Tu amor en mi piel "En cuanto te vi"

A flor de piel

  El viernes amaneció con un sol espléndido, Jonathan había puesto su alarma a las seis de la mañana, debían estar preparados para irse del hotel lo antes posible. Cruzó la puerta de la habitación y despertó a Marcelo, quien parecía estar alerta porque apenas sintió los pasos de su primo que se acercaba a la cama, se sentó en ella rápidamente.

  —¿Jara, qué te pasa? ¡Me hiciste cagar del susto!

  —Perdón, perdón no sé por qué me desperté así.

  —Estás alterado… lógicamente.

  —¿Ya es hora?

  —Es temprano, me doy una ducha, arreglo un par de cosas en el bolso y salimos.

  —¿Qué cosas vas a llevar?

  —¡Qué se yo! Algo de ropa por si vamos al río, otra muda por si vamos a algún paseo turístico, el cepillo de dientes.

  —Aaaayyyy ¿Aliento fresco por si te lo comés de nuevo?

  —¡Más vale! Espero que hoy me de mil besos como el de anoche.

  —Contame loco, que casi ni pudimos hablar.

  —No tengo nada que contar, pasó lo que viste, ni más ni menos. En cambio vos sí que no has soltado prenda.

  —¿Qué creés que puede haber pasado! —Hizo un silencio esperando a que Jonathan pensara.

  —¿La cagaste? —preguntó sorprendido.

  —Casi…

  —Jara, qué habilidad la tuya, casi que es admirable.

  —Cuando me di cuenta me quería morir, pero no lo hice a propósito, la invité a que viniera hasta la habitación.

  —Definitivamente te superás a vos mismo. ¡Boludo cien por ciento!

  —Ya sé. —Se refregó las manos por la cara, molesto con él mismo—. Pero no tenía malas intenciones, quería besarla. En realidad quería comerle la boca gordita que tiene, —explicó mientras se mordía el labio inferior.

  —Si pusiste la misma cara que ahora, debe haber querido salir corriendo.

  —Me gusta tanto, Jona. Me morí de amor ayer cuando la vi esperándome en la recepción.

  —Pero ella es más chica, tenés que pisar el freno, hermano, sino la vas a perder.

  —¡Eso nunca! —disparó con la pasión propia de su personalidad—. Voy a hacer lo que sea necesario para que nunca se aleje de mí.

  —Entonces levantate y bañate. Nos vamos y después me seguís contando, que todavía nos queda elegir algo para el desayuno.

  —Jona, no te olvides de llevar guita.

  —La dejé preparada anoche, antes de salir la repartimos.

  Una vez listos, salieron juntos hacia la cocina, encontraron a Adriano supervisando una preparación en la batidora planetaria que habían adquirido hacía poco tiempo atrás. Jonathan la conocía bien, estaba orgulloso de su compra, la negociación por el costo de la máquina había sido un éxito y él la había llevado a cabo. Realmente su trabajo rendía frutos y no le importaba que el hotel de su padre los cosechara, porque la experiencia que adquirían era más valiosa que el dinero ahorrado.

  —¡Adriano, amico mio! —lo saludó Marcelo.

  Adriano los miró fijamente a los dos, se notaba cansado. 

  —¿No los sorprende verme aquí “tutto il giorno”?

  —Sí, amigo, pero por hoy eso no depende de nosotros, estamos con las manos atadas —aclaró Jonathan. 

  —Estamos acá para pedirte un favor. —Le guiñó el ojo Marcelo.

  —Ohhh… el piccolo capo pidiéndome un favor, esto se está poniendo divertido.

  —Tenemos que llevarnos algo para desayunar, pero tiene que ser algo especial —siguió Marcelo—, para un desayuno inolvidable.

  —Ya veo, tengo algo a punto de salir del horno, pero antes vamos a negociar.

  Marcelo estaba empezando a perder la paciencia, por lo que Jonathan se adelantó.

  —Apenas nos liberen, te tomás unos días libres.

  —Unos días libres pero ni un descuento a mi sueldo.

  —Me corrijo: te tomás unos días libres y pagos. ¿Qué te parece?

  —Me parece que salen dos docenas de sfogliatelle para los piccoli capi

  —¡Sos el mejor maestro pastelero del mundo! —lo alabó Jonathan. 

  —Que me digas eso me gusta aún más que los días libres —bromeó Adriano, mientras se dirigía al horno y sacaba los sfogliatelle para envolverlos—. Cuando hayan llegado a su destino, los destapan así no se humedecen.

  —Estos nunca los habías preparado antes, contame un poco cómo se hacen y de qué están rellenos —pidió Jonathan.

  Marcelo se encontraba a un costado sin decir palabra, Jonathan lo miró varias veces mientras escuchaba las explicaciones del pastelero pero no podía hacer contacto con él.

  —Marcelo —lo llamó Adelina con suavidad, acababa de ingresar a la cocina.

  Se dio vuelta velozmente, lo que provocó que el ama de llaves emitiera un pequeño grito.




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