Un grupo compuesto por Juan Carrasco, Janira y Vitka (perteneciente a Vengeur) fueron al cuartel donde se habían reunido con el oficial local anteriormente. Iban acompañados por Adela y Antonio como intermediarios, quienes le dijeron el nombre del susodicho, Manuel Urrutia. Al entrar al edificio, muy pocos se voltearon a mirar, pues parecían muy ocupados en sus tareas. Llamaron al oficial, quien apareció molesto por haber interrumpido su trabajo.
—¿Qué pasa pioneros? —preguntó bruscamente.
—Buenas tardes señor Urrutia, queríamos venir a comunicarle que nos quedaremos un poco mas, pues queremos ayudarles a luchar contra San Francisco.
No hubo respuesta inmediata. Ni siquiera un cambio mínimo en su expresión facial. No supieron cuanto tiempo estuvieron detenidos antes que diera una respuesta.
—Vengan, acompáñenme a mi oficina —. Se dio vuelta y comenzó a dirigirse a unas escaleras cercanas, y el grupo fue detrás de él.
Allí notaron que el edificio no había sido restaurado. Las paredes estaban sin color y agrietadas en algunas partes. Algunas plantas crecían en los rincones o colgaban del techo. Ya en el segundo piso siguieron por un pasillo hasta llegar a lo que parecía haber sido una oficina en el pasado. Al medio vieron una gran mesa con un mapa que luego reconocieron era todo este lado de la bahía de San Francisco con varias líneas y marcas dibujadas. Al otro había una silla sobre la que se sentó Manuel, mientras sus acompañantes se quedaron de pie.
—Muy bien —comenzó el superior —. ¿Qué es lo que pretenden?
—Pues eso —contestó Janira —. Ayudarles a luchar contra la ciudad fortaleza.
El señor Urrutia se acariciaba la barbilla pensativo.
—Pregunta. ¿Nos quieren ayudar contra Pancho porque se apiadaron de nosotros y quieren echarnos una mano, o porque odian mucho las ciudades fortalezas?
Los cinco se intercambiaron miradas de extrañeza.
—Yo conozco a los pioneros y su odio a las ciudades-fortalezas —continuó —. A la vez, yo no confío en una alianza que funcione en base al "el enemigo de mi enemigo es mi amigo", ya que en cuanto tal enemigo común desaparece, los dos restantes vuelven a matarse, y no dormiría tranquilo sabiendo que unos potenciales enemigos duermen junto a mi. Quiero saber si les mueven mas el odio hacia ellos, o el respeto hacia nosotros.
Tras un momento de silencio pensativo, la joven Gimpert habló.
—La mayoría de los nuestros querían irse de aquí, porque no confían en ustedes. La sola idea de enfrentarse a San Francisco no se les pasó por la cabeza. Para que le de una idea.
—Ninguna de las anteriores parece —contestó el oficial Urrutia, juntando sus manos y jugando con sus dedos índice —. Bien, les dejaré luchar con nosotros. A fin de cuentas, no puedo dejar de pasar esta oportunidad.
Se levantó y con su mano les dijo que se acercaran para luego empezar a mostrar el mapa. Apuntó con su dedo a un punto que decía "West Oakland".
—La comunidad afroamericana de aquí está teniendo ataques mas fuertes de los citadinos que vienen del centro de Oakland —. Indicó el lugar llamado "Downtown" con rayas diagonales y las letras S y F—. Creemos que podrían estar planeando un ataque para cerrar ese flanco antes de dirigirse hacia acá. Quiero que ustedes vayan a apoyarles.
—Por supuesto —respondió Juan Carrasco —. Solo díganos las instrucciones e iremos.
—Se las diré dentro de los próximos días, tenemos que esperar a que lleguen las Akashinga—. Les explicó que las susodichas eran una milicia afroamericana que estaba patrullando y vigilando el sur, dijo que se retiraran y avisaran a todos de lo que iban a hacer.
Al volver al campamento, se toparon con Mille Collines hablando con varios soldados pioneros que le rodeaban. Aparentemente, especialmente entre algunos primerizos, había cierto problema.
—Me da cosas disparar a humanos. A zombies no tengo problema, pero cuando estuvimos en la emboscada, por alguna razón dudé al apuntar. Sé que suena tonto, porque nos estaban atacando, pero era así —decía uno.
—No te preocupes —respondió Mille —. Hay gente que la idea de matar a otros humanos les aterra, y es normal. Pero si ves alrededor de este lugar, verás que aquí eso la norma por la larga guerra que viven.
—Pero, ¿cómo podremos mentalizarnos? ¿Cómo evitar que ese achaque aparezca de nuevo?
—A ver —. Se puso de pie —. ¿Quién de aquí ha sufrido bullying o ha visto a otro sufrirlo?
Casi todos levantaron la mano.
—¿Quién de aquí atacó o le hizo algo al matón? Y no digo de llamarle su atención o reprenderlo, hablo de hacerle daño de verdad.
Solo una mano se levantó, y era la de Hans.
—Yo... le enterré un lápiz en el ojo y le dejé ciego.
El silencio que siguió fue interrumpido por el joven Collines.
—Está bien. Todos aquí tenemos las mismas emociones cuando vemos y sufrimos un abuso o injusticia. Pero hay algunos que logran concentrarlas de tal forma que consiguen pasar a la acción, aunque sea en forma de arrebato. Recuerden esas experiencias, céntrense en esas emociones, piensen en San Francisco como tales abusadores, y tales dudas desaparecerán.
Estaban en esto cuando volvieron los tres de la reunión, comunicando las nuevas operaciones.
—Excelente —dijo Mille —. Entonces ya tenemos trabajo que hacer. Todos vayamos a hacer nuestras tareas y los que les haya servido lo que conté, pónganlo en práctica.
Durante los días de espera, Paulo se pasó yendo al hospital donde estaban atendidos Daniel y María Belén. Ya habían despertado, y los doctores ya les habían mencionado lo que había pasado con sus familias y amigos. No supieron si fue por el cansancio o por otra cosa, pero aunque se entristecieron, no rompieron en llanto o se quebraron como se hubiera esperado. Paulo sabía esto, y aunque tenía cierta curiosidad de saber por qué, no dijo nada para no tocar algo sensible. En su lugar, llevó sus conversaciones a los actos deportivos en los que participaba antes de unirse a los rangers.