No me molesta la sonrisa que lleva más de media hora intentando disimular. Ni el brillo ansioso de sus ojos que conozco tan bien. Lo que realmente me tiene de los nervios es que, desde el sonido de la primera notificacion que iluminó la pantala -hace más de tres cuartos de hora-su mirada no se ha levantado ni un maldito segundo del móvil. Quién puede ser tan interesante como para mantener su atención tanto tiempo. Joder. Ni que la Reina de Inglaterra en persona hubiera decidido enviarle un mensaje desde el más allá. Llevo una puta hora sentado en la isla de desayuno, moviendo los huevos revueltos de un lado a otro. El sonido de los cubiertos chirriando sobre la superficie del plato es lo suficientemente molesto como para crisparme a mí mismo. Ella, por el contrario, parece ajena a todo lo que suceda a su alrededor. Creo que mi impaciencia logrará romper la vajilla. Como en esa escena de los Increíbles 2.
—¿Tienes quince años, Kala? —ataco desde la distancia con una frialdad digna de estudio.
Mi comentario logra su cometido. Su mandíbula se tensa, rápidamente vuelve a la normalidad. Mierda.
—¿Los tienes tú? Porque parece necesitas la misma atención que uno.
Una sonrisa tira de la comisura de mis labios. No me ha mirado pero sí ha desviado su atención lo suficiente como para dirigirse a mí. Casi suelto una carcajada al darme cuenta de que tiene razón. Soy como un niño pequeño con una rabieta en busca de atención. No quiero ser así. No con ella. Ni con nadie, para ser sinceros. Podría dar un paso atrás, disculparme y seguir con mi desayuno frío. Podría hacerlo si la bilis no me subiera por la garganta cada vez que recuerdo la imagen del tal Jason pintando una sonrisa en la boca de Kala. Me jodió tanto el brillo que ambos desprendían que me volví a largar de casa antes siquiera de poner un pie en ella.
—Tú sabes mejor que nadie que no soy un adolescente.
—¿Lo hago? —enarca una ceja en mi dirección, alejando la mirada del móvil.
Asiento tranquilo. Confiando en que recuerde las noches juntos y rezando por que su mente omita las promesas incumplidas.
—Para lo importante sigues siéndolo.
Su sentencia es clara. Directa. Sincera. Es un reproche en forma de enunciado afirmativo que ya no busca respuesta. Quizás eso sea lo que más me jode. No quiere respuestas. Hace tiempo que parece no buscarlas. Su realidad se ha convertido en la verdad absoluta, mi versión es poco menos que un susurro en la brisa. Tampoco es que yo haya hecho demasiado por explicarle las cosas. Qué podría decirle. ¿Que la quiero? ¿Que no he sido sincero? Puede que confesarle que jamás la he olvidado sea la clave de nuestra situación. Aunque a eso debería añadir una explicación de lo que sucede entre Julia y yo. Claro que para hacerlo, debería primero aceptar lo que siento por la rubia. No sería tan sencillo como confesar que es mi ángel en la oscuridad, el oxígeno en las noches agónicas y mañana interminables. Es mas comolicado que todo eso. Julia es mi imprescindible y Kala un inolvidable.
—¿Podemos tener la fiesta en paz? Sólo hasta que volvamos de la acampada. Por favor —añadió esto último a modo de súplica.
—Jamás he querido la guerra contigo, Kala.
—Tampoco has hecho nada por terminarla.
No. No lo he hecho. No he puesto en palabras los mil perdones que he rogado en silencio. Tampoco he gritado los reproches que taladran mi mente ni he intentado siquiera susurrar la realidad detrás de la indiferencia o la animadversión. Así que no. No he querido la guerra, pero tampoco sería capaz de lidiar con el silencio del fin de la batalla.
La sigo hasta la habitación. No sé en qué momento se ha levantado, pero el frío del salón se vuelve más afilado con su ausencia.
Una mochila descansa en su cama rodeada de ropa tirada de cualquier manera. El caos y desorden son una marca de identidad.
—Tú tampoco has hecho nada. Estás tan centrada en hacerme el culpable de todo que olvidas que somos dos en esto.
Sus manos se detienen en el aire. Una prenda colgando de ellas. El ambiente se vuelve más denso, la electricidad aumentando por momentos. Noto cómo los sentimientos muerden el bajo de mi garganta. Un nudo formándose donde no quiero. Recuerdos punzando sin piedad. Promesas olvidadas, palabras borradas por el tiempo.
—¿Somos dos en esto? —ríe con una negación mientras nos señala—. Vamos Dylan, hace tiempo que dejamos de ser dos. ¿O me equivoco?
Su voz esconde un tinte de esperanza, una acusación agitada. Puedo negar lo evidente. No lo haré. He cometido demasiados errores como para volver a tropezar con la misma piedra evasiva.
—No —concedo apoyándome en el marco de la puerta. Claro. Sincero. Tanto como puedo serlo ahora mismo.
—Lo entiendo.
—No lo haces, Kala.
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Editado: 31.08.2023