Habían pasado cuatro días de aquello. El joven Péricand dormía por fin plácidamente cuando de pronto una mano empezó a zarandearlo. Con una fuerte modorra despertó, dándose cuenta que todavía era de noche. Allí estaba su tío sosteniendo una linterna que se cargaba con un dínamo apuntando hacia la pared.
—Desmond, despierta rápido —le decía con un claro tono de pánico. Recién allí el joven se percató que por fuera de su casa sonaban sonidos de vehículos mecanizados andando. Empezó a sentarse sobre su cama lentamente, cosa que molestó a a Joseph.
—Mas rápido, no tenemos tiempo.
—¡¿Qué pasa?! —le preguntó molesto por la soñolencia.
—Zombies —fue la respuesta cortante que dio.
El sueño se esfumó de repente. Se avivó de forma repentina, con el corazón empezando a acelerarse. ¿Por qué? Sí, le habían contado sobre los zombies, lo que habían hecho y lo peligrosos que eran, pero nunca había visto uno, y el pánico se le contagió. ¿Era acaso por el miedo a un ser así, o era porque eran algo completamente nuevo y desconocido para él?
—¡Desmond!
El joven se irguió y se levantó bruscamente. Se puso la misma ropa que se puso el día anterior y su tío le dijo que no llevara el resto de ropa y artefactos que tenía, pues tenían que irse rápidamente, y antes de subirse al caballo, le abrigó con una chaqueta gruesa para el frío de la noche. A diferencia de antes, Desmond se sentó delante del jinete, ya que de esta forma podría sostenerse en los brazos de él si se iba para el lado producto del sueño.
Sin embargo, esto no sería necesario, pues en cuanto salieron, no tardaron en aparecer otros camiones cargados con soldados que iban en la misma dirección que ellos, y los constantes sonidos de los motores rugiendo, las ruedas girando sobre los caminos de tierra y las escasas zonas pavimentadas eran suficientes para mantenerlo despierto a pesar de todo. Ni siquiera cuando los mismos se alejaban o tomaban una desviación y solo quedaba el sonido del trote del caballo le hicieron dormirse, pues seguía teniendo la adrenalina alta. Tenía temor, y solo quería saber si su hermana y su madre estaban bien. Y al parecer el animal se contagió de la misma sensación, pues apenas se detuvieron para descansar y comer, y aun así logró trotar sin cansarse o recriminar, aunque aun así estaba sintiendo las secuelas de esto, pues los ojos empezaron a ponerse rojos y empezó expeler espuma por el hocico.
Estaba amaneciendo cuando por fin llegaron a vislumbrar la recta final del camino que llevaba hacia su casa y poblado, que iba paralelo al río. Y entonces se detuvieron impactados.
Una columna de humo sobresalía entre los árboles, teniendo de origen el centro de Falaise. El miedo controlado del joven se desbordó, transformándose en pánico. La idea de que podría perder a su familia la había mantenido alejada, pero ahora le empezó a dominar.
—¡Tío, rápido, hay que ir a casa! —exclamó con la voz quebrada.
Joseph logró controlar el pánico el tiempo suficiente para reaccionar y volver a apear al caballo para llegar rápidamente a su destino.
Sin embargo, esto no pudo ser, pues se toparon con una columna de Rangers que estaba cortando el camino, justo antes de un bosque, a tan solo un kilómetro de su hogar, con camiones y posiciones con ametralladoras. En cuanto se acercaron, varios de esos soldados se acercaron a ambos y se les dirigieron con poca delicadeza, diciendo que no podían pasar porque la zona al otro lado se había infestado de zombies. El pánico de Desmond creció.
—¡Mi hermana y mi mamá están allí!
—Lo sentimos niño, pero no hay nada que podamos hacer.
—¡¿Y si escaparon, dónde fueron?! —preguntó aferrándose a cualquier esperanza que tuviera.
—No lo hicieron, nadie pudo evacuar cuando aparecieron ellos, pues cercamos todo.
Fue todo. Bajó del caballo tan bruscamente que se estrelló contra el suelo, pero no le importó, si no que se levantó a pesar del dolor de los moretones y se dirigió corriendo a atravesar el cordón, pero no pudo hacer nada, pues antes de empezar a correr algunos soldados lo agarraron y evitaron que siguiera. Él comenzó a reclamar que lo soltaran, y no escuchaba sus palabras. Solo se detuvo cuando reconoció una voz entre medio de todas ellas que se dirigió con su nombre. Era la voz de Walter. Fue allí donde se calmó, quizás por la sorpresa. El señor Gallagher no paraba de decirle que no entrara, que no se arriesgara de esa manera, para justo ser interrumpido por un grito.
—¡Blancos a la vista! —exclamó un soldado, y todos miraron hacia el bosque, incluyendo el joven. Entre los árboles apareció un grupo de zombies.
Era la primera vez que veía uno en su vida. Sus cuerpos se balanceaba en todas direcciones, teniendo sobre la misma harapos que antaño debieron ser ropas que se fueron desgarrando a lo largo del tiempo, así como zonas del cuero cabelludo al descubierto. Pero lo mas característico era su piel, pues parecía desteñida en varias zonas, como si tuviera vitiligo. Todo rematado por unos ojos opacos con la mirada perdida. Desmond ni siquiera tuvo tiempo para procesar la figura que veía, pues ante un grito de "¡fuego!" toda la milicia empezó a disparar hacia ellos, cayendo de bruces mientras sangre y carnes saltaban por los balazos que atravesaban los cuerpos. Fue tan fuerte el ruido de los disparos que tuvo que taparse los oídos con sus manos para aguantarlos mejor.
Seguido de esto, lo agarraron y arrastraron hasta un carro, mientras el que parecía ser el superior comenzó a hablar por radio, recibiendo un mensaje.
—Cerco cerrado señor. Proceda, cambio.
Cuando el joven hubo subido al vehículo, con Joseph estando cerca montando su caballo, escucharon lo que parecía ser el sonido de un avión acercándose. Muchos miraron hacia la dirección de donde venía. Desde el cielo un avión con motor de reacción pasó a toda velocidad y arrojó dos grandes cilindros por la zona donde estaba el pueblo. Al impactar, una gran explosión en forma de llamas azules salió hacia arriba asomándose por entre los árboles, mientras una onda expansiva caliente impactaba a todos los presentes.