Tu mirada en mi |lgbt|

Capitulo Siete.

—¿Nee?

La sacudida en su hombro junto con el susurro de su nombre logró que Nee despertara de golpe, parpadeando repetidamente para enfocar la silueta de su hermano sentado sobre sus rodillas a su lado en la cama. El rizado cabello se alborotaba en todas direcciones y la tenue luz de la lampara veladora, sobre la cabecera de la cama, delataba la marca de la almohada en su mejilla.

Pasando las manos por su rostro para terminar con el adormecimiento que lo cubría, volvió a mirarlo—. ¿Qué sucede?

—Nosotros no devolvimos el dinero que tomamos para llegar aquí.

—No, no lo hicimos.

Nick se rascó distraídamente la nuca, pensativo—. ¿No deberíamos devolverlo? No era nuestro dinero.

—Mm —se sentó, encendiendo la lampara de noche—. ¿Por qué recordaste eso ahora? Es tarde, Nicky.

—No puedo dormir.

—¿Tienes hambre?

—No —tomó el peluche que había dejado sentado cerca de su almohada—. Creo que deberíamos pagarle a la señora Charles.

—¿Como piensas hacer eso? —interrogó—. Papi dijo que no volveremos allí otra vez, aunque tuviéramos el dinero, no podríamos dárselo.

Los dedos pequeños del menor pellizcaron el brazo del otro cuando este cerró los ojos, preparado para dormir de nuevo—. Podemos enviárselo por correo.

Nee suspiró—. ¿Por qué estas siendo tan insistente?

—Me siento culpable, Nee.

—¿Por qué te sientes culpable tú? Yo fui quién entró a su habitación y tomó el dinero, tu no tuviste nada que ver.

—Somos mellizos, estamos conectados y siento culpa por lo que hiciste.

—Esos son los gemelos, Nicky.

El pequeño puso mala cara—. Nosotros siempre enfermamos juntos.

—Eso es porque tienes las defensas de un bebé y luego me pegas tus microbios a mí.

—Yo no hago eso.

Nee arqueó una ceja—. ¿No recuerdas cuando te refriaste hace un par de meses? Tuve que llevarte desde el instituto a casa sobre mi espalda, y estornudaste sobre mi todo el tiempo. Me enfermé y la señora Charles quitó a los demás niños de nuestra habitación para que no los contagiáramos.

—Casualidad.

—Lo que digas —sonrió.

Volvió a sacudirlo cuando el mayor cerró los ojos—. Aun quiero pagarle, Nee.

Rendido, suspiró—. Bien, espera aquí —saliendo de la cama, buscó en su mochila por el dinero que les había quedado luego de viajar y lo contó rápidamente—. Nos falta demasiado.

—¿Como lo conseguimos?

—No lo sé —mordisqueándose el labio, miró a su hermano—. Podríamos preguntarle a papi.

—Nosotros robamos el dinero, no él.

—Lo sé —se acostó nuevamente—. Tal vez nos deje hacer algún trabajo, como hacíamos en la casa.

—Aquí no hay césped que cortar, ni hojas que barrer. —apuntó.

—Encontraremos algo, hermano, pero nada podemos hacer ahora mismo —palmeó la almohada a su lado—. Vuelve a dormir, lo solucionaremos mañana.

No muy seguro, el pequeño se dejó caer en su lado de la cama—. Buenas noches, Nee.

—Buenas noches, Nicky.

(...)

—¿Ustedes dos quieren trabajar? —Zayden preguntó, totalmente confundido ante el pedido de los jóvenes.

Los mellizos asintieron a dúo.

—¿Por qué?

—Necesitamos dinero. —Nee declaró.

Bueno, esa era una buena respuesta—. ¿Para que necesitan dinero? Si quieren algo, entonces pídanmelo y se los compraré.

—No queremos comprar nada.

—Nosotros hicimos algo malo, papi —Nick confesó—. Necesitamos dinero para enmendarlo.

—Y no podemos aceptar que tú nos los des, debemos ganarlo nosotros.

Bien, Zayden estaba oficialmente perdido ahora. Mirando sobre su hombro, cruzó una mirada con Noel, esperando que el rubio entendiese lo que sucedía. Había llevado a sus pequeños nuevamente a la tienda, ya que, aunque no quisiera hacerlo, debía trabajar en algún momento del día, pero eso no quería decir que dejaría a sus bebes lejos de su línea de visión.

Tenía la impresión de que jamás aceptaría que ellos se alejaran nuevamente.

—¿Qué fue lo que hicieron, mis amores?

Ambos bajaron la mirada al suelo, sus posturas avergonzadas obvias.

—¿Niños?

Nick mordió un pucherito cuando lo miró—. Nosotros robamos, papi.

Yo robé, Nicky no hizo nada, no es un ladrón... como yo.

—Fuimos los dos —el pequeño moreno dijo con firmeza—. Ambos lo planeamos.

Zayden los observó a ambos, un tanto en shock. Sus hijos no parecían ser del tipo de jóvenes que hacía algo así, eran demasiado educados y dulces para eso. Pero bien, él podía equivocarse, y al parecer, lo había hecho.




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