Tú, mi destrucción ©

Capítulo 25

Miraba la casa de mis padres. Había muchos recuerdos en ella, demasiadas risas, un sinfín de momentos más buenos que malos; mi infancia después del regreso de Donovan no fue mala, por el contrario, fue la mejor. Sin embargo, esto que habitaba en mi interior me alejó de todos, y me gustaba, pero a la vez lo odiaba. Nunca quise ser como Aidén, siempre estuve conforme conmigo mismo, acepté mi destino desde el comienzo. Pero ahora, ahora daría todo por haber sido como mi hermano si eso implicaba no tener que pasar por esto. 

No tenía noticias de Alaina y mi hijo, no sabía cómo se encontraban, si Gregor les hizo daño, si la estaba tratando bien. Las dudas me estaban matando, él era un ser tan impredecible, pero guardaba la esperanza de que no la dañaría por llevar a mi hijo en su vientre y esperaba que fuese del mismo modo cuando lo tuviera. Supliqué para que al llegar el momento yo pudiese estar junto a ella. No queria que mi hijo creciera sin mí así como yo crecí sin mi padre. No era justo. 

Acabé el cigarrillo y la caja quedó vacía; nunca fui fan de fumar, pero esta mierda me calmaba un poco mientras esperaba a Donovan; no entré a su casa, me hallaba fuera, Aidén y Sebastián hace unos momentos fueron por él. 

No demoraron en volver. Los tres salieron de la casa, Donovan me miró y yo le sostuve la mirada. No me arrepentía de nada de lo que le dije, hacia mucho que quise sacarlo de mi pecho y ya estaba, lo hice. Para qué pedir perdón por algo que deseabas hacer. No era hipócrita. 

—Supongo que debe de ser algo grave para que hayas recurrido a mí —dijo apenas llegó conmigo. Se cruzó de brazos y esperó paciente por un momento. 

—Gregor se llevó a Alaina, me la quitó y ella está embarazada, espera un hijo mío —detallé sin darle vueltas al asunto; evidentemente se sorprendió, era obvio que no esperaba oír esto—. Quiero y necesito que me ayudes a encontrarla. Gregor te mantuvo cautivo por años, quizá podrías darme un indicio de dónde buscar… por favor. 

—Vamos adentro —fue lo único que dijo. Dio media vuelta sin esperar repuesta. 

Aidén y Sebastián me incitaron a ir, y bien, yo no tenía de otra; de soslayó observé a Paul que descansaba debajo de un árbol frondoso, el chico se hallaba un poco confundido y sorprendido, era un chico heterosexual, por supuesto que debía ser complicado aceptar que tu pareja de toda la vida es alguien de tu mismo sexo. Por el bien de ambos esperaba que pudiera hallar la solución a este cambio. 

Entré a la casa y nos dirigimos a la sala, Aidén se disculpó al igual que Sebastián y no dejaron solos, ambos creían que era necesario que limara asperezas con Donovan. 

—Te lo advertí, Lane —me dijo sentándose en uno de los sofás. Lo imité quedando frente a él. 

—No me sirven tus reproches, no hay nada que puedas decirme tú que Gregor no me haya dicho ya —lo detuve—, sólo necesito que me digas dónde buscar, nada más. 

Donovan recargó la espalda contra el sofá y su mirada se perdió en algún punto de la pared, su cuerpo estaba aquí, pero sin duda su mente se hallaba muy lejos, seguramente en donde se mantuvo todos los años que no estuvo con nosotros. Sus ojos claros se veían vacuos, sin un atisbo de vida, de algún tipo de sentimiento. Sólo encontré absoluta nada. 

—Gregor se esconde en las profundidades de Rumania, Bucarest. Pero temo que no se encuentre ahí, o no lo sé, él es impredecible. Si no quiere ser encontrado, no darás con él, Lane. Lo lamento.  —Habló al fin. 

—Asi tenga que buscarla en el fin del mundo, lo haré —aseveré—. No puedo permitir que la lastime, a ninguno de los dos. 

Donovan no lució sorprendido por mi forma de hablar, es como si él ya supiera lo que yo sentía y lo que sería capaz de hacer por ellos. 

—La amas, ¿no es así? —Susurró. Evaluó mi reacción, aparté la mirada y la fijé sobre un cuadro de rosas secas que descansaba en la pared. 

¿Amor? 

Ciertamente no sabía cómo debía sentirse el estar enamorado, que sensaciones debía experimentar. Jamás amé de esa forma y no podría asegurar que ahora mismo lo estaba sintiendo. Sólo se trataba de un sentimiento fuerte, de la necesidad de verla bien y conmigo, de hacerla sonreír de nuevo, de estrecharla entre mis brazos y deleitarme con el calor que desprendía su cuerpo, disfrutar de ese sutil aroma que poseía y me calmaba, el mismo que me tranquilizó aquella noche tanto como sus palabras suaves, y mas que nada su bendita cercanía. Caía en cuenta que siempre tuve frente a mis ojos lo que necesitaba, pero necio busque lo que creí querer. 

¿Podría ser todo aquello que ella me provocaba, amor? 

Suspiré y lo encaré de nuevo. 

—Sí, amo a Alaina. 

Vi lo que me pareció ser un atisbo de emoción en su mirada. Enderezó el cuerpo y se inclinó hacia al frente. Ninguno de los dos dijo nada durante un tiempo. Hasta que fue él quien rompió el silencio nuevamente: 




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