—¿Ese jersey es nuevo? —le preguntó Simon a Lucas, cuando le abrió la puerta de su casa—. Te queda bien.
—Gracias… —contestó éste sorprendido.
Simon volvió al interior del piso y se acercó hasta la cocina, Lucas la seguía detrás. Sobre la mesa había unas pastillas de las que se tomó una.
Él, suponiendo que su amabilidad se debía a que estaba enferma, miró el prospecto que había al lado…
—No fastidies… —flipó en cuanto se dio cuenta de que era—. ¿¿¿Son pastillas para el día después??? Amigaaa… ahora entiendo tu buen humor. A ver, me alegro, porque últimamente estabas un poco borde… bueno… no es que hayas sido muy amigable antes…
—Gracias, Lucas, no te cortes, sé sincero…
—A ver, Simon, es que tienes carácter… Un momento —. Lucas pareció caer tarde en la cuenta de algo—. ¿Pastillas del día después? ¡Simon! ¿No has tenido cuidado?
—Bueno, es que…
Entonces Simon lo puso al día.
—¡Ah! ¡Lucas! ¡Coño! —gritó Simon cuando él le dio una colleja—. ¿Por qué?
—Además de que te debía una… Por tener poca cabeza. Por no usar protección, y si tuviera a Miguel en frente también le daría una colleja.
—No, al no puedes echarle la culpa, le di a entender que ya estaba protegida.
—¿Por qué? ¿Estás loca?
—Lucas, porque con las ganas que tenía… no podía dejar que nada lo parara…
—En serio… Simon… ¿Y qué sois? ¿Animales en celo? Lo hacéis ahí… donde cualquiera os podría haber visto… Ahora —se quedó pensativo Lucas—, envidia me das… Y espero que eso haya arreglado las cosas y ya no vayas por tu cuenta ¿no?
—Ehh… no, eso sigue igual. Lo que ha pasado no va a cambiar las cosas.
—¿Por qué? —Lucas estaba muy sorprendido.
—Porque no quiero ser el rollo de nadie ¿vale? Y ya podemos dejar el tema…
—Genial… vuelves a ser borde.
—¡Oye! No soy borde… —refunfuñó Simon.
—Borde no sé, pero seca…
—Lucas…, déjalo.
—Pues tú verás cuando sepas qué… —se interrumpió a sí mismo.
—Lucas… ¿qué tengo que saber? —preguntó ella levantando una ceja.
—Buenooo…
Lucas salió de la cocina y se fue hasta el salón. Simon lo siguió.
—Miguel me pidió tu dirección —le dijo dejándose caer en el sofá—, y se la he dado.
—¿Qué has hecho qué?
—Me llamó hace unas horas, dice que ayer trató de hablar contigo, y no le cogiste el teléfono.
—Porque era un día después de… eso… quería desconectar y estuvo muy pesado, por cierto…
—Ya, ¿y no se te ocurrió pensar que si estaba insistente era por algo urgente?
Pues no, ella tenía la cabeza en otras cosas…
—¿Y cuándo dices que llega? —le preguntó.
En ese instante sonó el timbre de la puerta.
—Simon… —se limitó a decir Miguel cuando ella abrió.
Se apoyó sobre el marco de la puerta, se cruzó de brazos, bajó ligeramente el rostro y la miró levantando la vista.
Ella tuvo que suprimir el instinto de agarrarle la cara y besarlo de nuevo. Estaba tan cerca… Para no caer en la tentación, dio un paso hacia atrás.
—Simon… —volvió a decir él—, tengo algo urgente…
—Pero…
—No —la paró alzando la mano—, no más ese rollo de cada uno por su lado. Ahora… ¿te lo digo aquí o me dejas entrar?
Simon se apartó para que pudiera entrar. Sabía que sería muy inmaduro de su parte insistir en que no quería trabajar con él.
Miguel entró al salón, donde saludó con un gesto de mano a Lucas, y se sentó.
Simon, refunfuñando, se acercó hacia ellos y también se sentó lo más alejada de ambos…
—Otra vez estás de mal humor… —dijo Lucas.
—Cuando la conocí no era así ¿sabes? —le dijo Miguel—. Era risueña, divertida, y éramos amigos.
—Estoy empezando a pensar que le cambió el carácter por tu culpa. —Lucas lo miró entrecerrando los ojos.
—Eso es una tontería, porque significaría que lleva… no sé… ¿quince años con mal carácter por mi culpa…?
—Desde que la conozco… —le contestó Lucas—, sólo ha tenido ligues, alguno ha durado más, pero en cuanto la cosa se ponía más seria…
Simon tosió para interrumpirles la conversación.
—¿No tenías algo urgente? ¿O has venido para poder quejaros de mi en mi cara?
—Ya… perdona… —carraspeó Miguel—. La hija de… nuestra delincuente… se ha puesto en contacto conmigo.
—¿La de la tienda? —se sorprendió Simon.
—¿Quién sino? ¿Conoces a otra? —le respondió él como si hubiese dicho algo muy absurdo.
A Lucas se le escapó la risa. Simon le miró levantando una ceja y éste paró en seguida.
—Hay muchos hijos que no les gusta que sus padres quieran obligarlos a seguir sus pasos… Supongo que es más difícil si tus progenitores son delincuentes —continuó Miguel—. Por lo que entendí, está cansada de su madre, a ella le gustaba trabajar en la tienda, y quiere quitársela de en medio. Me ha dicho donde estará, y también su nombre real, te vas a sorprender…
—¿Más…?
—Se llama Marianne Foster…
—¿Familia de Harry Foster? —preguntó sorprendido Lucas.
—¿De quién sino? ¿Conoces otro Foster? —le dijo Simon socarrona.
—¿Ves como cuando quiere es divertida? —le señaló Miguel a Lucas.
Simon tenía ganas de reírse, pero se las aguantó.
—A ver, es mucha casualidad, así que debemos suponer que sí, algún lazo familiar tendrán. Su hija no me contó mucho. Me dijo eso, y que esta noche volvería a la dirección en la que estuvimos.
—¿Al local de masajes? ¿Quieres decir… que nadie lo vigila? Además, le falta la puerta y parte de la pared…
—Lo dice su hija, y, por su tono de voz no me pareció que mintiera.
—Pero esta vez mejor que tengáis un plan —añadió Lucas.
—Sí, deberíamos tener uno —dijo Miguel fijando la vista en la mesa de centro.
En ese instante vio unas galletas de mantequilla esparcida sobre un plato. Cogió una y se la llevó a la boca.