11 de noviembre de 2023.
Hora: 15:15.
Al fin, llegó el día.
Hoy sale mi vuelo a New York.
Ahora estamos todos en el aeropuerto, mis padres, mi hermano menor Nicolás y yo.
El avión sale en media hora. El ambiente es muy agitado. Las personas se trasladan rápidamente de un lado para otro arrastrando sus equipajes. Hay constante movimiento. Es un inmenso lugar. En cada rincón hay gente despidiéndose o en espera de familiares y amigos.
Mi madre lloraba por lo bajo, porque sabía que era capaz de perder mi vuelo solo por no verla en ese estado. Mi padre no se veía tan triste, su expresión me transmitía felicidad y satisfacción por ver crecer a su pequeña Brenda. Mi hermano sostenía su auto de juguete y lo movía de un lado a otro como si pudiera volar por los aires. En un momento desvío su atención del cochecito y fijó sus ojos tristes en mí. Ya no tendría con quien pelear por cualquier tontería, ni con quien pasar un rato divertido. Él no tenía muchos amigos, así que ahora estaría más solo. Eso me entristeció un poco.
Miré el gran reloj que había en una de las paredes.
Las 15:30.
Faltaban solo 15 minutos para el despegue y la azafata ya estaba llamando a los pasajeros para abordar.
Me dispuse a abrazar a mis padres y a mi hermanito para despedirme.
—Cuídate mucho Brenda.—La voz frágil de mamá me sacó de mis pensamientos.
—Los extrañaré—Solté como respuesta.
—Eres muy valiente Brenda, estamos muy orgullosos de tí—Esta vez fue mi padre el que habló.
—Vuelve pronto hermanita fastidiosa, extrañaré pelear contigo—Aquello que Nicolás dijo nos causó a todos cierta gracia.
—Hasta pronto hermanito—Fue mi respuesta. Hice énfasis en la palabra hermanito. Sabía que le molestaba. Siempre me pedía que lo llamará de otra forma porque esa expresión lo hacía sentir pequeño (cosa que no era según él).
Después de eso me pasé mi mochila por el hombro y avancé entre la multitud. Difícilmente llegué a subirme al avión por el mar de gente. Parecían un enjambre de abejas haciendo ruido y moviéndose hacia todas partes.
El avión comenzó a ascender y lo último que vi fue la imagen de mi familia a través de la ventanilla. Moviendo los brazos en señal de despedida.
***
Por un momento admiré el edificio que tenía en frente. Estaba hecho de ladrillos rojos y tenía unos ocho ventanales colocados de manera uniforme en la estructura. Dos en cada piso, cuatro a cada lado.
Subí hasta el último piso y toqué el timbre del apartamento de la derecha. Era el número 7. Esperé unos segundos y la puerta se abrió. Detrás de ella apareció una figura femenina, de cabello rubio y corto que le caía sobre los hombros. Tenía ojos verdes y una sonrisa amable que adornaba su rostro. Era un mujer alta, de unos 40 años de edad.
—Bienvenida—Su voz era suave y dulce. Era la Tía Clohe. Al principio casi no la reconocí. Llevaba mucho tiempo sin verla. Siempre tenía mucho trabajo y solo iba a visitarnos una o dos veces al año. Por lo general en Navidad.—Puedes pasar a tu habitación. Es la última al final del pasillo. Siéntete cómo en tu casa.
Una vez puse un pie dentro pude ver que era un apartamento no muy grande, pero estaba muy bien ordenado. Tenía un estilo retro. En las paredes había posters y en una esquina de la sala había un estante repleto de libros y discos de películas. No había mucha iluminación artificial, no era necesario. El gran ventanal permitía que la luz diurna se filtrará por los cristales.
Caminé a mi habitación para deshacer las maletas. Era igual de bonita que la sala y probablemente el resto de la casa. También había una de esas ventanas grandes, al parecer era la parte trasera del edificio. Desde encima del marco colgaban unas grandes cortinas blancas, casi transparentes. Las paredes estaban pintadas de un color violeta pastel. Había un escritorio, encima de este una laptop y junto a ella una pecera. Ese era el hogar de un pececito de escamas doradas. Encima de la laptop había un trozo de papel con algo escrito. Era una nota.
Es un regalo de bienvenida. Puedes ponerle el nombre que quieras. Espero que te guste. Con amor.
-Tía Clohe.
Y sí que me gustó. Decidí llamarlo Flander, como el de la sirenita.
Continué analizando el lugar y al mismo tiempo sacando mis cosas y acomodándolas en el armario. Me miré en el espejo y noté que debía cambiarme de ropa y arreglar mi peinado. Después de hacer eso salí a la cocina y ayudé a mi tía con las cosas de la casa.
Nos divertimos mucho juntas. Fuimos de compras y me dio un pequeño tour por la ciudad. En la noche vimos la TV y comimos palomitas entre risas y comentarios de como estuvo el viaje.
Ya a las 22:00 me pesaban los ojos y decidí irme a dormir. Solo me quedaban 2 semanas para comenzar las clases. Tendría que acostumbrarme a la ciudad, tratar de socializar y esforzarme mucho con mis estudios.
Unos minutos antes de que el sueño me dominará pude divisar entre las sombras la silueta de una guitarra que hasta ahora me había dado cuenta que descansaba en un rincón de aquel cuarto. Al parecer la Tía Clohe pensaba en todo, o quizás se lo había pedido papá. Recordarlo a él, a mamá y a Nicolás hizo que mis labios se curvaran en una sonrisa que poco a poco se reducía a una línea fina por la nostalgia de no tenerlos cerca.
Es temporal.
Es necesario.
Me repetía eso para mi misma varias veces tratando de convencerme del motivo por el cual ahora estaba en New York.
Escapándose de mis ojos corrió por mi mejilla izquierda una lágrima de tristeza.
No se como ni en qué momento, pero mi cabeza ya descansaba sobre la cómoda almohada. El silencio me abrazaba, tranquilizando todos mis sentidos y envolviéndome en lo que llamo:
Paz.
***
26 de noviembre de 2023.