Aunque no sea contigo

11. Una aclaración oportuna

 

 

No hicieron falta palabras que expresaran lo que sus ojos me gritaban

No hicieron falta palabras que expresaran lo que sus ojos me gritaban. Necesitaba mi compañía y yo estaba listo para estar a su lado sin pedir nada a cambio. Porque con Kala las cosas siempre eran así, altruistas. Mis acciones con ella no se basaban en el provecho que podría sacar. Ni siquiera pensaba en las consecuencias de mis actos, simplemente me dejaba llevar por lo que me dictaba el corazón, aunque esas decisiones fueran en contra de mis propios beneficios. 

Una sonrisa fugaz iluminó sus mejillas sonrosadas cuando aparté la sábana, invitándola a acercarse a mí si eso era lo que deseaba. 

No supe que estuve en tensión esos diminutos segundos en los que tomaba una decisión hasta que me vi expulsando todo el aire que había retenido en mis pulmones, preparado para obtener una negativa por su parte que no llegó. 

Aún puedo sentir el calor de su cercanía. Aunque las gotas heladas siguen corriendo por mi cuerpo desnudo, el incendio que despertó en mi interior no ha sido apaciguado. 

Kala siempre ha sido una tentación, una manzana prohibida. Claro que terminó por convertirse en algo más. No me había quedado claro hasta que la vi completamente desnuda frente a mí y lo único en lo que pensaba era en su bienestar y no en devorarla hasta que amaneciera. 

Una vez fuera de la ducha, miro mi reflejo en el espejo, en busca de ojeras que delaten la falta de sueño de la noche anterior, pero no las encuentro. Estaba tan absorto en la paz que se respiraba a su alrededor y tan contrariado por la cálida sensación que me embargó por tenerla entre mis brazos, que el sueño no acudió a mi llamado nocturno. 

Entro en la habitación intentando hacer el mínimo ruido posible. Despertarla no está en mis planes. Me pongo lo primero que encuentro en el armario con la intención de salir de ahí lo antes posible, para disminuir las posibilidades de perturbar su descanso. Esa era la intención, hasta que me permití posar los ojos en su pequeño cuerpo hecho una bola en mitad de la cama. 

Con el calor que hace cualquiera querría deshacerse de las sábanas que abrazan su piel, pero ella no. Según me contó, la hacen sentir más segura y es justo lo que necesita ahora. 

No me doy cuenta del poder de atracción que ejerce sobre mí hasta que me encuentro junto a la cama, agachado a su altura, apartándole el pelo de la cara. Dejo que mis yemas se paseen por sus mejillas machacadas por las lágrimas, que mi contacto borre todo rastro de dolor y que el roce que mis labios en su frente elimine cualquier atisbo de sufrimiento. 

Paso más tiempo del necesario observándola. Detallando el brillo de su pelo, el largo de sus pestañas kilométricas, el rubor de sus mejillas y las pequeñas arrugas que se forman en su ceño cuando aparto la mano. Mi voz interior también se queja de nuestra repentina distancia, pero no puedo luchar contra lo que ya está escrito. Somos hermanastros y pronto habrá un papel legal que lo demuestre. Una unión matrimonial que nos separe definitivamente. 

La ira comienza a burbujear en las venas. Sigo sin poderme creer que haya sido capaz de hacer esto, me lo prometió. Me juró que jamás se casaría con ella, esa era una de las condiciones de mi marcha. 

Salgo de mi cuarto como alma que lleva el diablo. Ni siquiera sé por qué creí en su palabra, no debí haberlo hecho, al igual que no debí aceptar que ella viniera a pasar estos meses a mi casa. Comprendo que es el precio que debo pagar por mis actos, pero la tortura que me supone verla es superior a cualquier castigo terrenal. 

Niego dándole vuelta a las lonchas de bacon que crujen en la sartén. No voy a dejar que me arruine esto también, no pienso darle ese poder. Ni siquiera sé qué hago pensando en esto. Debería centrarme en lo verdaderamente importante, en... 

—¿Dylan? —pregunta una voz diminuta a mi espalda. 

Borro la sonrisa que tira de un extremo de mis labios y me giro para verla. 

No puedo evitar fijarme en la sorpresa que leo en su mirada. ¿No esperaba verme en mi casa? 

—Pensaba que... 

Niego deshaciéndome de la distancia que nos separa.

Intento no fijarme demasiado en el hecho de que está únicamente vestida con unas bragas y mi camiseta que le cubre hasta la mitad de los muslos. Tampoco reparo en la forma en la que la fina tela deja casi al descubierto la perfecta anatomía de sus pechos ni en la hinchazón de sus labios. En su lugar, dejo que mis manos paseen por sus brazos, ascendiendo hasta posarse en sus mejillas. 

La obligo a mirarme, porque no quiero perderme nada de ella y porque necesito que comprenda que lo que estoy a punto de pronunciar es lo más sincero que he dicho en mucho tiempo. 

—No me voy a ir a ningún sitio. Esta vez no —susurro tan cerca de sus labios que me veo tentado a deshacerme de la insultante distancia que hay entre nosotros. 




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