Gabriel entró en la mansión familiar de Brenda como un duque recién llegado, echo que le provocó la inmediata simpatía a sus padres. Ella se lo presentó a su padre como un amigo que conoció en una fiesta. Su madre le guiño el ojo discimuladamente a su hija ya que era conciente del atractivo físico del recién llegado duque.
Así pudo tener una excusa para indagar en la mente del padre de ella en busca del alas negras. Para su alivio su enemigo no hubo implantado ningún poder persuasivo en el humano. Gabriel se instaló en una hermosa mansión desde dónde podía vigilar y buscar lo que anhelaba. Salia en busca del alas negras durante las noches y en las horas diurnas vigilaba a los padres de Brenda y sus allegados por sí el enemigo aparezca.
Varios días transcurrieron sin novedades hasta que una tarde un muchacho andrajoso se le acercó y le entrego un extraño mensaje:
- No podrás protegerlos a todos tú solo - dijo en voz metálica y los ojos vidriosos. Gabriel detectó la presencia del enemigo en aquel niño humano - ¿Qué harás?
- Deja al humano en paz, maldito monstruo - pero las estruendosas carcajadas del niño tenían la voz de su enemigo
- Brenda será mía - dijo el monstruo y forzó al niño a huir - O lo será éste niño
Aquello paralizó a Gabriel ¿Qué ocurre? ¡Brenda está en problema! La buscó con su mente hasta encontrarla en una solitaria plaza sentada en uno de los bancos. Padecía los efectos del poder del alas negras quien la mantenía paralizada. Luego detectó al niño que estaba a punto de lanzarse por el puente rumbo a una muerte segura. La voz del alas negras resonó en su mente
¿Qué harás Gabriel? ¿A quién salvarás? ¿A tu mujer humana o al inocente niño humano?
Las ruidosas carcajadas se perdieron en la noche. Gabriel vió con su mente cómo el alas negras se acercaba a Brenda hasta tomarla de la mano y colocarla de pie. Vió cómo le besaba la mano y sonreía con placer siniestro. El niño, por su parte, se inclinaba peligrosamente hacia adelante. En el mismo minuto Brenda fue conducida por el alas negras a un oscuro carruaje y el niño saltaba al oscuro vacío.
Gabriel desplegó sus alas y se dirigió al puente donde sujetó al niño justo a tiempo evitándole la muerte. Sus blancas alas eran majestuosas y fuertes ya que los mantenía en el aire sin problemas. Llegó al suelo y colocó al niño de pie quien hubo despertado del sueño hipnótico y ahora contemplaba a Gabriel fascinado ya que en su infantil mente creía que se trataba de un ángel. El alas blancas borró de la mente del pequeño estos últimos acontecimientos haciéndolo dormir un tranquilo sueño en su casa donde su familia no se percató de nada.
Instantes después buscó a Brenda con el poder de su mente pero fue inútil. No la pudo localizar por más que lo hubo intentado. Solo veía la oscura maldad del alas negras bloqueándole la presencia de la joven en cuestión. Su desesperación aumentó junto a la angustiante espera.
- ¡Brenda! - lanzó aquel desgarrador alarido a la noche oscura rompiendo el silencio.
El alas negras lo contemplaba con una cruel sonrisa dibujada en sus labios envuelto en el manto de la invisibilidad.
Brenda despertó de aquel oscuro sueño y se vió atrapada en un calabozo siniestro sujeta a la pared que daba a su espalda por cadenas con gruesos grilletes. Frente suyo había una gruesa puerta de acero cerrada, por la rendija del suelo se filtraba un poco de luz. La celda estaba sucia y era bastante estrecha. Comenzó a forcejear pero nada logró, solo lastimarse las muñecas. Gabriel ¿Dónde estaría él? ¿Qué esperaba para ir a salvarla? Pero luego pensó que aquello no era lo correcto porque después de todo ¿Por qué motivo él se arriesgaría? ¿Qué los unía? Nada. Aunque ella lo había ayudado ¿Por qué él lo haría ahora? Se dejó caer al suelo mientras su mente era invadida por esos oscuros pensamientos sumergiendo la en la más cruel de las melancólicas. Las lágrimas humedecieron su rostro.
Gabriel la ayudaría, tenía que hacerlo. La luz de la esperanza iluminó su alma calmándola en esos instantes. No debía dejarse vencer por la desesperanza o acabaría hundida en la locura total. El frío entumecida su cuerpo y músculos, el hambre le provocaba dolores de estómago y el encierro le ocasionaba asfixia. Pero aún así no se dejaría vencer por aquellos males, lucharía con todas sus fuerzas. El alas negras de seguro esperaba que ella se quiebre pero no le daría con el maldito gusto. Claro que no.
El tiempo allí dentro parecía haberse detenido, no sabía si era de día o de noche y que allí no había ventanas. Apenas tenía espacio para caminar, el sitio era en verdad estrecho. La sensación de ahogo comenzaba a atormentarla a tal punto de sentir que le faltaba el aire, la desesperación pronto hizo presa de ella llevándola a arañar las paredes lastimándose los dedos tras quebrarse las uñas. Luego siguió la histeria que la llevó a golpear las paredes con sus adoloridas manos mientras gritaba y lloraba.
Ni siquiera sabía dónde se encontraba, en qué lugar la había encerrado el alas negras. Suplicaba piedad e imploraba que le diera algo de comer pero el silencio fue el único que acudió a ella. Sus oscuros y largos cabellos estaban apelmazados y pegados a su rostro, rastros de sangre tenía en sus manos y vestido. Cuando las fuerzas físicas y mentales llegaron al límite de sentó en el suelo apoyándose en la pared mirando la escasa luz que penetraba por las rendijas de aquella puerta que no alcanzaba a tocar debido a las cadenas que la sujetaban.
Envolviéndose en sus brazos apoyó el rostro entre las rodillas y así permaneció cerrando sus ojos para aferrarse a la escasa cordura que le quedaba. Anhelaba volver a respirar el aire puro del exterior, a sentir la luz y el calor acariciar su rostro, correr hasta más no poder. El recuerdo de Gabriel era lo único que la mantenía cuerda en esos momentos. Su belleza y su dulzura la alentaban a seguir en pie esperando su triunfal llegada.
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Editado: 02.02.2021