Capítulo 7 Mariluna.
Para la alegría de todos los integrantes de la manada y por encima de todo para la dicha del orgulloso padre y esposo, su Reina se recuperó. Una vez culminado el trabajo de parto perdió el conocimiento, pero su cuerpo había comenzado a sanar y al día siguiente ya se pudo levantar. Luxor cuidó de ambas durante toda la noche con la ayuda de las mujeres del Clan. Ellas se mantendrían en su forma humana para ayudarlos con la bebé hasta que esta pudiera convertirse en loba.
La Luna les había regalado una hermosa niña que nació con abundante cabello negro y con mechas azules, al igual que sus puntas, del mismo tono que sus ojos, no sabían el por qué de tan extraña combinación, sin embargo no les importaba, era raro, sí, pero curiosamente precioso y llamativo. Sus hermosos ojos azul turquí eran iguales a los de su padre. Su tez muy blanca, labios carnosos y rojos como la sangre,su rostro perfecto y hermoso lo heredó de su madre.
Normalmente un lobo podía realizar su primera transformación a partir de los 5 años en adelante y la primera vez durante la luna llena. Ya después se podían transformar cuando quisieran sin importar que sea de día o de noche, o haya o no luna llena. Los machos, a excepción del Líder, nunca cambiaron de forma, al menos no de tiempo completo como las lobas y Luxor, ya que ellos tenían la tarea de cazar para la alimentación de la manada.
Al día siguiente Mar de Luna despertó muy temprano con el llanto de su bebé y se incorporó despacio, aún se sentía débil. Acarició el rostro de su esposo y este se despertó un poco aturdido y asustado para encontrarse con el hermoso rostro de su amada, con sus serenos ojos verdes esmeraldas, como las hojas en primavera y cabellos dorados como el mismo oro que brillaban con la luz de día, en armonía con las paredes de la cueva que era su casa; la de todos los miembros del clan desde hacía más de trescientos años, desde que su esposa era una bebé: tan pequeña, hermosa y llorona como la que estaban escuchando. Su larga y sedosa cabellera rodeaba su blanquecina piel hasta desembocar más allá de sus caderas, admiró enamorado, aun con sus muy marcadas ojeras, su extremada palidez y delgadez, como secuela de su difícil embarazo y su parto complicado, la seguía viendo como la mujer más hermosa del mundo:
―Cielo, tráeme a la bebé que quiero cargarla y amamantarla ―habló débilmente sacándole de se ensoñación.
―Enseguida voy amor ―respondió jubiloso y se marchó con paso rápido y firme en busca de su hija que lloraba con un llanto demandante, la única forma que tienen los lactantes de llamar la atención para que los alimenten. Luxur sentía que había alcanzado la felicidad absoluta, porque tenía a su lado a su mujer y a su bebé, sanas y salvas.
Ella observó detalladamente a su apuesto esposo cuando regresó con su bebé en brazos, que asombrosamente había dejado de llorar. Hacía mucho tiempo que no lo veía como humano, era una visión encantadora. No podía apartar sus ojos de su rostro tan varonil y atractivo, de su cuerpo todo músculos y bien definido, de su piel blanca, ni de sus ojos azules penetrantes e intensos, que resaltaban debajo de su melena negra azabache. Sin duda alguna, era una visón espectacular y conmovedora mirar a un padre tan guapo con su bebé en brazos. El le tendió a la niña y le dijo emocionado:
―Mira amor, es tan hermosa y encantadora como tú ―ella la tomó entre sus brazos maternales, le dedicó una larga mirada de amor y de ternura y pudo apreciar que era una hermosa combinación de ambos. Al final murmuró:
―Tiene de los dos cielo ―miró a su esposo mientras le colocaba un seno a la bebé en su pequeña boquita. Como sus pechos ya se le estaban botando la niña enseguida sintió el sabor de la leche materna y por instinto comenzó a succionar—, aunque más de ti que de mí, con su cabello tan oscuro y sus ojos tan azules, contrastando con su piel tan blanca, parece tu versión femenina.
―Pero es hermosa como tú, tiene tu misma nariz perfecta, tus mismos labios rojos, tu mismo perfil suave y delicado ―aseguró.
―Gracias, papá...―le dijo su esposa juguetona.
―No me llames así ―le reclamó un poco alterado, aún lo enfermaba escuchar la palabra "padre" de esos jugosos labios... y justo ahora se daba cuenta de lo tanto que los extrañó, pasaron tantos siglos en forma lobuna que había olvidado su otra mitad, la que los acercaba más a los humanos.
―Si no te has dado cuenta aún, eres papá de esta bebé que cargo en mis brazos ―le aclaró soltando una alegre carcajada.
―Sí, lo sé, y el susto que me diste jamás lo olvidaré, pensé que te perdía...
―Pero estoy aquí, como te lo prometí, te dije que lo lograría, jamás incumplo una promesa...
―Me alegra tanto que estés aquí a mi lado para cuidarla conmigo ―sus ojos tan azules le brillaban de emoción―. Sin ti no sabría cómo seguir viviendo, imagínate lo incapaz que sería de criar solo a nuestra hija.
―Lo hubieras hecho bien, yo lo sé ―recordó el maravilloso padre que tuvo..., Aunque luego todo cambió...; pero ella estaba muy agradecida con esos cambios y siempre lo estaría sin importar lo que pasara― Estoy segua de que ella te habría dado las fuerzas necesarias para seguir adelante; además estoy aquí a tu lado ya no me iré a ninguna parte―, aseguró con voz tierna, cargada de emoción.
―Lo sé amor, pero tuve mucho miedo, ¿sabes?
―Sí, puedo imaginárlo, yo tampoco sabría como vivir sin tí, no me imagino un mundo en el que tú no estés, pero ya todo pasó.
―Prométeme que será nuestra primera y única hija ¡no lo volveremos a intentar! ¿Me lo prometes? —insistió.
―Sí, te lo prometo cielo, nos abstendremos en los siguientes eclipses de luna ―él respiró tranquilo, sabía que su amada nunca rompía una promesa.
Su mayor temor era ver morir a su adorada Mar de Luna y el tener que seguir viviendo. Sólo deseaba que si algún día su Reina muriese, él lo hiciera también junto con ella.
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Editado: 18.05.2022