Habían pasado tres días y por fin me iba del hospital. Mi madre no regresó a verme desde aquel día, pero Samuel y su esposa estaban al pendiente de mí las veinticuatro horas. Ambos habían intentado hablar con ella, pero no había habido manera alguna de hacerla entrar en razón, por ende me quedaría en su casa.
Fred tampoco se había presentado por allí. Todo el personal del hospital sabía que no podía entrar a mi habitación.
La doctora Rodríguez había estado muy presente en mi día a día en ese lugar, habíamos hablado bastante y habíamos decidido que iría a verla a su consulta privada tres veces por semana, y cuando lo necesitara. Aún no le había dicho nada de lo que Fred me hacía y no pensaba hacerlo, al menos no en mucho tiempo...
Ella era muy paciente y comprensiva conmigo, hablamos de Christian, le dije que era mi hijo realmente y que fue un accidente. "Cielo, tenías 14 años cuando te embarazaste eras una niña ¿Seguro que fue un accidente?", me preguntó, yo le dije que sí, que fue un accidente, con un chico de Florida del que jamás supe de nuevo. Ella no preguntó más, pero obviamente no se tragó la respuesta. Hablamos del bebé actual, me preguntó por un novio. Le dije que fue en una fiesta de la universidad, había bebido tanto que ni recordaba de quién se trataba. Ella solo asintió y escribo en su libreta. Tampoco lo creyó, era obvio que sospechaba algo, pero nunca me dijo nada. No me presionaba, se lo agradecía profundamente.
El día de mi salida, el doctor vino a despedirse y no pude evitar pregúntale por Stefan.
—Perdone doctor...
—James. Ya lo habíamos hablado, dime James.—Me respondió con una amable sonrisa.
—Sí... James. Quiero preguntarte algo. Es sobre un chico que vino a verme el día que desperté.
—¿Un chico? No sé de qué hablas. No vino nadie a verte excepto tu familia, bueno y tu amiga Sasha, pero estabas dormida en ese momento.
—¿Seguro? ¿No se topó con él? Era alto, vestía de negro y su pelo era de color ceniza. Salió unos segundos antes que usted.
—Puede que lo soñaras o lo imaginaras, estabas bastante sedada. Ningún hombre con esas características estuvo por aquí. Créeme, con ese aspecto lo recordaría.
—Oh, está bien.—Quizás fuese uno de los locos del ala de salud mental. ¿Quién sabe? Lo mejor era superarlo y ya está. Lo más probable es que no volvería a verlo.
Cuando el doctor salió de la sala le llegó el turno a la doctora Rodríguez.
—¿Lista querida?—Me preguntó amablemente.
—Sí. Ya tengo todo listo.
—Bueno, entonces nos vemos pasado mañana como lo acordamos. Si necesitas hablar antes de tiempo llámame.
—Sí, lo haré.—No iba hacerlo. Siempre que me sentía mal y deprimida, siempre qué sentía ganas de cortarme, nunca se lo decía a nadie. Siempre me lo guardaba para mí. No quería que nadie conociese mi talón de Aquiles y me atacara de una forma horrible. Era mejor mantenerse callada y tratar de sobrellevarlo sola. Al menos esa había sido mi vida durante varios años.
—Bueno, entonces vamos, Susan te está esperando fuera.—Sam tenía que trabajar, por lo tanto Susan vino a recogerme al hospital para llevarme a mi nuevo hogar, al menos durante un tiempo, lo que menos quería era causarles problemas.
Salí junto con la doctora Silvia, Susan me esperaba con una cálida sonrisa en la puerta del hospital.
Susan era una mujer de piel negra, como su marido, sus ojos color chocolate siempre estaban protegidos por unas gafas a juego con lo que llevara ese día. Era alta y delgada, cosa que le había costado sudor y lágrimas después del embarazo, no era una chica de complexión delgada, así que se cuidaba mucho, comía sano y hacía ejercicio, no fumaba ni tampoco bebía. Era todo un ejemplo para su hija sin duda. Su cabello era corto y lleno de rizos teñidos de caoba.
—¡Hola cielo!—Me saludó enérgicamente.
—Hola.—Le respondí.
—Bueno, la dejo en sus manos señora. No deje que olvide nuestra cita de pasado mañana.
—No hay problema doctora. Yo me encargo, ¿vamos?—Yo asentí y juntas salimos del lugar.
Tardamos quince minutos en llegar a la casa de mi padrino. Durante el trayecto Susan y yo no hablamos mucho, yo no tenía ganas, y ella lo respetaba. Lo único que me dijo fue que ella y Sam fueron a buscar algunas de mis cosas a mi casa, bueno, a la casa de mi madre, bueno, a la de Fred. Obviamente no pudieron sacar todo, pero lo harían en cuanto pudieran.
Llegamos a su casa y lo primero que hicimos fue ir a mi nueva habitación.
—Es el cuarto de invitados, pero ahora será el tuyo.—El cuarto había sido decorado a mi gusto, o por lo menos lo habían intentado.—Tu color favorito es el negro ¿Verdad? Y el segundo que más te gusta es el azul, ¿cierto? Hice lo que pude por adaptarme a tus gustos, espero que sea de tu agrado.—Las sábanas de la cama eran de color negro, como las alfombras, cortinas y algún que otro adorno. Las paredes en cambio, eran de color azul.