Ubi sunt: ¿qué fue de quiénes vivieron antes que nosotros?

Desde la Tierra

El sol todavía no salía cuando Desmond despertó con la alarma de su reloj. Bostezando, se puso de pie. Empezó a recordar lo que le había dicho a su madre el día anterior sobre su incapacidad de encontrar razones para levantarse y rio para sus adentros. "Parece que para esto sí estoy motivado", pensó sonriendo.

Luego de bañarse y cambiarse ropa, se dirigió a la cocina para desayunar y allí se encontró con su madre que estaba con una bata y el pelo desordenado por estar recién despertada.

—Veo que estás bien animado —le dijo sonriendo débilmente.

El joven no encontró que lo dijera en un tono precisamente alegre. Mas bien parecía adolorida, y entendía el por qué, pero no sabía como ponerlo en palabras. No quería ofender o faltarle el respeto a su madre, no lo merecía.

—Es que a mí me gusta visitar a mi tío, me... distrae.

—¿Te distrae de vivir con nosotros?

"Joder", pensó él. 

—Mamá, no digas esas cosas, no es eso —contestó alterado. Esa actitud de ella se había vuelto común para ella tras el fallecimiento de papá. 

—¿Entonces por qué encuentras ánimos para cualquier cosa menos estar aquí?

—¡Yo qué sé, ojalá entendiera a mi cabeza! —le contestó subiendo la voz. Esa actitud le molestaba mucho, y poco o nada ayudaba a mejorar su situación.

—¿Y entonces? ¿Cuál es el punto de ir allá?

—Porque me voy a poder recuperar con una persona que se siente bien, en vez de cargarte a ti el peso de mis emociones... cosa que ya no puedes.

No mintió, esa era la verdad. Antes, cuando él estaba mal, su madre era su apoyo y lo mismo pasaba cuando era al revés. Luego de la muerte de su padre, parecía que ninguno era el apoyo del otro. Y eso era algo que le molestaba mucho, pues no sabía cómo salir rápidamente del atolladero. Sí, su hermana era su apoyo, pero no era suficiente, y tampoco pretendía que ella colapsara.

Su madre tenía pensamientos similares. Hacía mucho tiempo que no se había sentido así de mal. Era tanto lo que tenía guardado que no sabía como expresarlo, y a eso le agregaba la extrañeza que si no lo expresaba lo suficiente, empezaba a tener retortijones, mareos y dolores de espalda. Lo que principalmente hacía era aumentar el tono de su voz o hablar mas sardónico a la mas mínima molestia. No le quedaba de otra, y aun así se solía quedar mal por hacerle eso a sus hijos, especialmente a Desmond, quien tampoco lo llevaba bien. También había pensado en viajar lejos para relajarse con su familia, pero ¿cómo iba a darles de comer si no trabajaba? Tenía que seguir trabajando e ingeniárselas para aguantar, y si su hijo podía dar los pasos correctos, que así fuese.

Ella asintió, y comenzó a preparar parte del desayuno para su hijo, mientras que él hacía otra parte, sin dirigirse ni un sola palabra, ni siquiera cuando se sentó a tomar su leche hervida con una rebanada de pan con mermelada de durazno, con ella acompañándolo a la mesa. Incluso cuando se fue de la casa, con su gran mochila a su espalda llena de ropa y algunos utensilios personales, la despedida fue frívola. Un simple "adiós" y besos a la mejilla por parte de ambos para luego dirigirse a pie a la estación. Cuando Irène cerró la puerta y volvió a su pieza, se encontró con Carolina frente a ella.

—Mamá, tenemos que hablar.

El cielo estaba empezando a clarear lentamente, las últimas estrellas estaban brillando para dar paso al Astro Rey. Desmond, completamente abrigado con una chaqueta y un polar, esperaba a su tío. La razón principal de esto era porque su madre no se llevaba bien con el hermano de su padre. No entendía bien las razones, pues ninguno la mencionaba, pero aun así ella le permitía verlo cuando quisiera, además de que ninguno de ellos hacía comentarios despectivos hacia el otro en presencia del joven.

El sol estaba a punto de salir justo cuando apareció su tío montando un caballo. El joven Péricand se acercó y le saludó. 

—Tío Joseph, ¿cómo está? —le dijo con alegría en su voz.

—Muy bien Desmond, ¿y tú como has estado? —le contestó mientras estiraba la mano, contestando que estaba bien, acompañado de unos golpes de palmas como saludo.

Inmediatamente Joseph bajó y ayudó a su sobrino a colocarse en la parte de atrás de la montura, seguido por él y empezar el viaje. 

Fueron hacia el sureste, llevando al sol al frente cuando este salió. El camino seguía un río en paralelo, por lo que continuamente escuchaban el sonido del agua fluir. El caballo iba haciendo un trote tal que evitaba que sus jinetes saltaran mucho en su silla. Desmond iba sujeto a la chaqueta de su tío para no caerse. Durante el viaje conversaron de varios temas, entre ellos lo que habían hecho esos días, cómo fueron los últimos días de clase, entre otros. El viaje fue largo, teniendo que detenerse cada cierto tiempo para descansar tanto ellos como el animal, el cual iba a comer pasto y beber agua del río, mientras que Desmond y Joseph se sentaban bajo un árbol a comer pan y beber agua que traían en una cantimplora de metal.

Finalmente llegaron a su destino pasado el mediodía. En medio de un largo valle, había una casa de madera hecha con troncos que se usaron directamente tras talarlos, sin pinturas ni nada, coronado con una chimenea de piedras sostenidas con cemento. Junto a esta había un pequeño establo donde dejaron al animal antes de entrar. 

Nuevamente Desmond no había dormido bien, pero había logrado aguantar el viaje, sintiéndose bien durante casi todo el mismo. Ni la jaqueca había podido carcomer su emoción. Ahora sin embargo, solo tenía ganas de ir a dormir, cosa que su tío permitió. Durmió todo el día, y solo levantó al atardecer, cuando cenó con su tío una sopa de lentejas, mientras su tío le conversaba animosamente.

—¿Y cómo ha estado la escuela? ¿Qué tal tus compañeros?

—Estaban muy bien, la profesora volvió a la ciudad al terminar las clases. Ah, y también hubo un paso de Rangers, y vinieron Sophie y Hans a visitarnos. Fue muy bonito —comentaba alegre mientras degustaba las semillas de su plato.




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