Al día siguiente a las diez de la mañana fue enterrada Sofía. Frente a su tumba le juré que algún día volveríamos a estar juntos:
―Siempre te llevaré en mi corazón y te prometo que cuidaré a tu mami, espérame en el cielo que cuando dios lo decida partiré a tu lado para nunca más separarnos ―expresé con lágrimas en mi rostro y sintiendo su sabor salobre en mi boca. Con un dolor muy hondo en el pecho porque su madre no había podido estar presente en su funeral, ni en su entierro y no se pudo despedir de ti mi pequeña princesa. Tenía el corazón roto en mil pedazos porque mi niña se fue primero que yo. Debería existir una ley divina donde se prohibiera que un padre entierre a sus hijos y más aún cuando es su única descendencia. Lo último que le prometí a mi pequeña, frente a su tumba, fue «Que siempre cuidaría a su madre» (osea a mi esposa Laura), sin embargo no pude hacerlo ya que por más que me esforcé durante tres largos, eternos e interminables meses («yo los sentí así»), por recuperar a mi mujer, ella me dejó definitivamente.
Cuando le dieron de alta, ella le pidió a sus padres que la llevaran con ellos. Les dijo que no quería regresar a su casa y ellos no pudieron negarse al verla tan decidida. Contrataron una Enfermera y un Rehabilitador para que se ocuparan de ella y la hicieron asistir a la consulta de Psicología con su amigo especialista. Ellos esperaban que pronto cambiara de idea, como me comentaron una tarde..., sin embargo no fue así.
Estuve yendo todos los días a la residencia de sus padres, durante esos largos y duros meses para mí. Su mansión estaba ubicada en la zona de los ricos (como antes, cuando eramos un matrimonio feliz, me gustaba llamarle a esa parte exclusiva de la ciudad para molestar a Laura). ¡Que tiempos aquellos!, suspiré nostálgico, maravillosos y felices, que no volverán. La mansión de mis suegros era de apariencia impecable, regia y señorial como ellos; decorada con el más exquisito y excelente de los gustos más refinados. Demasiado sobria para mi gusto, pero muy acorde con el tipo de persona de mis suegros y su estilo de vida. Ellos me lo contaban todo sobre su hija, ya no podía llamarle esposa, no por mi, sino por ella. Estaban muy apenados por la actitud de su hija hacia mi persona, así me lo hicieron saber uno de esos días cuando estaba a punto de darme por vencido. Tenía que reconocer que ellos se habían portado muy bien conmigo, fueron muy considerandos y se los agradecería por siempre. Nunca lo olvidaría, me consideraba una persona agradecida.
Siempre que iba a la casa de mis suegros, y eso era diariamente, le llevaba un enorme ramo de flores a Laura, con un detalle especial y diferente cada día, pero ella nunca los recibió, al menos no lo hizo en persona y yo terminaba dejándoselo junto con las flores a sus padres. Sentía como me miraban con lástima. Pasaron tres eternos meses para mí y nada que Laura aceptaba al menos recibirme, me di cuenta que la había perdido para siempre y me lo confirmaron los papeles de divorcio que sus padres me entregaron muy apenados y con los ojos aguados, lo pude notar a pesar que siempre se escondían tras una mascara de frialdad e indiferencia. Firmé donde me indicaron y me fui, no me molesté en leerlos, ¿para qué?, sólo lo hice, por Laura firmé mi sentencia de muerte, porque sin mi familia yo era un muerto en vida, era algo peor que la misma muerte; estaba viviendo mi propio infierno en la tierra. Ya no me quedaba nada en la vida, mi mundo se hizo pedazos y yo quedé sin ánimos ni ganas de volver a armar el puzzle, ¿para qué? si las piezas principales las había perdido. Me fui de allí para siempre, para no regresar más, si esa era la decisión de ella ¿Quién era yo para juzgarla u oponerme? ¿Seguir insistiendo para seguir molestándola?, insistir para querer cambiar algo que ya estaba decidido, no era correcto. ¿Quién era yo para seguir insistiendo? Ya no era ni siquiera su esposo, aunque ella significara todo para mí. ¿Para qué seguir chocando contra un muro de piedra?, creyendo que iba a ser capaz de derribarlo, cuando estaba más que claro que ella no quería que lo derrumbara, ni siquiera quería verme. Después de eso caí en la depresión más absoluta y la vida dejó de importarme.
Iba manejando sin rumbo, inmerso en mis problemas, en mi desesperanza, vagando como un alma en pena... y sin darme cuenta me encontré frente al club donde antes trabajaba, donde conocí a mi Laura. Entré y me senté en el único asiento desocupado de la barra, estaba vacío como si esperara por mí, así lo pensé y pedí un trago... Y ese fue el comienzo de una rutina destructiva, donde cada día creía olvidar lo inolvidable.
Al día siguiente tomé la decisión de despedir al personal de mi casa, le di una considerable liquidación más el sueldo de un año de trabajo a cada uno. Ellos se despidieron de mí con cariño y con lágrimas. Ya no podía seguir más en esa enorme mansión que había construido para mi esposa e hija y ya ninguna de las dos estaban presentes. No tenía ningún sentido que me quedara allí, en medio de tanta soledad, donde tantos recuerdos de una vida feliz y plena me atormentaban. Cerré la casa. Renuncié a mi trabajo definitivamente y busqué un lugar humilde donde vivir...
***
Andrés despertó de sus recuerdos, esos lamentables hechos ocurridos después de la tragedia que lo lanzaron al vacío del vicio, pasó de tenerlo todo a no tener nada. Hoy, como todas las noches se dirigía al club a embriagarse para ahogar sus penas. Estaba sentado en la barra esperando que le servirán su trago, cuando llegó el dueño del club, su antiguo jefe Damián, que se conservaba prácticamente igual a cuando él era solo un estudiante y trabajaba allí. Con el mismo carácter fuerte, que imponía respeto, pero al mismo tiempo todos sabían que se podía contar con él, Andrés lo estimaba, lo admiraba y lo respetaba enormemente. Damián reparó en su presencia y al darse cuenta de que aún estaba sobrio dio la vuelta a la barra y se sentó a su lado para hablar con él.
#18403 en Fantasía
#7258 en Personajes sobrenaturales
aventura de fantasia, romance y tragedia, aventura accion magia
Editado: 18.05.2022