No hizo falta mucho tiempo para que las historias que arrebataba accidentalmente de sus dueños fueran plasmadas en una libreta gruesa y desgastada.
Todo comenzó escribiendo mi primer “sueño” en pleno apogeo de la adolescencia.
El estrés académico y social de esa jovencita exageradamente introvertida provocó un impulso insostenible por tatuar en hojas de papel durante el receso y el almuerzo todo lo que había visto y sentido, perfeccionando su extraña habilidad, ese, su no tan reciente don.
Esa niñita— claramente soy yo— notó que su destreza por el dibujo y la pintura era tan buena como lo era haciendo amigos. Así que ideó un plan perfecto, un propósito para no caer en la desesperación y la asfixia de las hormonas;
Escribió.
Tomó su vieja libreta, la cual llamaba “diario” y su mente dictó cada palabra, para luego formarlas en las líneas.
Su primer borrador fue decepcionante, pero no tan malo como su intento de “obra pictórica”. Siguió intentándolo y de ese borrador hizo cincuenta más. Bola de papel, tras bola de papel, hasta que lo consiguió. Tenía su primer capítulo, y eso en tan sólo un día.
Y de esa manera pasaron sus días, con una reconfortante rutina; levantarse por la mañana, ir a clase, escribir entre los descansos, llegar a casa, comer, escribir, visitar a su primo y luego escribir, para al fin dormir— por esa razón, ahora sé, suspendí dos periodos—
En algún momento se sintió mal plasmar esas historias que no le pertenecían, era un delito, ella era una ladrona.
Pero pensó que, si ahora ella podía hacer esas cosas, robar las vidas de los demás, ser una expectante a toda regla, ¿por qué estaría mal escribir sobre ellas?
Al fin y al cabo, era algo que nunca había pedido.
…
El sonido del claxon de algún camión me saca de mi ensimismamiento. Enfoco mis ojos y me encuentro a punto de cruzar la avenida.
El malhumor del conductor se hace notar al presionar tres veces seguidas la bocina.
Me apresuro a cruzar, no sin antes enseñarle al tipo del camión mi dedo de en medio.
No sé cuánto he caminado, ni muy bien hacia donde me dirijo. Por lo que desenfundo mi celular y abro el GPS, marco la dirección y me muestra con vista de pájaro animado el lugar y mi ubicación a tiempo real.
Sigo las indicaciones caminando en línea recta sobre algún boulevard desconocido para mí. Algunos puestos de periódicos esparcidos por las esquinas y un par de librerías llaman mi atención.
Pero lo en realidad emocionante son las pequeñas y exclusivas tiendas por la zona. El aire elegante que se respira en este lugar me conmociona de tal manera que me siento completamente desencajada. Ya me siento lista para ir a tomar el té.
Apresuro mis pasos presintiendo lo retrasada que estoy. El olor a café y a bollería de chocolate inunda mis fosas nasales. No hace falta ningún letrero para saber que me encuentro en alguna zona rica de Londres. La arquitectura de los edificios tipo royal y la vestimenta de la gente que entra y sale de las tiendas de ropa, me lo deja muy en claro.
Antes de reservar el hotel en donde me hospedo actualmente, dejando atrás a mi familia, indicaba que sus cercanías eran la editorial a la cual me dirijo, pero ahora sé que todo fue un invento— Pero no me puedo quejar, fue lo más económico que encontré aquí en el centro de Londres—
Sigo avanzando, y mi panorama no ha cambiado casi nada. Me siento tan pequeña entre todas estas personas y está gran ciudad, con sus ropas de marca y sus anchas y antiguas edificaciones.
Por un momento me arrepiento de estar aquí, pero descarto esa idea de mi cabeza, ése viaje de dos horas me salió un poco costoso. Pero sin dudas, creo que hubiese sido más fácil enviar el manuscrito por correo, desde la comodidad de la casa de mis padres.
El celular me muestra que estoy a tan solo 10 minutos de mi destino. Sería poco tiempo si no tuviera tanta prisa.
Las manos me sudan incómodamente, así que supongo que es mala idea llevar guantes en verano, pero no tengo otra opción; no podría permitirme desmayarme ahora mismo, soñando con alguna historia más— En serio no pienso volver a escribir ese tipo de historias, si veo alguna más, creo que me volveré loca—
Visualizo a lo lejos y en lo alto al Tower Bridge, tan inmenso y extravagante, que denota lo antiquísima que es su estructura.
Intuyo que, al cruzarlo, estaría la Editorial, así que lo hago, camino sobre su plataforma colgante. Echo un vistazo a los lados, y siento como el desayuno amenaza por salir por donde entró. Rápidamente aparto la vista del río y sigo caminando, ahora con un vacío en mi estómago.
Los autos pasan y noto a personas, imagino son turistas como yo, tomándose algunas fotos con sus celulares. Paso de largo sin detenerme, tampoco puedo permitirme eso, con suerte, lo haré cuando salga de la editorial.
Justo al final del puente, un edificio se alza, imponente. Se camufla con el entorno perfectamente, siguiendo el mismo patrón de color y arquitectura. Un gran letrero con letras doradas enunciando Letters&Sweat hace que me detenga y finalice con mi pequeña “Travesía”.
Estoy al frente, al cruzar la calle. Personas entran y salen, y ya se me ha hecho un nudo en el estómago. ¿Qué si no les gusta mi historia? ¿Siquiera la leerán?
Los nervios se han asentado en cada parte de mis extremidades, siento temblar mis músculos y mis manos no han parado de sudar.
Entro por la enorme puerta giratoria, chocando con un par de individuos. Me recompongo y ya dentro, me detengo a observar por dentro el lugar.