Un Amor De Chocolate

Vendido

ANTHONY

No podía caminar por mi mismo debido a la droga que esa bestia llamada Mefis me inyectó. Mi mente estaba embotada pero en mí más profundo interior sabía que Gabriel jamás me habría abandonado por voluntad propia, algo debe haberle sucedido y Mefis estaba metido en ésto.

El puerto estaba abarrotado de personas de todo tipo. Mi secuestrador me sujetaba con fuerza lastimandome. Me subió en su carruaje y nos fuimos del lugar.

Durante todo el trayecto en barco él estuvo violandome a placer. Pero jamás le permitiría destruír mi espíritu, no lo dejaré ganar. Después de todo Gabriel me necesitaba también. No iba a fallarle ni a él ni a mí mismo.

En el interior del carruaje de mi secuestrador respiraba entrecortado, sintiendo cómo Mefis me manoseaba con sus sucias manos.

Su asquerosa sonrisa me ponía enfermo ya que se creía vencedor. Pero yo no soy como mi padre, quien se dejó vencer por Fausto después de todo.

Yo soy alguien diferente, mi caso es muy distinto al suyo en todo sentido.

Llegamos a destino y Mefis me arrastró con dureza fuera del carruaje, llevandome al interior de su mansión.

Me fue arrastrando directamente a las habitaciones donde entramos a una de ellas y me ató a la cama tapandome la boca. Luego se alejó de la habitación cerrando la puerta con llave.

Ahí estaba nuevamente atrapado, a merced de ese lunático sin poder hacer nada por liberarme. Los efectos de la droga empezaban a desvanecerse, mi mente se iba despejando. Mis fuerzas se regeneraban poco a poco.

Pero por más que forcejeaba me resultaba imposible soltarme.

Aquello me desesperaba a más no poder. No se cuánto tiempo pasé allí, pero cuando Mefis volvió me dijo con una cruel sonrisa en su rostro:

- Listo Anthony, ya te vendí. En verdad me hiciste ganar muchisimo dinero. Muchas gracias.

El muy maldito reía como una hiena mientras observaba cómo unos extraños me soltaban para llevarme vaya a saber dónde.

Cuando salí, ví a un viejo gordo repugnante fumando un finísimo abano. Me miró con hambriento deseo provocandome asco total.

La desesperación me invadió al punto de empezar a forcejear en un inútil intento por soltarme. Mi corazón latía como un tambor. Miré a Mefis en busca de respuestas.

- Él es el dueño del mayor prostibulo de este lado del océano - me decía Mefis - Y ahora tú le perteneces solo a él.

- Haré muchisimo dinero contigo muchacho - el gordo reía como una hiena asquerosa y repugnante.

Fuí arrastrado al interior de un carruaje donde me encadenaron de pies y manos. Luego se puso en marcha llevandome vaya a saber dónde.

Cerré mis ojos con pesar al tiempo que recordaba cómo en su diario, papá describía su intenso pesar en un prostíbulo.

Al parecer estoy condenado a padecer su misma experiencia. Pero a mí no me matarán ni me enloquecerán. No los dejaré ganar.

Gabriel, buscame mi amor. Por favor te lo pido, solo buscame. Te necesito tanto Gabriel.

Las lágrimas humedecieron mi rostro ya que a pesar de mi fortaleza, estaba asustado y muy desesperado. No podía dejar de temblar y no se debía al frío.




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