De un momento para otro sentí un una frialdad que me helaba hasta los huesos, y ésta se encontraba sobre mí. Rápidamente, me giré retrocediendo a mi vez, apartando abruptamente también así aquella mano que se encontraba en mi hombro. Esos movimientos permitieron que me quedara justo al lado de Ángela y ese vampiro. Quizás había reaccionado de una forma exagerada, pero su aura… no era algo para lo que estar bromeando. Tenerlo así de cerca, me hizo pensar que me encontraba casi en los brazos de la parca. Y dado que aún no podía confiar en él enseguida, lo interrogué, pues no tenía idea de que pudiera estar alguien esperándonos al descender.
—Eres tú… ¿Abigor? ¿Qué haces aquí? —mantuve mi guardia, y le hice ese planteamiento.
—¿Quién es él? —preguntó Ángela, quien tenía sus ojos bien plantados en la apariencia del chico: los orbes de él eran rojizos como el sobretodo que llevaba, su cabello era del mismo color y tan largo, que quizás le media hasta la cintura, también su forma se veía especialmente picuda, pero no exagerado, aunque sí era lo suficientemente arreglado como para darle un aspecto un poco salvaje. Por lo demás, al tener su abrigo abierto, se podía divisar una camiseta negra junto a nos pantalones verde flúor, sin mencionar, que sus rasgos físicos eran muy llamativos, quizás más que nada para las hembras y machos de la raza humana.
—¿No sabes quién es? Él es otro de los duques de los infiernos, dicen que es muy poderoso, y que también sus armas pueden variar desde una lanza a un cetro. Posee sesenta legiones, e incluso dicen que sabe el porvenir y los secretos de las guerras como el arte de hacerse amar por sus soldados —sonreí para mí y agregué—. Sería un poderoso aliado.
—Es un sujeto abrumante —mencionó entre dientes Kamui, después lo vi ponerse frente a Ángela para protegerla.
—¿Tan poderoso es? —preguntó ella interesada.
—Diablos… ¿qué clase de ángel eres que no puedes sentir una simple energía? —la regañé.
—Hey, hey, no deberías ser tan duro con ella, Syrkei. Después de todo te resultará valiosa en un futuro —refutó el pelirrojo—. Perdonen por inmiscuirme, pero parecían demasiado absortos con mi presencia. Tal y como ha dicho el príncipe de las tinieblas, me llamo Abigor. Me gustaría platicar más a fondo con ustedes, así que... ¿por qué no vamos a un lugar más apartado? —mencionó él. Por nuestra parte nos miramos entre nosotros, y finalmente le di el visto bueno a su propuesta.
Prontamente nos apartamos de la gente, y nos subimos a un carro de acero, el cual, por lo que me explicó Abigor, era un transporte nuevo de este siglo. Para más adelante, ya nos encontrábamos todos dentro y trasladándonos al castillo Sir Fon; ese sitio por lo que nos comentaba el pelirrojo, no era tan espectacular, pero al menos podría considerarse como un buen refugio.
Llegamos después de darle unas buenas vueltas a una de las montañas; la edificación se encontraba justo detrás de esa cumbre, y se levantaba firmemente contra las rocas, pero aún estaba lejos de nosotros, es decir, a unos cuantos kilómetros, es por eso que tuvimos que caminar el resto del trayecto, ya que el vehículo no podía con el empinado camino. Una vez terminada la andada, nos tocó el horror de subir innumerables escaleras escabrosas hasta que nos topamos con unos barrotes de hierro negro. Allí fue cuando Abigor hizo un ligero movimiento de muñeca logrando así desaparecer lo que nos impedía el paso.
—Adelante —dijo él, y procedimos a internarnos en ese sitio. En lo que avanzábamos, apreciamos el impactante recibimiento de los jardines, los cuales estaban decorados de toda clase de flores, incluso de yerbas medicinales.
—Esto es una amplia variedad —musité.
—Así es, después de todo, nosotros también usamos las propiedades de las plantas para nuestro beneficio —aclaró Abigor quien estaba delante de nosotros.
—Esas son… —las palabras de Ángela se perdieron al mismo tiempo que detenía su paso, pues señalaba con sus ojos una especie poco conocida para el ojo humano, y que sin lugar a dudas, sólo se encontraba en el inframundo.
—Así que la conoces —me acerqué y ella asintió—. Es inesperado que tengas de éstas aquí —voltee con una mano ya en la cintura hacia el dueño.
—Hay más de esas, y muchas otras especies raras que traje del tártaro. Pero no estamos aquí para hablar de herbología, así que sigamos —de ahí nos movimos al siguiente punto, una sala bien acomodada y que se veía mucho más anticuada que las que había visto hasta el momento desde mi llegada. Una vez todos nos acomodamos, excepto el vampiro, quien se quedó afuera haciendo vigilancia, empezamos con la charla.
—Bien, imagino que tienes un buen motivo para traernos hasta aquí —me crucé tanto de brazos como de piernas, y esperé pacientemente su explicación. Por su parte, él sonrió.
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Editado: 28.01.2019