Laura miraba el resultado de la prueba sin poder creer lo que veían sus ojos, ¡estaba embarazada! Decidió repetirlo y así lo hizo: utilizó las dos pruebas que le quedaban, sabía que no debía hacerse más de una en un mismo día, pero eso le importaba un comino; para eso dejó reserva en su vejiga, sabía que entre más tiempo estuviera la orina allí, más posibilidades había de que se acumulara la hormona del embarazo (GCH) que te indicaría la presencia o no del estado de gestación. Un embarazo a esas alturas de su vida, en su actual condición y la de su esposo, resultaba bastante inesperado pero profundamente anhelado; aunque hasta ahora, enterrado en el rincón donde se guardan los dueños, qué sabes que nunca podrán cumplirse. Tras hacer el mismo procedimiento que el primero más la larga y desesperante espera del resultado, para ella: porque así lo sintió cada una de las veces que las hizo, quedó confirmado; pero aún así no podía estar segura. Marcó el número telefónico de su madre con dedos temblorosos, en un estado de impaciencia y cuando escuchó su voz saludándola, le dijo casi cortándole las palabras de saludo.
—Necesito hablar algo personal que no puede esperar—escuchó a su mamá de otro lado de la línea—¿segura que no estas ocupada?—guardó silencio mientras su madre respondía—ya voy saliendo... no, no le digas nada a papá, sí, después hablo con él... ya hablaremos allá... voy a cortar.
Cortó, guardó el móvil en su bolso y se fue como mismo entró, casi escondiéndose y evitando a todos como si fuera un ladrón. Llegó a la clínica donde trabajaban sus padres y se dirigió directo a la consulta de dermatología. Saludó amablemente a la recepcionista, una mujer muy servicial, que desde luego, ya se conocían y esta le correspondió de igual modo, luego la invitó a que pasara porque su madre la estaba esperando.
Al verla entrar su madre se levantó de su escritorio agitada, le dio la vuelta y avanzó hacia su hija mirándola con preocupación, para luego abrazarla.
—Hola hija, ¿qué te pasa?—le preguntó con voz maternal y de consuelo, mientras la acariciaba infundiéndole fuerzas, así como solamente lo puede hacer una madre.
—Nada malo mamá... es algo demaciado bueno para ser verdad y es eso precisamente lo que me tiene así, el miedo a ilusionarme y que todo sea una falsa alarma.
—Pero me dejaste en las mismas Laurita, no entiendo nada.
—Creo que estoy embarazada—lo soltó de una sola vez, ya no podía contener dentro por más tiempo esas palabra. Su madre la miró impresionada.
—Pero... ¡eso es maravilloso!
—El problema es que se supone que es imposible, yo ya no soy humana y Andrés tampoco lo es... además no se si puedo confiar en los métodos tradicionales, no se si en mi caso serán confiables.
—Hablaremos con tu padre, él sabrá que hacer, ¿y que dice tu esposo y mi nieta?
—No les he comentado nada al respecto, no quiero crearles falsas ilusiones, ellos ya han sufrido bastante, hemos pasado por tanto... No quiero llenarlos de una alegría por algo que no se si es real.
—Es tu decisión hija y no me voy a meter, pero ya voy a llamar a tu padre, cuanto antes salgamos de la duda mejor—y mientras hablaba sacaba el celular del bolsillo amplio de su bata blanca abierta y marcaba a su esposo, este contestó enseguida porque Esther le dijo—En cuanto te desocupes me avisas que Laura necesita tratar un asunto importante...sí... está aquí... no... no te preocupes... bien te esperamos—y cortó.—Ya viene para acá cariño.
—Mamá, que pena con ustedes, vine a interrumpirlos en sus funciones laborales.
—Nada es más importante para nosotros que tu hija, lo entendimos un poco tarde, te descuidamos mucho, pero rectificamos.
—Lo sé mamá, hace muchos años que lo hicieron, no sé por qué lo mencionas ahora, gracias por ser tan buenos conmigo, tú y papá han sido el apoyo para que esta familia siga aparentando ser una familia normal.
Mientras hablaba se abrió la puerta y su padre oyó las últimas palabras.
—Sabes que cuentas conmigo y con tu madre, siempre estaremos para ti mi pequeña.
—Gracias papi—y se acercó a él para abrazarlo. Estaba profundamente emocionada, sus emociones últimamente estaban fuera de control. Lloraba desconsolada en los brazos de su padre que le acariciaba la espalda angustiado. Carlos buscó la mirada de su esposa y ella supo entender la pregunta que no formularon sus labios.
—Laura tiene sospechas de un embarazo—Carlos se tensó y frunció el ceño profundamente pero nuevamente no dijo nada—lo sé, creemos que es imposible, poro todo apunta a que puede ser y queremos que nos ayudes a estar seguros si es un hecho o no.
—Ya preparo todo, espérenme aquí.—dijo decidido, depositó un paternal y cálido beso en la frente de su hija, sacó del bolsillo del elegante pantalón un fino pañuelo oloroso y secó con cariño las lágrimas de su hija, se lo dejó en sus manos y salió a toda prisa.
Se dirigió hacia la consulta de ginecología donde consultaba un amigo de toda su confianza y dejó todo listo para que atendiera a su hija. Entonces la llamó para que fuera porque el Ginecólogo ya la iba a atender.
Mientras que atendían a su hija Carlos se dirigió al estacionamiento, fue a la joyería más cercana y pidió que le hicieran una aguja de inyectar de plata, lista para usar ese mismo día, el joyero lo miró extrañado, pero como dice el dicho el cliente ordena. Le pidió también que se la hiciera lo más rápido posible que le pagaría el doble de su valor. El hombre le dijo que pasara en una hora para recoger su pedido, Carlos sacó su tarjeta de crédito y pagó la primera parte para garantizar que estuviera lista y que el hombre no creyera que se había vuelto loco y si lo creía que viera que pagaba bien sus locuras; eso no le importaba, lo único que de verdad le importaba es que a la hora exactamente tuviera su encomiendalista para poder tomarle la muestra de sangre a su hija. Luego se marchó no sin antes pedirle, una vez más, que no se atrasara.
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Editado: 18.05.2022