Tú, Yo Y Él

4. ¡Pulgas!

Onofre

 

Mi mejor amigo era tirador con arco profesional. Estaba comprometido y estaría dando el SÍ QUIERO en el plazo de un mes aproximadamente. 

 

— ¿Dinero? — Me preguntó Fabián que abrió una botella de agua y se sorprendió. — ¿No habías vendido un cuadro hace poco? ¿Te lo has vuelto a gastar todo en pinturas nuevas? — La sorpresa dejó lugar al enfado y me señaló con su dedo mientras rugía. — Te dije que también tienes que comer, ¿no? 

 

— Lo dijistes. — Le di absolutamente la razón. Si quieres conseguir dinero prestado, empieza por darle a la persona asaltada la razón en todo. — Pero no lo hice. Gonzalo me convenció de dejarle el dinero para poder mantener la galería abierta. — Hablé y a medida que me justifiqué me pregunté en qué maldito momento me había dejado engatusar para hacer tal cosa. — Me dijo que era el mejor artista y que si lo ayudaba a mantener la galería abierta, vendería muchos más cuadros y me haría rico. 

 

— No me digas más… — Fabián cruzó los brazos y adivinó. — Eres tonto. — Tosí avergonzado y Fabián suspiró. — No puedo dejarte mucho, una boda es más cara de lo que creía y Cinthia y yo estamos ahorrando todo lo que podemos. 

 

— ¡Gracias! — Agradecí. 

 

— Está bien. Solo que Cinthia no lo sepa. 

 

 

En la tienda de comestibles, dejé en el mostrador varías latas de comida en conserva, una bandeja de filetes de ternera, algunas verduras y frutas a granel y un paquete de seis latas de cerveza. 

 

— ¿Quiere una bolsa? — Me preguntó la dueña de la tienda y le asentí mientras busqué alrededor. No había visto a Laura reponiendo material, ni limpiando en los escasos dos pasillos de la tienda. 

 

— ¿Dónde está la chica que trabaja para usted? — Le pregunté a Sofía y me miró con el entrecejo arrugado.

 

— Ya no trabaja aquí. — Sofía abrió la bolsa para mí y continuó pasando los productos. 

 

— ¿Se ha marchado? — Pregunté por curiosidad, mientras guardé con velocidad la compra en la bolsa. 

 

— Eso es. — Afirmó Sofía, me quedé intrigado y hasta miedoso de que el bochornoso rato del café la hubiera hecho dejar su trabajo para no volverme a ver. Un aire frío me recorrió el cuerpo. ¿Había resultado tan aterrador cómo para que alguien dejara su puesto de trabajo? No, definitivamente no podía ser por mí. 

 

— ¿Puedo preguntar el motivo? — Indagué sacando la cartera para abonar la cuenta y Sofía se mostró indignada mientras tomaba mi billete. 

 

— Los animales están prohibidos y había metido en su habitación a ese sucio chucho. — ¡Maldición! ¿Por qué, indirectamente, eso tenía que ver conmigo? Sacudí la cabeza y tomé la vuelta de mi dinero. 

 

— ¿La ha despedido solo por eso? No sabe que ella la puede denunciar por despido improcedente. — Intenté infundirle miedo, pero la cara de Sofía se volvió roja de furia. 

 

— ¡Le dije que nada de animales y ha incumplido su palabra! — Luego de gritarme, siguió refunfuñando por lo bajo y no me atreví a decir nada más. 

 

 

Suspiré al salir por la puerta de la tienda. ¿Y si no volvía a verla? La aterradora pregunta me azotó la cabeza y la sacudí frenéticamente. 

Me gustaba y quería volver a verla. También me sentía culpable por haberla instado a llevarse el cachorro y haber acabado en la calle, sin un techo ni trabajo. ¿Sería su principio del fin? ¿Acabaría Laura cómo yo? De camino a la carretera, me la imaginé contando monedas y un ladrido me sacó de mi absurda imaginación. 

Laura y ese cachorro de Golden Retriever estaban en el parque. 

 

 

— ¿Qué haces ahí? — Me paré cerca del banco ocupado por Laura, y ella, que le daba galletitas al cachorro a cambio de sentarse, me miró. Su espalda se irguió y sus labios se cerraron con fuerza, quizás reteniendo un insulto dentro. Tosí y agarré más fuerte la bolsa en mi mano. — Te han despedido por mi culpa, lo siento, Laura. — Utilicé la misma estrategia que con Fabián. Le daría la razón en todo para mitigar mi culpabilidad y su rencor por mí. 

 

— No he sido despedida, me he ido yo. — Corrigió y le dio una galleta al cachorro. — Sofía quería que lo abandonara y no he podido hacer eso. — Lejos de morderme la lengua, opiné. 

 

— En ese caso, ¿no es eso igual que ser despedido? — Laura me miró y aclaré sin miedo al éxito. — Te has puesto entre la espada y la pared, no has tenido una opción real para elegir. 

 

— Lo que tú digas. — Suspiró y guardó el resto de galletas en una mochila. Luego se levantó poniéndola en sus hombros y agarró el asa de su maleta junto al macuto que tenía en lo alto. — Vámonos. — Instó al perro a seguirla. 

 

— ¡Puedes quedarte en mi casa si no tienes a dónde ir! — Chillé antes de que se fuera y se giró mirándome. — Digo… — Respiré agitado y busqué las palabras correctas que no me hicieran quedar como pervertido. — Tengo dos habitaciones y… 

 

— Solo hasta que encuentre un nuevo lugar. — Accedió Laura y dejé de buscar en mi cabeza, asentí y sonreí. 

 

— Bien. — Dije y señalé nuestro balcón en el bloque de pisos al otro lado de la carretera. — Habrá que poner papel de periódicos en el balcón, porqué vivo de alquiler y dudo que a la dueña le guste que deje olor a pis por todos lados 

 

 

Abrí la puerta de la segunda habitación y retrocedí para que Laura pudiera entrar con su maleta. 

 

— No la uso y suele estar cerrada la mayor parte del año, así que tendrás que limpiar y ventilar. — Le dije y Laura asintió. 

 

— Está bien. — Comprendió e iba a empujar la maleta, pero retomé la palabra señalando el baño compartido. 

 

— Solo hay un aseo, y la estufa de la ducha está más tiempo rota que en funcionamiento por lo que deberás tener cuidado con el agua fría. — Le expliqué. Laura asintió también comprendiendo aquello y sonreí. — Te dejaré instalarte. He comprado algunas verduras y algo de ternera, cuando acabes ven a la cocina a comer. Podremos celebrar que seremos compañeros de piso. 



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En el texto hay: familia, romance, amor

Editado: 24.02.2022

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