IAN
Al día siguiente desperté con un fuerte dolor de cabeza, me mataba en verdad. Las cienes me palpitaban al punto de querer estallar.
Estaba en mi habitación y la intensa luz del día lo iluminaba todo. Todo el cuerpo me pesaba por lo que apenas me moví. Tras incorporarme me acerqué al baño a ducharme.
Yo era uno de los pocos que tenía agua corriente, y eso se debía a que Nathan así lo decidió para tener un arma más que usar en mi contra cuando quería pedirme algo.
Acabado de ducharme y secarme me vestí con ropas abrigadas ya que podía sentir el frío que hacia. Un pantalón negro, una camisa azul y un pulover de igual color que la camisa.
Me sentía un poco mejor en verdad. Fuí a ver el bolso donde tenía mis cosas del show pero al abrirlo encontré otro pequeño bolso más. Intrigado lo saqué y al abrirlo casi me dá un paro cardíaco.
—¡¿Qué es esto?! — exclamé al ver tanta plata junto. Revolví y solo encontré plata.
Busqué en mi mente algún recuerdo de la noche anterior, para dar con alguna explicación pero nada. Mi mente estaba en blanco. Lo último que recordaba era entrar al camerín que solía ocupar para cambiarme.
Empecé a asustarme. Dejé todo allí y salí de la habitación para encontrarme con Karin, la sujeté y prácticamente la arrastré a mi habitación.
—Dime ¿qué significa esto?No entiendo nada — Estaba asustado pero ella me sonrió.— No lo recuerdas ¿cierto?
—¿Recordar qué? ¿Qué asalté un banco?
—No, ésta es tu parte por los servicios prestados a Fausto anoche — Aquello no me gustó cómo sonó, le clavé la mirada al borde de las lágrimas, pero ella se compadeció y me dijo — Y no solo a tí, nos pagó a todos.
— ¿Qué dices? ¿Qué hice?
— Nada que Fausto no haya disfrutado, creeme.
Luego ella se fue dejándome desvastado. Me agarré la cabeza sentandome en la cama. Pasé así varios minutos, casi una hora sintiendome sucio. Pero lo que ahora me estaba alarmando era el no poder recordar nada de lo que hice la noche anterior.
Tenía los suficientes conocimientos de psicología como para darme cuenta que ante mí tenía un gran problema.
No sé por qué motivo pero empecé a padecer lo que se llama trastorno de personalidad múltiple.
Apareció una y lo que sí sabía era que se llamaba Escarlata.
Cerré con fuerza los ojos rogando que no empeore y aparezcan más. ¿Qué haría ahora? Nada, no podía hacer nada. Las tripas me recordaron que no habia probado bocado aún.
Guardé todo y me fuí a comer algo por ahí. Tras caminar una cuadra me encontré con Orfen y mi corazón dió un vuelco. Era la primera vez que lo veía a plena luz del día.
Era hermoso. Él me sonrió y yo como un idiota enamorado dije:
—¡Orfen! ¿Qué haces aquí? Es una sorpesa verte por aquí — sabía que sonreía pero qué más daba, me alegraba verlo.
— Ian, que bueno que te encuentro. Dime ¿ya almorzaste? — negué con la cabeza — Estupendo, yo tampoco. Ven conmigo, te invito a comer.
— De acuerdo Orfen.
Me llevó a un lugar elegante, menos mal que iba bien vestido. Por primera vez desde que mi padre me echó de casa, me sentía felíz.
Además aquella comida era en verdad exquisita, como así tambien lo eran mis modales y vocabulario.
Orfen me miraba de una forma que lograba sonrojarme, y al parecer le divertía eso ya que reía a carcajadas.
Dios era tan hermoso ese moreno que serio o risueño despertaban en mí el deseo de besarlo.
Pero aquello me devolvió a mi realidad y mi nuevo peculiar problema. Aquello me hizo lanzar un hondo y triste suspiro.
Esto intrigó a Orfen quién quiso saber qué me sucedía. Al principio dudé si contarle o no, pero necesitaba desahogarme y decidí contarle todo. Él me escuchaba atento y en silencio.
Mis sentimientos amenazaban con desbordarse pero fuí mas fuerte y los contuve. El pidió al restaurat una mesa en el sector privado donde nadie nos podría ver.
Inmediatamente nos dirigimos al fondo y en cuestión de minutos ambos estabamos en una mesa ubicada en un cuarto algo estrecho pero muy elegante.
Allí, sin que nadie nos vea, él me abrazó y ya no pude seguir conteniéndome más.
Lloré tanto que creí jamás poder detenerme. Me sentía perdido, vacío, desesperado.
Orfen me acarició con ternura logrando que me fuese relajando. Lentamente dejé de llorar. Él conseguía lo que ni yo mismo era capaz de lograr conmigo.
Orfen acariciaba mi dorada cabellera al tiempo que secaba mis lágrimas mientras que yo permanecía inmovil con los ojos cerrados.
Empezaba a amar ese trato de él para conmigo y eso era un error ya que peligraba con enamorarme en serio de ese hermoso azabache.
— Orfen....por favor.... — susurré pero sentí suz labios rozar los míos.
Un casto beso surgió que fue elevando su nivel. Nos abrazamos con fuerza al tiempo que nuestras lenguas entrechocaban.
Debía determe, lo sabía pero...carecía de las fuerzas necesarias para hacerlo. Al final fue él quien lo hizo
— Ian....yo....
Él parecía estar sufriendo ya que me miraba con una mezcla de amor y dolor. Acaricié su rostro tan hermoso como la luna.
— Está bien Orfen....no tienes nada que decirme...suficiente hiciste con traerme a este hermoso lugar. Me trae recuerdos ¿sabes?
— ¿En serio?
— Aqui solía venir con mis padres. Disfrutabamos en familia.
— Ian tú....no perteneces a ese antro...yo...yo...
— Lo sé pero es lo que hay — contesté con tristeza — La otra opción es la calle. Al menos ahí tengo un techo, comida y un trabajo. No me gusta mi trabajo, me da asco en realidad pero no se hacer otra cosa.
— Yo...te ayudaré.
— ¿Por qué?
Como respuesta él me beso y en ésta ocasion fue un beso salvaje y pasional. Nuestros manos exploraban el cuerpo del otro. Él besaba mi cuello mientras yo cerraba los ojos sintiendo cada roce suyo con placer. Dios lo amaba, si lo amaba.