Fue mi amigo,
mi fiel anestésico.
Del cuál bebía para poder librarme
del peso de mi vida.
Fue entonces que llegaste tú, mi cielo.
Empezaste a ser tú mi anestésico.
Quitaste la botella de mi mano,
susurrando un:
«Te hace daño »
Vi tus ojos y no reflejaban pena,
sino que comprensión.
"¿Será que pasó por lo mismo?"
me preguntaba.
Y las respuestas con el tiempo se fueron
respondiendo.
Sin pudor ni vergüenza entregaste tu corazón
a éste fiel perdedor.