- ¿Qué es lo que le pasa al muchacho?- interrogó Equs Lileproof, desde las sombras.
- El muy torpe se ha cortado, en una de sus travesuras y la herida se le infectó. – contestó alguien cerca de él, mirando de reojo por sobre su hombro, escudriñando la oscuridad.- Otra prueba de que no es más que un inútil. Tú sabes que los Asís son inmunes a casi cualquier dolencia.
Equs Lileproof asintió sonriente.
- Claro, claro.- aseguró- Sabemos que él no es el heredero. Y, ¿se sabe algo de la paila?
- ¡Eso tienes que respondérmelo tú, imbécil!- la voz se volvió más agresiva y dura.
El guardián de caballerizas tembló un poco ante aquellas palabras.
- Trabajo en ello…- aseguró.
- ¡No se nota!- sentenció la voz, alejándose.- No habrá recompensa, si no lo logras. ¡Pero sí habrá castigo! La inutilidad es más grave a los ojos de nuestro Rey que la mismísima traición.
Equs hizo una reverencia torpe y, dando unos pasos cortos hacia atrás, balbuceó:
- Cumpliré mi misión, aunque me cueste la vida.
Y dicho esto, desapareció rumbo a las caballerizas. Su interlocutor lo vio irse, salió de entre las sombras y retomó el camino hacia la abadía. Pero antes de que pudiera alcanzar una escalera ascendente, una voz femenina lo retuvo:
- ¡Profesor Evans! ¡Aquí está! Lo estaba buscando.
- Rémona, ¿qué sucede?- dijo algo sorprendido, acercándose a ella.
- He hecho la mezcla para curar la herida de Tthor, tal como usted me lo indicó. Pero los pétalos de lirio rojo se nos han acabado.
El Profesor Evans tornó sus ojos automáticamente hacia el cielo. La luna llena brillaba en todo su esplendor.
- Es una noche propicia para la cosecha. Pero llegar hasta la cima del Horacum me llevará toda la noche.- dijo el Profesor, hurgando en los bolsillos de su capa negra.
Tardó unos segundos, pero finalmente halló lo que buscaba. Sacó un pedazo pequeño de pergamino en forma de triángulo. Lo enrolló y lo colocó en una pequeña bolsa. La cerró, tirando de un cordón rojo que estaba unido a un extremo. Se la entregó a Rémona, quien preguntó:
- ¿Es el tratamiento del que me había hablado?
- Sí, mi colega, el Doctor Serenus Sammónicus, lo ha preparado especialmente para esta ocasión. Es un encantamiento poderoso. Si esto falla, se nos acaban las alternativas.
Rémona se puso pálida al oír las palabras de Evans.
- ¿Has tenido nuevas visiones?
La joven dio una respuesta negativa con un movimiento casi imperceptible de cabeza.
- Lo noto preocupado…Quiero decir…por la salud de Tthor…lo sé pero…¿hay algo más que deba saber?
- El enemigo está cerca. Puedo sentirlo. Y Tthor está vulnerable.
Rémona se puso más pálida.
- Estaré afuera varias horas, debes asegurarte de que nadie se acerque a su habitación.- dijo el Profesor Evans, buscando con su vista la ventana iluminada del segundo piso.
Rémona respiró nerviosa y lo miró de reojo. Un leve rubor le encendió las mejillas después de oír la advertencia. Pero el Profesor no lo notó. Hizo una leve reverencia a la joven y se encaminó, con evidente apuro, hasta la salida lateral de Warghost.
Aún resonando en su cabeza las últimas palabras de Evans, Rémona se quedó parada allí, temblando y con los ojos fijos en la figura que se alejaba. Cuando ya no pudo verlo más, metió la mano en uno de sus bolsillos y sacó un puñado de pétalos carmesí. Los frotó con fuerza hasta hacerlos añicos y los arrojó a un costado.
- Lo siento, Profesor.- dijo visiblemente nerviosa- Pero será esta noche…
Y a paso acelerado, caminó hasta las caballerizas, arrastrando su vestido de gasa verde y su capa plateada, parándose cerca de la única lámpara de kerosén que iluminaba el lugar.
- ¡Equs!- llamó Rémona con voz firme- ¡Equs!
Equs Lileproof apareció desde el fondo, bastante sorprendido.
- Equs, el Profesor Evans me ha dicho que puedes ir a descansar esta noche. No hará falta que cubras la guardia nocturna. Él la hará personalmente.
El rostro de Lileproof se iluminó visiblemente. Llevaba varios días, para aquí y para allá, haciendo encargo tras encargo del Profesor Evans. Se alegró al saber que tenía la noche entera para descansar. Sin perder tiempo, temiendo que la joven Rémona cambiara de opinión y le asignara alguna tarea de último minuto, balbuceó un “buenas noches” y desapareció con rapidez.
Rémona se aseguró de que Lileproof no volviera , tomó una antorcha que colgaba de la pared. La encendió en la llama de la lámpara y enfiló con la antorcha en alto, hacia el exterior. Cruzó los jardines y avanzó hasta el borde del puente levadizo que recién se acababa de desplegar.
Estaba bastante oscuro pero aún así pudo ver una sombra, que avanzando con premura. Rémona sintió que el corazón se le saldría por la boca de tan acelerado que le había empezado a latir. Los sentimientos que había querido sepultar hacía tanto tiempo, le estallaban ahora en el pecho, con la misma fuerza de antaño; sentía que los años no habían pasado.
La boca se le secó y comenzó a temblarle la antorcha en la mano cuando la figura oscura estuvo sólo a un par de metros de ella. Rémona tomó una bocanada de aire y, levantando la antorcha para ver mejor, pronunció con voz dura:
- Murk, apúrate, que debe ser esta noche…
- Hola para ti también…- la saludó el joven Murk, con un dejo de ironía.
Rémona lo miró, sin poder controlarse, de arriba abajo: su rostro tostado por el sol, su capa cubierta de escarcha, sus botas de hebillas anchas, su porte varonil y sus ojos, que aparentaban más juventud de lo que en verdad poseía.
- ¿Cómo está Tthor?- preguntó Murk, con evidente tensión en la voz.
Rémona bajó la mirada y sus ojos comenzaron a humedecerse.
- Bastante mal. El Profesor ha probado todo, desde herbología hasta magia. Ahora mismo debo colocarle este amuleto.- dijo la joven, mostrándole la bolsa carmesí.
- ¿Y la paila? ¿No se ha revelado aún?