Las noches en la superficie se habían transformado en algo insoportable, y yo, que me había confiado, nunca antes me hubiera imaginado que esto me pasaría en el otro mundo. ¿Por qué las cosas tenían que ser de este modo ahora? ¿Por qué me sentía tan abrumado por aquella chica? La balanza sólo podía inclinarse a algo que el mismo musgo murmura: el amor. ¿Pero era en verdad eso?, no podía asegurarlo.
—Esto es… ¿amor? —pregunté en voz alta, aún envuelto en un mar de dudas.
—No podría asegurar lo que sientes, pues tú tienes tu propio corazón —aseguró ella, y al poco, apoyó una mano sobre mi pecho con su debida suavidad.
Nuevamente las plantas espectrales volvían a murmurar, queriéndome hacer entender que lo que experimentaba era ese veneno, el cual me invadía hasta hacer hervir la sangre sobre mis mejillas. ¿Entonces era esto? ¿Pero qué debería decir exactamente? ¿Cómo debía responder? No lo sabía, no entendía que era lo que precisamente ella esperaba de mí. Sin embargo, mi cuerpo no parecía creer en lo mismo que yo, y aunque desconocía la palabra amor y sus sinónimos, algo podía llegar a hacer.
Inconscientemente envolví su cintura con uno de mis brazos, y forzosamente la atraje hacia mí, para luego sucumbir ese accionar con un abrupto beso que le llegaría hasta el alma a esa mujer. Mi comportamiento quizás se debía a la motivación de sus palabras, o probablemente a lo que su cuerpo me manifestaba, o también, a su simple apariencia de niña buena, y la verdad, no estoy del todo de acuerdo, pues, de alguna manera, todo de ella me hacía explotar en muchos sentidos.
—¡Hum!, ¡Syrkei! —sus palabras apenas lograron escapar de entre los fieros besos que le propinaba, pero la emoción de aquel encuentro no duró demasiado, porque la mecha que había sido encendida, fue apagada casi en un parpadeo en cuanto ella decidió empujarme, dando por hecho que me alejará de ella—. ¡No podemos, aún no! —me dio la espalda, y se animó a salir corriendo, dejándome, una vez más, en las penumbras de la fría noche. Ante su reciente abandono, mi ira se desató.
—¡Maldición! —vociferé, y dejé caer mi puño incandescente contra uno de los muebles, el cual fue destrozado por aquella fuerza sobrehumana que no pude contener.
Mucho más tarde, caminé por la sala siendo acompañado por el silencio, y me detuve de improvisto frente a un antiguo librero, que casualmente, justo cuando voltee hacia el dichoso, me mostró un libro que destacaba por estar mal colocado. En mi aún desdichado mal humor, me acerqué con la intensión, no de acomodarlo, sino para quemarlo, pero apenas lo sostuve entre mis dedos, noté que se trataba de literatura romántica. Por un momento, me quedé pensando en la anterior situación, y por pura curiosidad le eché un vistazo a las hojas.
“Lili, te amo, Lili, eres todo lo que necesito, y no hay nada que me detenga ahora.”
Las palabras con las que me topé hicieron que inmediatamente lo cerrara, pero por un instante dude. ¿Y si me servía? Entonces, volví a abrirlo, esta vez desde el comienzo, y empecé a leer, a leer y a leer, hasta que la noche llegó a su fin.
La mañana mostraría nuevamente mi rencor, pero al menos tenía nueva información en mi cabeza, y a pesar de la furia que me recorría, la próxima vez podría responderle de forma adecuada a esa mujer.
—¡Es hora de irnos, Ángela! —aparecí de improvisto, viendo a Abigor con ella desayunando, como siempre, yo llegaba momentos después.
—¿Buenos días? —dijo algo cohibida.
—Esa no es una forma adecuada de empezar el día, ¿no cree señor Syrkei? ¿Por qué no desayuna primero y luego vemos a dónde hay que dirigirse? —me preguntó el pelirrojo con una sonrisa, al mismo tiempo, levantaba una copa de vino.
—No tengo tiempo para estas cosas —me quejé, pero aun así me senté.
—Dices eso pero te has sentado —se burló él, y yo me enfadé de nuevo.
—¡Suficiente! —me levanté dando un golpe con ambas manos en la mesa, lo cual provocó miedo en los ojos de aquel ángel. Luego señalé a Abigor—. ¿Vas a ayudarme o no?
—Por supuesto, pero primero hay que calmarnos un poco. No es como si tu objetivo se fuera a mover —me aseguró.
—Bien —ya cansado de discutir, volvía a mi posición anterior, y me acomodé para desayunar con desgane—. Los espíritus de este castillo rumorean que el próximo al que tengo que ir a visitar es a Addu —ese demonio es conocido como el Dios Babilónico de la tormenta, también tiene el nombre de Adad, posee una forma poco agraciada, y es por ello que prefiere estar con apariencia humana.
—Él no nos acompañará a menos que tenga una buena razón para ello —mencionó Abigor.
—Ese demonio también es muy poderoso, amo —agregó Kamui. Ambos lo miramos, y volvimos a la charla.
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Editado: 28.01.2019