Tú, mi destrucción ©

Capítulo 24

Me negaba rotundamente a creer en lo que Aidén decía; Alaina no podía estar embarazada de otro, ella no pudo haberse entregado él, ni mucho menos podía ser su lobo.

No. No. No.

¿Aunque debería culparla?, después de todo la eché de mi lado por otra sin darle explicaciones y tratándola como el bastardo que soy; ¿qué esperaba?, la dejé sola, era obvio que no se quedaría así por mucho. Era hermosa y joven. Pero no me cruzó por la cabeza de que pudiera hallar a su lobo.

El lazo que ellos tendrían sería fuerte, mucho más fuerte que el que pudo haber entre nosotros.

—Da media vuelta y vete, es lo mejor que puedes hacer —me exigió Aidén. Negué.

—Ese bebé no es impedimento para mí. Mataré a su padre y luego, ¿sabes qué?, yo ocuparé su lugar.

La cara de horror y sorpresa de Aidén era épica; reí sin gracia alguna y corrí deprisa en busca de Alaina. Pondría todo en su lugar, todo como debió ser; me haría cargo de ese bebé porque la necesidad de estar con ella y tenerla junto a mí era más fuerte que el dolor que me atravesaba al saber que llevaba el hijo de alguien más en su vientre.
Atravesé las calles, empujé a personas en mi camino y sin volverme supe que Aidén y Sebastián venían detrás de mí; me daba igual, no tenían la mínima oportunidad para evitar lo que planeaba hacer.

Al llegar al edificio me dirigí escaleras arriba, pero mientras subía cada escalón me di cuenta de que algo no andaba bien; el ambiente se sintió tenso, como si un aura oscura rodeara todo el sitio. Era una sensación aterradoramente estremecedora. Me detuve en el segundo piso, volví el rostro de un lado a otro, sereno y en silencio, traté de oír algo extraño pero no había nada.
Seguí nuevamente y al fin llegué al departamento de Alaina. La puerta se hallaba entreabierta. De pronto los nervios me invadieron, aprecié un leve sollozo, gimoteos que provenían de la boca de Alaina y su presencia fue más fuerte que nunca.

Volví el rostro al ver a Aidén alcanzarme con Sebastián, iban a hablar pero con un gesto de mi mano los silencié.

—Adelante, Lane, ¿por qué me haces esperar? —Susurró su voz profunda y ronca. El miedo se desbocó en mi interior.

Sin perder más el tiempo abrí la puerta de golpe y lo que vi no me gustó en lo absoluto. Debería sentirme tranquilo en parte, pero no, no había tranquilidad en mí, sólo temor por lo que él le pudiese hacer a Alaina.

—¿Qué has hecho? —Musité estupefacto sin moverme del umbral. Alaina me miró por una fracción de segundo. El dolor era visible en sus ojos, tan notorio que lo experimenté como si fuera el mío propio.

—Lo que pensabas hacer tú, me he adelantado a tus deseos. —Respondió él en su lugar— Ya no acostumbro asesinar, pero él era un gran impedimento.

—No —susurré atónito.

El lobo de Alaina yacía muerto en el suelo y ella se aferraba a su cuerpo mientras lloraba y lo abrazaba contra su pecho.

Y mientras tanto, Gregor se hallaba tranquilamente sentado en uno de los sofás, me miraba fijamente, burlón, divertido con la situación, al fin salió de su escondite.

—¿Querías que saliera?, aquí estoy, te di una advertencia y la ignoraste, hoy ha llegado el día que pagues el costo de tu soberbia, Lane Riemman.

Temblé de manera casi imperceptible cuando me llamó de aquel modo. Se oía tenebroso. Mierda. Era cierto que estuve retándolo, pero jamás creí que fuese a meterse con Alaina. Aunque debí esperarlo, después de todo era ella quien más me importaba además de mi madre. La puse en riesgo y no me di cuenta de ello, me cegué y presentía que el costo del que hablaba sería muy alto.

—Entonces adelante. Torturame, matame, has lo que quieras conmigo —dije sin temor. Sus ojos brillaron peligrosos.

Aidén y Sebastián no soportaron la curiosidad y se acercaron, posicionándose detrás de mí; Gregor dirigió sus ojos a Aidén y sonrió ampliamente.

—Aidén, qué placer volver a verte. Esto no te incumbe. Ni a ti a ni a Sebastián, es mejor que se vayan. —Dijo y me sonó a advertencia.

—No lo lastimes, por favor —pidió Aidén.

—No supliques, no te pedí que lo hicieras. Nunca te suplicaré para que me perdones la vida —agregué hacia Gregor. Él se puso de pie, de pronto el departamento de Alaina se sintió muy pequeño.

—¿Quién ha dicho que voy a lastimarte?. Te dije que no lastimo a los míos. Tu padre debió contarte qué sucedió mientras él y su hermano estuvieron bajo mi cuidado. —Habló tranquilamente.

Lentamente se volvió a Alaina y lo supe. Supe que me castigaría con ella. Así que me dejé guiar por mis impulsos, corrí hacia ella para al menos tener una mínima posibilidad de protegerla, pero Gregor como es natural, fue más rápido que yo y me cogió del cuello empujándome contra la pared, rompiéndola ante la atónita mirada de todos.




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