No había pasado un segundo, cuando los labios de Shay descendieron sobre los de Emily. Primero se rozaron sensualmente, pero no era suficiente para ninguna de las dos. Emily abrió la boca y sintió que su lengua entraba en contacto con la de ella. Una mano de Shay la sostuvo por la nunca y la otro por la parte baja de su espalda para atraerla hacia ella. La mano de ella volaron hasta los hombros de Shay para sentirse más cerca de ese cuerpo cálido y musculoso.
El beso fue suave y muy sensual. La lengua de Shay recorría cada espacio de la boca femenina como si quisiera descubrir hasta su último rincón, saboreándola con deleite, mimando con pasión. Al mismo tiempo sus manos la acariciaban y sus brazos la acercaban a su magnífico cuerpo haciéndola sentirse protegida y deseada.
Emily solo podía dejarse llevar y responder acariciando la aterciopelada lengua y degustandola: sabía al vino que había tomado, pero también a su propio sabor. Le encantaba. Jamás la habían besado así; jamás había gozado un beso como lo estaba haciendo ahora.
También la había abrazado de esa manera, sosteniéndose con delicadeza y a la vez firme, haciéndola sentir protegida y mimada. Sus piernas se volvieron de gelatina y si no hubiera estado abrazada, seguramente se habría desmayado del deleite. De repente ella la atrajo a hacia ella con más fuerzas y ella sintió la dureza del deseo contra su propio vientre. Sintió un temblor en su cuerpo y una punzada en la parte más femenina de su ser, un anhelo indescriptible y unas ansias de que el beso no terminará jamás.
Pero no estaba bien.
Lo que estaba pasando no estaba bien.
Ella era Shay. La hija de Lucy, la mujer a la que tanto daño le había hecho. Esto no podía estar pasando.
-No –dijo ella liberándose súbitamente del apasionado beso –No, esto… no… será mejor que me vaya.
Rápidamente, Emily tomo su bolso y corrió hacia a la puerta.
-¡Emily, espera por favor! –sintió la voz de Shay a su espalda, pero a ella no le importó, siguió su huida temiendo más a sus propia reacciones que a lo que pudiera hacerle a esa mujer.
Siguió caminando, casi corriendo, saliendo de la casa hasta llegar a su auto. Lo encendió y se alejó lo más pronto que pudo, sin detallar que unos ojos azules la veían huir, sin notar que los suyos estaban llenos de lágrimas.
Después de otra noche de insomnio, Emily se sentía cansada. No solo físicamente, sino que también emocionalmente.
Mientras que fingía contemplar y tocar las ramas y adornos del árbol de navidad, su mente no dejaba de pensar en Shay y en lo que había pasado la noche anterior.
El problema no era que Shay la hubiera besado, sino que le hubiera gustado tanto. No podía negar que ese beso había despertado en la joven un sentimiento que no sabía que existieran y además del resurgir lo que había experimentado por Shay en el pasado. Aun podía revivir cada segundo del magnífico interludio y volver a notar los afectos en su ser. No podía dejar de preguntarse porque su cuerpo la traicionaba así.
Sabía que no la volvería a ver y aunque tendría que sentirse aliviada, la verdad era que se sentía devastada. Por un lado, no había cumplido con su cometido de hacer que Shay y Lucy se reencontrara; sus buenas intenciones habían desembocado en esfuerzo inútiles. Por otros lados, se sentía infeliz al saber que jamás volvería a pasar… era como conocer el paraíso para luego ir al infierno.
No comprendía porque la había besado. Si bien era cierto que había sido cortés y amable, también lo era el que indirectamente la había dicho que no la perdonaría por lo que le había hecho tantos años atrás. ¿Entonces porque le había hablado de la atracción que sintió por ella en el pasado? ¿Por qué la había besado?
-Qué te pasa –preguntó Lucy sentándose junto a ella. –Y no me diga que nada, porque no te voy a creer. Lleva varios días muy extraña: callada, misteriosa y hoy te veo triste. ¿Acaso no confía en mí?
Emily sonrió con tristeza. Lucy se preocupaba por ella. Desde que Emily había cometido esa terrible injusticia con Shay, su relación con Lucy había cambiado a modo radical.
Recordó claramente esa noche. Después que la policía se hubiera llevado Shay, Eduardo había llevado a su esposa a su habitación para reconfortar y Emily había ido a la suya, desde donde se escuchaba los sollozos de Lucy. No había dormido pensando en lo que había hecho y a la mañana siguiente decidió confesar la verdad. Se había levantado y había ido directamente a la habitación de su padre, y con lágrimas en sus ojos había dicho toda la verdad.
Naturalmente su padre la había reprendido fuertemente, recalcándole lo irresponsable de su acto y las consecuencia que traería; después del regaño, la castigó pre viéndole salir con sus amigas durante seis meses, castigo que Emily había aceptado sin quejarse.
Después había esperado la palabra de Lucy. Esperaba un fuerte regaño, una bofetada, un reproche, pues sabía que lo merecía. Pero en cambio había recibido un abrazo y un beso en la frente.