Audrey se queda solo, una vez más, en el pasillo de la escuela. Así que decide tomar el teléfono y enviarle un mensaje a su amiga.
He vuelto a ser un raro. Pensé que lo habíamos solucionado. Te dije que no era buena idea meternos a esas cosas de brujería y cosas extrañas, te quiero ver Ley.
TIN, TIN, Al poco tiempo recibe respuesta.
¡Se necesita voluntad! Creo que no has tenido lo suficiente, estoy en taller de danza, ven.
No lo piensa mucho y se dirige a aquel lugar que no es de su agrado, la mayoría de sus compañeras ahí parecen alterarse considerablemente cuando llega, sobre todo cuando le ven a lado de Ley, no les quitan la mirada de encima, como esperando algo.
Han sido amigos por más de tres años, comenzó en el mes que dio inicio el curso, era de nuevo ingreso y pasaba sus tardes perdido por la concurrencia en el campus. En ese entonces sus visiones aumentaron, ya no había noche que durmiera solo, las tardes las pasaba rodeado de entes que afectaban sus sentidos, todo el tiempo escuchaba voces y veía caras que decidía ignorar. Un día, cuando las voces gritaron y exigieron atención, tocándolo, invadiendolo y matandolo del miedo terminó huyendo despavorido y fue a dar a un lugar donde la luz no llegaba y donde de todas formas encontraría su reflejo, no tenía idea de donde estaba. Así conoció a Leydis, cuando huía de los fantasmas. Al instante que ella hablo lo dejaron en paz, tenía el aura más fuerte que jamás había visto, en tonalidades rojizas y anaranjadas que la envolvían en paz y poder. Lo saludo como si se conocieran de mucho antes.
─Ah, eres tú. El taller de danza cierra a las 3 de la tarde. Son más de las 5:00. ¿Qué haces aquí? ¿Todavía en el campus? Cierto, cierto, eres de los becados de basquetbol, tú vives en el campus. Vamos sal de aquí y vete a otro lugar, no sé...las canchas.
No le dio ni oportunidad de hablar. Pero era linda, de ojos color verde aceituna y su cabello rojizo trenzado. Parlanchina y dientes perfectos, una pequeña perforación en la ceja derecha.
─¿No hablas? parece que se te apareció un fantasma.
Y sabia, era muy sabia.
Sin duda odia aquel lugar, mientras se dirige hacia allá la garganta se le seca. No sabe que detesta más, si las miradas de bailarinas en complicidad, el recuerdo de una mala tarde o el lugar rodeado de espejos. También odia los espejos, ha visto más ahí que cualquier otra persona. Al fin llega, las puertas están abiertas y Leydis está bailando al son de la música pop con unos joggers verdes y su horrible cabello en una coleta despeinada, todo enmarañado, como siempre.
─¡Hey bruja!
Ella se molesta pero está seguro prepara la perfecta respuesta con esa boca y mente ágil. Se acerca el en dos pasos.
─Pedazo de idiota. Ya andas de buen ánimo, ¿qué hora es, pasadas las 9? Por tu mensaje creí que te encontraría hecho un ovillo en algún lugar de la escuela, sudando y sin poder hablar.
Como era de esperarse las chicas que repasaban la coreografía junto a ella también se detienen, fingen tomar agua pero los están observando incluso la maestra.
─Hey chicos pueden tomarse su tiempo no hay problema.
─Nos encantan─ eso lo dicen un poco más bajo pero aún así ambos escuchan, fingen no hacerlo.
Así que Audrey y Ley salen del salón esperando tener un poco de privacidad.
─¿Qué tienen de malo los brujos? podrías ser uno, eso explicaría todo.
─Tienen de malo que me prometieron que después de los ramazos y el huevo mi alma quedaría limpia y todo esto dejaría de atormentarme, solo ha empeorado.
─En serio que te escuchas como un raro cada vez que hablas de eso, menos mal que me gusta lo raro.
Él prefiere ignorar el comentario. Ella no es rara, es única… y él, él no sabe que le gusta. La sigue escuchando.
─¿Qué es esta vez eh? ¿Qué ha decidido imaginar tu pequeña mente retorcida y llena de problemas? ¿Una mujer ahogada, un hombre quemado de la época colonial? ¿Pasajeros de un vuelo perdido? ¿Elvis Presley?
─Deja de ser taaaan graciosa Ley. Esta vez es una joven, a su alrededor la envuelven perfectamente tonos violeta y grisáceos, sus ojos son del mismo tono y su cabello negro. ¡Y su muerte!
Lo dice casi perdiéndose, con voz ligera como los enamorados. Lo dice con miedo, recordando la peor parte.
─Tiene los brazos, las piernas y el estómago marcados de puñaladas perfectas hechas con la más afilada daga que atravesó la piel sin problema. Iba destinada a eso sin duda, no fue un asalto, no la querían a ella, querían esa muerte. Y luego, cuando ya no tenía nada que ofrecer… vino la peor parte.
Se le quiebra la voz antes de terminar, los ojos se le hacen agua y su cuerpo se contrae al ritmo de su llanto. Esta destruido, destrozado. ¿Por qué tiene que ser él quien puede verlos? Leydis lo consuela en un abrazo, poniendo la cara de Audrey sobre su cuello y acariciándole el pelo mientras este llora desconsoladamente.
─Yo la maté Ley, fui yo.
Ahí está, la confesión de un trastornado por sus fantasmas. Parece ser la respuesta a la locura de un hombre. Sin duda esto apenas está comenzando y una joven de ojos violeta, en la imaginación-o no- de un “loco”, tiene todas las respuestas.