El ambiente salino me abraza, el viento frío, cortante, molesto, revuelve mi pelo azotándolo una y otra vez contra mi frente.
Cierro los ojos buscando concentrarme en ese pequeño estímulo, aferrándome con fuerza a cualquier cosa que disipe la realidad de la que al parecer, no puedo escaparme.
«El perro vuelve a su vómito»
Mi corazón aún late atorado en mi garganta. Mi teléfono, o lo que queda de él, ha caído en el otro extremo después de rebotar con fuerza por el impacto.
«Feliz cumpleaños, perro... vuelve pronto a tu vómito, es inevitable»
El mensaje de Clarissa se repite como mantra en mi cabeza.
Dudo lo suficiente de mí como para que la seguridad de que ella y Carlos me conocen mejor que nadie me tiente a creer que estoy retrasando lo inevitable.
Vuelvo a ser el niño que corrió hasta quedarse sin camino; rectifico, nunca he dejado de serlo, aún después de 11 años me encuentro en el mismo punto: "El fin del mundo"
Me subo a la baranda como lo hice hace 11 años, como lo he hecho tantas veces después de eso; pero como otras veces, mi cuerpo me traiciona aferrándose al tubo que sostiene el techo desde el suelo, y me odio por eso.
Debería tener el valor de terminar esta historia que ni siquiera debió haber comenzado; pero como aquella vez, no soy lo suficientemente valiente como para dar un paso más...
Miro más allá de mis pies calculando la altura.
El sonido del viento colándose por la separación de las vigas del techo junto al romper de las olas en las rocas, y un poco más dentro, el fenómeno de los bajos roncadores (1), seducen a mi corazón embriagándolo con su melancólica y maliciosa melodía: promesa real o embustera de algo mejor...
— ¿Será cierto? ¿Será suficiente? poco a poco el día muere ¿y yo? ¿Podré al fin dejar de ser con él?, ¿traspasar el final...?
"El Final" ¿Qué hay después del final?
Miro al frente como si de ese modo pudiera descubrir qué más hay...
— Mar, cielo... "Azul"... ¡¡¡Azul!!! —mi corazón reacciona de forma violenta, me tambaleo y en un acto reflejo me impulso hacia atrás cayendo de espaldas de vuelta al piso del faro.
Jadeo con fuerza mientras la adrenalina hace mi cuerpo temblar
Azul, Azul, Azul...
Me carcajeo incrédulo, me levanto de un salto y recojo mis cosas para bajar corriendo.
«Azul» el contraste de su nombre con mi mundo de negros y grises vuelve a sorprenderme y a espantar mi realidad.
Furia, rabia, enfrentamiento, enemistad... — su barbilla alzada, la forma obstinada de su mohín —deseo, promesa, belleza, placer... — la sensación de sus ojos fijos en mí en el vestidor, el casi imperceptible arrullo de su excitada respiración— riesgo, tacto, vergüenzas, curiosidad... — el suave roce de sus dedos sobre mis labios, el sutil temblor que no pudo disimular, las fotos en su celular... — ¡Odio! — El odio de su mensaje al final...
Sé que acercarme otra vez es una idea fatal, que finalmente he conseguido mantenerla a raya y que hacer que me odie es la mejor manera de salvarla de mí; pero estoy lo suficientemente desesperado o soy lo suficientemente idiota o cabrón para querer comprar la sensación que ella me quiera dar...
La que sea, la necesito, al menos hoy...
Sábado, seis de la tarde.
Tengo una idea de donde puede estar.
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Referencias:
(1) el fenómeno de los bajos roncadores según Alejandro de Humbolt se debe a la entrada del mar en las rocas cavernosas (terrazas marinas) la entrada del mar comprime el aire y la hace salir con un ruido extraordinario, conocido como el fenómeno de los bajos roncadores.