre mientras que con la otra terminaba de enviar un último mensaje a mi mejor amigo para comprobar cómo estaba. Miré a Rachel y dije:

—Eres incorregible, enana.

Mi teléfono vibró en señal de respuesta. Incapaz de ocultar la sonrisa al ver el nombre de Junior abrí la conversación, sorprendiéndome al leer letras sin sentido. No era un mensaje en sí, sino algo típico que se enviaba cuando estaba borracho.

—¿Ya te estás enviando mensajes con tu novia?—preguntó Rachel curiosa, intentando estirar el cuello para leer la mi rápida respuesta—. ¿Por qué no viene?

—No tengo novia.

Rachel siempre insistía en que Izett era mi novia pero no queríamos contárselo. Nosotros nos reíamos de esa suposición que seguramente venía infundada por el gran apareció que tenía Rachel a la pelirroja. El teléfono comenzó a sonar, solo que esta vez era una llamada en lugar de un mensaje de texto. Mi hermana estaba a punto de hablar cuando me llevé un dedo a los labios para pedirle silencio y me incorporé.

—¿June? ¿Qué pasa?

No hubo una respuesta inmediata. Pude escuchar su respiración agitada y algo que podría ser interpretado como un sollozo. La preocupación que había sentido al leer su mensaje sin sentido se incrementó al instante, incapaz de no alzar la voz.

—¿¡June!?

—Rainer... No ssé que hacer—susurró al otro lado del teléfono. Su tono tosco y el arrastrar de palabras delataban mis peores sospechas; Junior había estado bebiendo. Conocía demasiado bien la mano larga que tenía mi mejor amigo con la bebida por tener que haberle sacado de muchas fiestas en ese estado—.No ssé...

Se me cayó el alma a los pies mientras me levantaba del sofá y comenzaba a caminar de un lado a otro con la intención de alejarme de mi hermana para que no escuchase nuestra conversación. Consulté la hora en el reloj de muñeca y solo sirvió para desesperarme aún más.

—Son las seis de la tarde, joder—susurré de forma violenta. No podía creer que estuviese haciéndose eso un día de labor—. ¿Dónde estás?

—Gasssolinera... baño—respondió. La pausa entre sus palabras había logrado crispar mis nervios—. Rai...

—No te muevas de ahí, llego en diez minutos. E intenta vomitar, ¿quieres?—ordené—.Por favor, no te muevas.

Colgué el teléfono, llevando ambas manos a mi rostro y enterrando este entre ellas para ahogar un grito de frustración. Mi mejor amigo, la persona de la que estaba locamente enamorada, no paraba de destruirse un poco más a cada día y yo me sentía inútil. Acudía siempre a su rescate, pero poco más podía hacer.

—Rachel, enana, yo... tengo que salir un momento pero Teresa está aquí, ¿vale? Te prometo que no tardaré—aseguré a mi hermana antes de dar un pequeño beso sobre su coronilla. Era tan irresponsable como mis propios padres por dejarla sola, pero no podía abandonar a Junior en ese estado—. Y nada de palomitas de caramelo.

Ella observaba la televisión con ojos entrecerrados, somnolienta por culpa de la fiebre que aún no le había bajado. Estaba saliendo por la puerta de la pequeña sala de cine cuando escuché su pregunta:




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