Ubi sunt: ¿qué fue de quiénes vivieron antes que nosotros?

Secuelas

El grupo de Walther había ido al sureste de la ciudad, bastante lejos, a preparar una expansión del cable telegráfico. Joseph iba con él, junto a otro grupo de civiles voluntarios para ayudar en tareas de construcción y logística. Era ya la tarde cuando las noticias del ataque zombie a Craco llegaron. Un fuerte terror se apoderó de ambos, pues sabían que sus hijos y sobrino estarían en esa ciudad. A pesar de que todo el grupo iba a regresar a ayudar, ambos decidieron adelantarse a los suyos, montando a caballo para viajar a toda velocidad. Siguieron exactamente el mismo camino de ida y no se detuvieron en todo el viaje, forzando sus monturas al límite, pues estaban tan preocupados por sus retoños que solo querían llegar lo antes posible, y era algo cuya respiración, ojos muy abiertos y pensamientos fatalistas que se les cruzaban de vez en cuando ayudaban a alimentar. 

Llegaron justo después de que se hubiese puesto el sol tras las colinas al oeste. Los caballos estaban con los ojos rojos y la boca babeante producto del viaje desesperado. Craco estaba cercado por Rangers (en cuarentena como les decían ellos) y no permitían entrar a nadie que no fuera militar. Joseph aceptó y le pidió a Walther que fuera a ver a Desmond por él. Apeó al animal, aunque ahora a paso mas tranquilo, y cruzó la gran puerta ahora abierta y se dirigió el centro de la ciudad. Patrullas de Rangers y la milicia citadina iban por todas direcciones, armas en mano listas para atacar en caso de ver un zombie. Algunos se daban vuelta y se quedaban mirándolo un momento antes de regresar a sus labores. El alumbrado público ya se había encendido. 

Cuando llegó al centro de la ciudad, vio que la plaza y algunas calles adyacentes estaban llenas de tiendas de campaña, pequeñas fogatas donde habían soldados alrededor y camiones que estaban estacionados. Aquí una patrulla le detuvo y le preguntó qué pasaba, a lo que respondió que buscaba a unas personas. Le dijeron entonces que bajara y que ellos se encargarían del animal. Aceptó y tras dejárselos, empezó su búsqueda. Buscó primero entre las tiendas de campaña y las fogatas, pero no tardó en darse cuenta que no había ni un solo recluta entre ellos. Cambió de planes y se dirigió al gran edificio central, encontrando a varios rangers muy jóvenes sentados en las veredas y en las escalinatas que llevaban al edificio, ya sea comiendo, bebiendo o haciendo nada. Todas sus miradas reflejaban cansancio y hastío, cosa que no le sorprendió, aunque le hizo preguntarse qué tanto habrán tenido que hacer durante los combates. 

Finalmente los encontró sentados en una esquina de las escalinatas, bebiendo agua de sus cantimploras. Esperaba encontrarlos en similares condiciones que los demás, pero al fijarse mejor, encontró algo que no había visto en los otros. La mirada era algo mas que simple cansancio. Era dolor, sufrimiento, sentir por la pérdida. Las había visto antes. La vio en Desmond tanto durante el funeral de su padre como tras huir del ataque zombie. La vio en él mismo y sus compañeros cuando perdieron camaradas por primera vez en una expedición. Tragó saliva al pensar que tuvieron que experimentar la pérdida tan prematuramente. Aun recordaba sus sonrisas cuando subieron a los camiones que les llevarían para la instrucción y volverse rangers, que contrastaban fuertemente con su situación actual. Se acercó a paso lento hasta que ellos giraron la cabeza, y sus miradas cambiaron a algo de extrañeza, quizás por verlo tan pronto, pero inmediatamente regresó el dolor. Hans parecía estar destrozado, no lo había visto así nunca. Podía verlo enojado, frustrado, que eran las emociones que mostraba en situaciones donde otros llorarían. Esta era la primera vez que lo veía así, y tenía miedo de preguntar qué había pasado. 

Para el joven Gallagher, su mente estaba destrozada. No sabía qué hacer, cómo reaccionar. Quería liberar una gran cantidad de emoción acumulada, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo. No tenía ganas de nada, ni de patear cosas, ni gritar. Instintivamente se puso de pie luego de reparar en su padre para después quedarse quieto, tambaleándose. Walther se acercó a su hijo lentamente y le dio un abrazo. Él sabía que dada su condición no les gustaban, pero por alguna razón decidió ignorar y hacerlo. Y fue lo mejor, pues inmediatamente le respondió, haciendo exactamente el mismo gesto y empezando a llorar sueltamente. Sophie también se puso de pie y fue a abrazar a su padre, soltando también las lágrimas que tenía acumuladas. Se sentía mal por ella, su hermano, su amigo, por Valentina... por todo. Desmond fue el último en ponerse de pie y acercarse, iba lento y casi cojeando, como si todos sus músculos le doliesen. Pensaba en su tío, pero por alguna razón no le daba mucha importancia. Sabía que estaba bien y que solo dejaron entrar a Walther porque él era militar, ¿cierto? No terminó por abrazarlo, pues pensó que interrumpiría el momento de sus dos amigos, pero lo que sí se ganó fue unos cariños en la cabeza por parte del Señor Gallagher que le hicieron sentirse mejor.

Siguiendo el protocolo regular, ninguna actividad se pudo llevar a cabo hasta que se concluyera la limpieza de la ciudad, revisando cada recoveco hasta confirmar que no quedara ni un solo zombie, cosa que se logró al cabo de cuarenta y ocho horas. Oficializado eso, comenzó la recolección de los cadáveres, los cuales seguían la gran mayoría abandonados en varias zonas. De entre las pocas excepciones estaba la de Valentina, cuyo cuerpo fue retirado y hecho guardia todo ese tiempo por Paulo y Asama. Ahora pudieron ir a buscar los restos mortales de Mason y Claire, con el primero destrozado tanto por la detonación de su bomba como por los zombies que trataron de comerlo, y la segunda seguía tirada con el agujero atravesando el cráneo. Algunos fueron inmediatamente reconocidos, mientras que otros lo fueron tras ser llevadas a las llanuras en las afueras de la ciudad.

Pero no fue la única situación desagradable con la que tuvieron que lidiar. Hubo una gran cantidad de heridos que fueron infectados por el virus. Los que no terminaron por suicidarse fueron llevados en estado de shock al hospital improvisado dentro del edificio municipal central, principalmente en el gran salón, donde eran instalados en camillas que fueron separando mediante separadores de oficina que trasladaron hasta el lugar. Los médicos en particular debían cubrir su cara y la mayor parte de sus extremidades, para así no contagiarse del virus. Lo mas jodido de todo era tener que lidiar con el hecho de que varios sabían que iban a morir pronto, lo cual tanto para el paciente como el doctor era una carga muy grande. Algunos de los primeros mostraban apatía, otros lloraban y gritaban espontáneamente, y varios pedían ver a sus familiares, cosa que no podía ser porque estaban encerrados abajo y tenían que prepararlos para que pudieran verlos. Los que eran de la ciudad tuvieron que lidiar con todo esto durante las primeras horas, pero luego, con la llegada de médicos pioneros, mas capacitados para estos casos, la situación se estabilizó. 




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