Cuatro años antes...
Paula
El nerviosismo me golpeó, cerré los ojos y respiré hondo antes de entrar al edificio de cristal.
Traté de usar algo que ocultara mi vientre, pero fue en vano. No había forma de ocultar que estaba embarazada.
Incluso cuando vestía de negro, mi vientre de siete meses era prominente. Así que dejé de ocultarlo.
Hoy, usé un vestido de primavera rojo brillante que llegaba justo por encima de mis rodillas.
Mi cabello rubio, estaba trenzado de un lado al otro, y detenido a la altura de mi cuello, continuando con largas ondas sueltas que terminaban justo arriba de mi cintura.
Mis ojos verdes estaban enmarcados por mis largas pestañas y me aseguré de que un rubor brillante descansara en mis mejillas.
Temblando y llena de miedo, me acerqué a la oficina de mi esposo.
—Disculpe. ¿Puedo ayudarle? —preguntó la secretaria, mirándome con cautela.
Su placa de identificación decía Florencia.
— Oh, sí. Estoy aquí para ver al señor Adriano Falcone.
— Me podría decir su nombre — me pidió, mientras observaba su monitor.
— Soy su esposa, Paula Falcone.
Florencia frunció el ceño y los celos brillaron en sus ojos.
«Vaya, entonces eran cierto los rumores, mi marido se tiraba a su secretaria», pensé con dolor.
— Él no está aquí. Tendrás que venir en otro momento— el tono de su voz denotaba claramente que estaba fastidiada.
¿En serio?
Suspiré y retrocedí, frotando mi vientre hinchado. Vine hasta aquí para nada. Ya me dolían los pies.
Los ojos de aquella mujer me recorrieron entera y sus ojos se agrandaron cuando vio mi vientre.
Obviamente, se ha acostado con él, obviamente tienen una relación.
¿Cuántas veces se habrían reído en mis narices?
— Bueno, en realidad — se calló cuando la miré y sus ojos se suavizaron. Tal parecía que al menos tenía conciencia.
—¿Sí? — cuestioné esperanzada.
Ella sonrió vacilante y miró mi vientre de nuevo.
— Está ocupado en su oficina, pero estoy segura de que puede dejar de hacer lo que está haciendo — me miraba como si se sintiera traicionada.
Tal vez él le mintió, tal vez hizo lo mismo que hacía con las otras: "Mi mujer es fría, mala en la cama y nuestro matrimonio está roto".
Aquella había sido la frase que utilizaba para engañar a sus amantes.
Si mi amiga Delia me viera en esta situación, tal vez me reclamaría;
—¿Por qué carajos no te vas sobre esa mala mujer que se acuesta con tu marido?, ¿Por qué no le reclamas? ¿Por qué dejas que pisoteen tu orgullo?
Y yo le hubiera respondido de forma tranquila;
— Porque ella no era la persona que debía guardarme fidelidad, porque no fue ella quien juró ante un altar amarme y respetarme para toda la vida. Porque nadie se mete dónde no lo dejan entrar.
Y mi marido rompió y quebró todo lo que una vez juro proteger.
»El que debió respetarme fue mi marido, yo soy una dama, que no se va a rebajar a pelear por un hombre que claramente no vale la pena.
— Muchas gracias — le agradecí y me senté en el sofá a esperar.
Me sentí incómoda y me aferré al pasamanos del sillón, con la mano apoyada en mi vientre.
Había sufrido demasiado en el último año, pero poco a poco me levantaba.
Muchas personas toman las infidelidades y las traiciones como algo ligero, pero a mí la traición de mi marido me había quebrado de tantas maneras que a veces sentía que hasta sonreír me dolía.
— Señora Falcone — me llamó la secretaria. — El señor Falcone está desocupado en estos momentos.
— Muchas gracias — expresé con toda la educación del mundo.
Porque a pesar de mi dolor, y de la humillación que sentía, yo era una dama. Nadie cambiaría mis principios y mi compostura.
Me paré frente a la puerta de Adriano, repentinamente nerviosa. Llamé a la puerta y escuché un brusco 'adelante' antes de entrar a su oficina. Ni siquiera me miró cuando entré.
— ¿Qué haces aquí? — inquirió con voz dura, sin mirarme.
— Estoy embarazada —solté.
Mi esposo continuó escribiendo, sin prestarme atención.
— Despega cuando te apetezca, entonces. Florencia te acompañará a la puerta — escupió.
Me tambaleé hacia atrás, la ira arrastrándose por mi columna vertebral.
El muy infame pensaba que yo era una de sus amantes.
— Es tuyo...esposo — dije y ahí fue cuando se congeló, mirándome por primera vez desde que entré a la oficina.
Sus ojos se abrieron cuando vio que era yo.
— ¿Paula?
No se lo podía creer, su mirada viajó de mi rostro a mi vientre varias veces.
— Sí, soy yo. La esposa que abandonaste hace meses — dije amargamente.
Se quedó en silencio, como si estuviera meditando.
— Ese no es mi hijo. Nunca tengo sexo sin condones — dijo, volviendo a escribir.
Adriano era la peor basura en el mundo. Resoplé con impaciencia.
— Es tu hijo, Adriano. ¿Recuerdas cuando tuvimos sexo hace meses? ¿Después de tu fiesta?, no usamos protección — le expliqué recordándole los acontecimientos previos a aquella noche, cuando me había echado a la calle como desecho.
Sus ojos se cerraron mientras trataba de recordar esa noche. Abrió los ojos y miró mi vientre antes de mirarme a mí.
— ¿En serio, Paula? Podrías haber tenido sexo con cualquiera después de esa noche. El hecho que lo afirmes, no significa que sea mío.
Sus palabras me golpearon como un martillo, perforando mi corazón.
¿De verdad acaba de insinuar que era una mujer fácil?
Me acerqué a su escritorio y lo golpeé con las manos, furiosa.
— Sabes muy bien que has sido la única persona con la que me he acostado en mi vida — le grité, dolida.
Se inclinó hacia adelante, sus labios rozaron mi oído.
Un escalofrío involuntario me recorrió la espalda y él sonrió con aire de suficiencia.
— Deja de mentir, sabes muy bien que mis sábanas no son las únicas que han sido bautizadas por tus frivolidades — me susurró al oído y mis mejillas se calentaron de vergüenza.
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Editado: 09.01.2024