Janira se encontraba frente a la que había sido su casa, un departamento en el segundo piso de un edificio de cuatro. Desde que entró al mismo, se había puesto muy nerviosa. El portero le había mirado y aunque no la reconoció a la primera, cuando lo hizo, le saludó moviendo alegremente las manos. Ella respondió con un movimiento mas cansado y siguió sin mas, sin darse cuenta que él quería decirle algo, pero como era de edad, no pudo seguirle el paso ni gritar mas fuerte, pero tampoco importó mucho. "Que lo descubra ella", pensó.
Llegó al frente de la puerta y su corazón estaba latiendo fuertemente. Tenía la mano en forma de puño frente a su cara temblando, no sabiendo si debía llamar. La vergüenza ya se notaba en su cara enrojecida. Entonces notó algo raro, pues parecía escuchar una conversación al otro, entre su padre y una joven. Extrañada, pero todavía dominada por los anteriores sentimientos, llamó a la puerta con golpes tímidos. La conversación cesó y alguien se acercó a abrir. Al otro lado apareció la figura de su padre, cuya cara de tranquilidad cambió a una mezcla de sorpresa y emoción.
—¿Janira?
—Hola papá —contestó con una voz cada vez mas quebrada. Se dejó caer y fue recibida por un abrazo por su progenitor.
—Hija, mi hija... que bueno que estás a bien —dijo él con una voz igualmente mas quebrada. Ella por su parte comenzó a soltar lágrimas y a sollozar.
—Papá, yo... yo...
—No digas mas, entra a casa.
Al cruzar el umbral, se sacó la mochila y la lanzó a un lado. Y al mirar a la sala de estar, vio a la otra persona que estaba allí. Era una joven de su edad, pero que no reconocía.
—Janira, me alegro de volver a verte.
—¿Gabi? —preguntó sorprendida al reconocer la voz. Las dos coletas que usaba con su pelo negro le habían engañado, aun tenía la imagen de la chica de piel blanca con el pelo largo y suelto, o con un tomate. La misma se acercó y le tendió la mano, a lo que ella respondió de la misma manera, para luego ser invitada a sentarse en un sillón. Su padre apareció con un vaso con agua. Al beberla, la encontró dulce. "Agua azucarada", pensó, recordando el método que él había empezado a usar cuando ella se alteraba mucho, trayéndole memorias que no esperaba rememorar.
—Janira, ¿quieres conversar de algo? —preguntó su padre también sentado en un sillón. Ella, con las manos temblorosas, intentaba pensar qué decir. Por dónde empezar, qué mencionar, qué omitir, cómo decirlo. Empezó contando como había armado las relaciones con sus compañeros, a los que caía bien y mal y las cosas que hacía. No se guardó nada, y no alcanzó a notar la pequeña decepción que mostró la cara de su padre al escuchar de su actitud. Llegó finalmente a la batalla que tuvieron hace poco, incluyendo como fueron muriendo los miembros de su escuadrón, teniendo un fuerte dolor de estómago al contar la parte de Valentina.
—Yo... no sé por qué me molesto tanto con su muerte. Nunca la traté bien, y siempre fui distante con ella. No entiendo, y me molesta eso.
Al terminar de contar, sus interlocutores no respondieron inmediatamente. Tras organizar sus ideas, fue su antigua compañera quien le respondió.
—Es porque eres buena persona Janira.
Ella la miró sorprendida por la respuesta.
—Yo recuerdo perfectamente cómo eras antes. También recuerdo cómo cambiaste, ¿pero sabes? Siempre vi en ti a esa persona que conocía de inicio de primaria, aunque luego me alejara de ti, y lo siento por eso. Y eso es algo que comprobé cuando decidiste ser ranger.
"¿Sabes que ha pasado con tus compañeros de escuela? Todos eligieron trabajos y ramas de estudio que les permitirían vivir tranquilamente dentro de la ciudad. Yo me incluyo. Ninguno sería capaz de partirse el lomo por la situación de otro si eso comprometiera su comodidad. Esa no es la actitud que tendría una persona que quiere ser pionero, ellos son todo lo contrario. La gente de acá se equivoca, los que va a fuera no es gente fracasada o que no calce dentro de la ciudad, es gente que está dispuesta a entregarlo todo por los demás, y por eso no les llama la comodidad y privilegios de vivir dentro de la ciudad, y tú me lo has demostrado".
—¿De verdad? —preguntó Janira un poco mas tranquila pero totalmente embelesada por las palabras de su... amiga.
—Sí. ¿Tú crees que ellos se hubieran arriesgado a enfrentarse a los zombies para que todos pudiésemos volver a nuestras vidas? Claro que no, hubieran esperado que otros hicieran el trabajo —. Calló un momento, agachando la cabeza —. Yo soy uno de ellos. Yo no me veo capaz de arriesgarme a morir por querer ayudar a otros, me da pavor la idea de enfrentarme a los zombies o a lo desconocido. Por eso vine, porque mínimo te quería agradecer a ti y a tus camaradas por todo lo que hiciste.
Las emociones dentro la joven Gimpert empezaron a cambiar lentamente. Del caos se pasó a tranquilidad, sus extremidades dejaron de tiritar de a poco, y se sentía bien de que Gabi hubiera venido y le hubiera dicho todo eso.
—A decir verdad, ella tiene razón —agregó su padre —. Desde que tu madre falleció y comencé a criarte sola, decidí que tuvieras siempre lo mejor, y que estuvieras lo mas cómoda y querida, porque pensaba que así no te sentirías excluida de alguna manera y decidirías no volverte ranger. Por eso nunca tuve problema en contarte todas esas historias, porque pensé que las dejarías como anecdóticas, y que el sentimiento de vivir aquí en paz sería mas fuerte. Eso es un prejuicio que incluso los pioneros tienen, y es algo que he terminado dándome cuenta que estaba equivocado. No es el sentimiento de exclusión lo que hace que otro quiera ayudar a otro, si no un sentimiento innato para ver al otro realizarse que a veces sobrepasa y va mas allá de la situación en que estés. Y tú hija, lo has demostrado.
Colton se acercó a su hija, se inclinó para quedar a su nivel con ella sentada y le puso su mano en el hombro.