Un amigo extraordinario

Mi escuela

EL autobús frenó bruscamente… Por fin había llegado a “Mi mundo” un colegio chiquito y humilde, el cuál contaba con educación de nivel secundaria y preparatoria.

Con gran determinación me levanté de mi asiento y me dirigí hacía las puertas que se comenzaron a abrir para que yo y los demás pudiéramos salir. Adelante de mí iba mi hermana mayor, Claudia. La tomé del brazo izquierdo para evitar quedar atascado en la multitud que me apachurraba y a duras penas me dejaba respirar. Cuando finalmente bajó del camión, tiró fuertemente de mi mano para liberarme del montón de gorilas que con ansias esperaban salir de la jaula en la que parecían estar atrapados. Rápidamente me acomodó el cuello de la camisa y me dijo:

–Que tenga un buen día, Miguelito. Pórtese bien y salude a la señorita Francis de mi parte.

Asentí con la cabeza y me fui rumbo a la recepción donde me indicarían cuál sería mi grupo. Debo admitir que esto era lo que me preocupaba, cada año que cursaba me tocaban grupos que no me beneficiaron tanto como yo hubiera querido. En primer año de primaria recuerdo que me tocó el grupo “A”, el cuál era muy activo y travieso, un lugar en el que el azúcar predominaba en su máximo esplendor, el grupo “D”, en segundo era demasiado silencioso, tanto que ni una mosca se atrevía a zumbar, en tercero el grupo “E”, que eran los más inteligentes, todos con un coeficiente intelectual mayor que el mío, en el que yo siempre fui el que sacaba los ochos y así sucesivamente en los siguientes grados. Era como entrar a un condominio con cientos de pisos, todos con una atmósfera completamente diferente a la anterior.

Llegando a recepción, me senté en la banquita a lado del escritorio, pero para sorpresa mía no se encontraba nadie. Poniéndome un poco nervioso revisé el reloj que estaba colgando en la pared por arriba de mi cabeza.

– ¡Las 7:55! – Grité al momento en el que agarraba mi mochila tumbada en el suelo y corría por el pasillo cuidando de no resbalarme por el piso recién encerado.

Desconcertado por todos los salones a mi alrededor decidí entrar a uno al azar. Cautelosamente abrí una de las puertas cuando todos los ojos se fijaron en mí. Eran los alumnos de preparatoria que no dejaban de burlarse en mi cara. Había entrado en el salón equivocado, ni siquiera pertenecía a la sección que yo cursaba.

Muerto de vergüenza cerré la puerta silenciosamente y en ese momento las carcajadas empezaron a escucharse aún más. La otra puerta que escogí fue peor pues entré justamente en medio de una charla de padres con la directora. Furiosa se paró de su asiento, con una sonrisa fingida y tratándose de tranquilizar se acercó a mí y me preguntó:

–¿En qué le puedo ayudar, joven?

–N-n-no s-s-sé e-en -q-qué gru-grupo m-me t-t-toca

La sonrisa se le borró de su rostro. Apresurada, sacó una

carpeta metida en el segundo cajón de su escritorio, me preguntó mi apellido hasta que su dedo se detuvo de viajar por las letras que contenían los papeles y exclamó:

–¡Ajá! Miguel Robles Medina. El grupo en el que estás es en el “B”. Ahora que ya lo sabes por favor retírate y cierra bien la puerta después de salir.

Apurado, busqué la puerta en donde dijera “2do B”. Cuando por fin llegué, una vez más entré atento al ambiente. La maestra Francis me miró de arriba abajo, me mandó al último asiento de la clase, se acercó a mí y en voz alta para que todos pudieran oír sus regaños me dijo:

–¿Primer día de clases y llegando tarde? ¡No puedo creer que la señorita Claudia sea su hermana, ella nunca llegó tarde ni una sola vez en todos sus años de secundaria!

Yo apreté fuertemente mis labios para que ni una sola palabra pudiera salir de mi boca y así evitar que la señorita volcán hiciera erupción y descubrí, con gran alivio, que cerrar la boca puede resultarte muy útil en la vida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.