Era una noche fría, final del otoño y los indicios del invierno se hacían presentes. El cielo estaba nublado en su totalidad, se iluminaba con un espectáculo de destellos en cortos intervalos de tiempo, una firme señal de que se aproximaba una tormenta. Adara no se quejaba, pues amaba el sonido de la lluvia al caer y más aún con sus padres fuera de casa. La calma se hacía presente en aquella casa.
Después de llevar a cabo sus planes de asegurar las entradas, se dio una larga ducha con agua caliente, apagó todas las luces y se metió a la cama para una merecida noche de sueño reconstructivo. Pero al parecer la vida le destinaba algo más.
La lluvia había comenzado a caer con fuerza. El sonido de las gotas repicando contra la ventana inundaba la habitación. Los largos minutos se convirtieron en horas. Adara no lograba pegar el ojo. De momento se empezó a sentir incómoda, en medio de la habitación en la que tanto había querido estar, algo en el ambiente había cambiado tornándose más pesado. La lluvia cayendo ya no le resultaba acogedora sino todo lo contrario, con cada trueno se le ponían los vellos de punta y escalofríos recorrían su cuerpo entero. La temperatura descendió abruptamente volviendo helado el pequeño cuarto. Lo que más le preocupaba a la chica era que se sentía observada. Pero no tenía sentido, estaba sola en la casa ¿O no?
Su mirada recorrió la habitación entera con detenimiento, pero no logró visualizar nada, todo estaba muy oscuro hasta el momento en el que un rayo resplandeció en el cielo logrando su luz atravesar las cortinas de la ventana.
Entonces lo vio envuelto entre las sombras.
La pobre se quedó inmóvil, su respiración quedó atrapada en su pecho y sus ojos se abrieron de par en par. Nunca había sentido tanto miedo en su corta vida como esa noche. Quería huir con desesperación, pero las piernas no les respondían a las órdenes de su cerebro.
El hombre apoyaba su espalda contra la pared, sus brazos estaban cruzados sobre su pecho, su oscuro cabello caía sobre su frente casi cubriendo con totalidad sus ojos, sin embargo, pudo sentirlos clavados en ella. En sus labios se dibujaba una pequeña sonrisa que no prometía nada bueno, iba vestido totalmente de negro y su tez pálida le daba un aspecto aún más sombrío. No obstante, había algo que desentonaba con todo su tremebundo aspecto, su postura. Estaba con el cuerpo relajado.
El extraño la observaba con atención esperando su reacción. A medida que los segundos pasaban el corazón de Adara latía con más fuerza, pero para ella el tiempo se había detenido al contemplarse el uno al otro. Lo veía fijamente grabando lo poco que podía ver de sus facciones. Hasta que él decidió acortar la distancia dando pasos lentos hacia ella rompiendo el trance en el que se encontraba.
Su mente empezó a ir mil por hora.
¿Es un ladrón?
¿Un violador?
¿O un asesino?
¿Cuánto tiempo llevaba ahí?, se preguntaba una y otra vez.
En el torbellino de pensamientos que abrumaban su mente solo uno se leía con claridad: ¡Necesito pedir ayuda!
Cuando al hombre ya le restaban pocos metros para alcanzar su cama, Adara le lanzó con fuerza lo primero que encontró a su alcance, un par de libros que estaban sobre la mesita de noche, y con la esperanza de causarle un poco de daño salió corriendo escaleras abajo a la velocidad mayor que le permitían las piernas.
Llegó a la sala jadeando, buscó el teléfono por todos lados, en medio de su desesperación tropezó con la mesa de centro derramando todo lo que había en ella y entre los objetos se encontraba el teléfono, después de tantear en el suelo, logró tomarlo entre sus manos temblorosas mientras miraba a todos lados en busca del intruso pero no podía verlo debido a la oscuridad, se levantó rápidamente ignorando el dolor en sus mallugadas piernas y se ocultó en el armario pequeño bajo las escaleras y al segundo de cerrar la pequeña puerta se escuchó el crujir de la madera de la escalera protestando bajo el peso del hombre a medida que avanzaba.
Procuraba no hacer ruido a como diera lugar, marcó el número de emergencias en el teléfono y al llevarlo hasta su oreja se llevó la sorpresa de que no tenía tono. Su alma se hundió en desesperación y sus ojos se llenaron de lágrimas.
¡Maldición!
Los pasos se habían detenido y todo quedó en silencio, exceptuando los desbocados latidos de su corazón que estaban haciendo un ruido ensordecedor para sus oídos. La manilla del armario empezó a girar lentamente de un lado a otro hasta que la puerta se abrió. Él siempre supo que ella había estado allí, y en el momento en que Adara lo vio nuevamente a los ojos todo se tornó negro para ella.
Despertó con la respiración agitada, el pijama se adhería a su cuerpo a causa del sudor, miró hacia la ventana y mientras su vista se enfocaba poco a poco notó que el alba había llegado.
Fue hasta el baño y lavó su cara con agua fría, alrededor de sus ojos se formaban grandes círculos oscuros y sentía como si hubiera corrido un maratón, le dolía todo el cuerpo. De pronto, los recuerdos llegaron de golpe y apresuradamente levantó el pantalón del pijama para revelar dos hematomas en sus piernas donde había golpeado por accidente la mesa. Quedó estupefacta. Todo fue real, no había sido un sueño. Sólo recordaba pocas cosas, después de lo de la escalera todo se volvió borroso.
Editado: 22.05.2023