Por la mañanas Audrey no suele tener la mejor actitud, es callado, con mal genio y con demasiadas ganas de dormir. Conforme el día avanza suele mejorar. Le gusta el basquetbol, eso lo relajaba antes de entrar a la universidad, cuando solía jugar los partidos y no verlos desde la banca. A cierto entrenador no le convence que Audrey esté becado.
Hoy es un día común, su primera clase es a las siete de la mañana. Como en cualquier otro día se sienta en la última fila, del lado derecho, junto a la ventana. Son pupitres compartidos pero él jamás comparte con nadie por las mañanas.
La tensión se hace presente, y esa incomodidad que lo desespera, va desde cada uno de sus bellos erizandose hasta algún lugar en el espacio que lo rodea, y todo cambia. El mundo parece punzar, todo se amplia y regresa a su lugar, como ondas sonoras. Esa jodida y extraña sensación, incontrolable, le genera nauseas el no saber ni siquiera describir lo que está experimentando. Una atracción, como percibiendo algo que los demás no.
─¿Qué te sucede?
La sensación de desesperación cesa al igual que la incomodidad pero sus bellos siguen erizados y aquella atracción magnética ahora tiene una dirección, la chica frente a él.
─Es solo… nada, siempre me pasa, ¿eres nueva? Puedes sentarte aquí si quieres.
Se acomoda a su lado, muy ágilmente, tan cerca que su cuerpo vibra.
─No sé quien soy.
Ella tiene el cabello con ligeras ondas echado hacia atrás, la tez blanca, no sin color, diría que es morena incluso pero está pálida, como si le hubiesen dado un gran susto. Sus labios están resecos y hay marcas de que ha arrancado pellejitos de ellos.
Audrey no ha cambiado de opinión, sigue de mal genio, no quiere compartir pupitre pero tiene que hacerlo.
─He estado buscándote, a alguien como tú. Necesito irme─ continua la chica, su voz es vibrante y desteñida, diferente. Al salir de su boca claramente el sonido no viaja como cualquier otro, va directo a él, a su alma, y eso le da escalofríos. Está suplicando.
¿Irse a donde? Quizá solo esta diciendo palabras al aire, tan lastimada, asustada y perdida. No sabe lo que quiere.
─Pero si acabas de llegar.
─Señor… el chico junto a la ventana, ¿podría regalar un poco de atención a la clase? Acabamos de empezar─ habla su maestra, una muchacha delgada y bien arreglada, que no aparenta más de 30. Es inicio de curso, aún no conoce a los maestros, ni ellos a él, es momento de dar una buena impresión.
Todos le están mirando. Audrey estaba hablando solo, de nuevo. Se le perdona porque está en el equipo de básquet y una vez pasadas las mañanas es buena onda, carismatico y tiene muchos buenos amigos. La chica también se ha ido junto con la sensación de magnetismo.
El resto de la clase transcurre de manera normal y todos vuelven a ignorarlo. Cuando al fin termina se le acerca Leydis, una de sus amigas y quizás quien tiene un interés romántico en él, pero eso no importa.
─¿Qué fue eso al empezar la clase Audrey?
─Ahora no Ley, aún no pasan de las 9.─ lo dice en serio y con voz fatigada mientras se talla la frente. Así funcionan ellos, se conocen y de tiempo.
─No me digas que has vuelto a ver… ya sabes.─ su pelirroja amiga lo dice nerviosa como recordando lo duro que ha sido todo aquello, los trances, las platicas “solo”, las visiones. Y ella siempre ahí junto a él, apoyándolo, encubriendo, investigando. Dándole la oportunidad a un weirdo de no serlo.
─Vale pues no te digo nada entonces.
─No hablaba de manera literal pero te escuche, de hecho toda la clase lo hizo, estabas perdido hablando al asiento vacío a tu lado. Menos mal que solo fueron unas cuantas palabras.─ lo dice mientras se acomoda la mochila para irse a su siguiente clase.
Audrey niega con la cabeza, no quiere hablar de eso, no ahora, no nunca. No de aquella joven de piel pálida y ojos violeta que parecía tan real, y no lo había sido.