El sonido de un molesto cortacésped es lo primero que me obliga a abrir los ojos, seguido de los aullidos de Blue, pero, definitivamente el remate que me hace saltar de la cama es recordar que hoy vuelven mis padres.
—Dalia, Dalia, ¡levántate! —le grito a la pelinegra mientras me muevo por toda mi habitación, buscando mis sandalias. Tardo un poco en recordar que solo tengo una en mi posesión. Ajena a mi agitación, Dalia se remueve en la cama, incómoda, pero no se levanta—. Levánta... —y tropiezo con algo.
Miro hacia mis pies y me encuentro nada más y nada menos que los zapatos de Dalia, hechos trizas por cierta loba de pelaje blanco que es muy traviesa.
—Blue, ¡le has roto los zapatos a Dalia! —le hablo con tono de reproche. A ella, en cambio, no parece importarle mucho el asunto, pues después de oler el zapato hecho trizas que le señalo, vuelve a jugar con sus restos.
Ruedo mis ojos y, luego de sentarme en el piso a revisar mis rodillas —pues caí sobre ellas—, me pongo de pie y me acerco al balcón para abrir las cortinas y las puertas y así ir aireando la habitación. En cuanto abro las puertas corredizas me arrepiento de haberlo hecho. El sonido del cortacésped se intensifica casi al triple. A causa de esto, Dalia por fin se levanta.
—Que horrible sonido.
—Ni que lo digas —murmuro, cerrando las cortinas cuando veo al pelinegro en cuclillas en su jardín y sin camisa.
—¿Ayer me mencionaste algo sobre tus padres? —pregunta Dalia, reposando su cabeza sobre sus manos, aun tirada en mi cama—. La resaca no me deja recordar.
—Si, ayer llamaron a mi tía. Se adelantó su regreso.
Dalia se sienta de golpe.
—Creo que me voy a mi casa —dice mientras se baja de la cama. Uno de sus pies roza un pedazo de sus zapatos—. Pero ¿qué les paso a mis zapatos?
—Tu preciosa loba le paso. Pero no hay tiempo para eso —le digo, sacando de mi closet un par de zapatos nuevos—. Intentaré que nos veamos fuera más tarde para que hablemos...si quieres —digo con cautela. No sé si le duele tanto que prefiere no hablar del tema.
—Me encantaría. Gracias, Pelirroja.
Y antes de huir de mi casa, me da un fuerte abrazo y un beso en la cabeza a Blue.
Veinte minutos después, sola en casa, pues Jennifer y mi tía fueron a buscar a mis padres al aeropuerto, dejo a Blue correr por el jardín mientras me encuentro en la cocina, hasta que después de un rato vuelve con un juguete un tanto grande para ella en la boca. Dejo el bolígrafo en la encimera y miro como ella, ansiosa por jugar, tira el hueso gigante en mis pies.
—¿De quién es eso? —ella simplemente me aúlla—. ¿Quieres jugar con eso? —ella menea su colita y vuelve a aullar, esta vez con más fuerza.
Miro nuevamente el hueso, y sabiendo quien es el dueño de ese juguete, lo primero que pienso en tirarlo a la basura. Sé que es la manera en la que me evitaré más problemas. Pero, por otro lado, sé que no es lo correcto hacerlo, después de todo, no puedo tirar pertenencia ajena en la basura, ¿o sí? Suelto un suspiro, y finalmente me pongo de pie.
—Bien, Blue, vamos a visitar a nuestro vecino.
· · ·
Cuando salgo al jardín me percato de que hace mucho calor. El sol brilla en lo alto en su máximo esplendor y me enceguece a causa de los lentes. Me apresuro a cruzar mi jardín, siendo consciente de que a las tres en punto de la tarde mis padres llegarán a la casa y no podré siquiera mirar a este lado del jardín.
Una vez me encuentro frente a la puerta que divide nuestro jardín, la abro con facilidad debido a que esta no tiene alarma o seguro puesto. No me detengo a pensar en por qué jamás le pusieron siquiera un pestillo y me apresuro a llegar a la silla en que se suele sentar Demián. Coloco el juguete de Pastor encima de la silla, para que no esté al alcance de Blue, y antes de tener oportunidad de volver por donde vine, la voz de Demián me detiene.
—¿Callahan? —me llama. Seguramente oyó los pequeños aullidos de Blue protestando porque dejé su tan preciado tesoro.
Miro hacia atrás, y sabiendo que aún falta bastante tiempo antes de que ellos vuelvan, sigo el sonido de su voz. Cuando llego junto a él me sorprendo por lo sucio que están sus manos —cubiertas por un par de guantes de jardinería negros—, y en sus pies hay un par de tenis de la marca de sus padres, también llenos de lodo.
—Por lo que veo la chica perfecta también tiene sus defectos.
En un principio no entiendo a qué se refiere Demián, hasta que él, al darse cuenta de mi confusión, señala mi cara.
—Ah, claro —acomodo mis lentes y sonrío cínicamente—, ahora se me dificulta menos ver el pedazo de idiota que eres.
El ruso aparta algunos mechones de cabello de su frente usando su antebrazo, entonces se gira completamente hacia mí. Aun encorvado sobre unas macetas y en un ambiente tan poco limpio como lo es un jardín en remodelación, Demián se ve digno de la portada de la revista Forbes.
—¿Qué buscas aquí?
—Paseando —contesto con simpleza.
—¿En mi jardín y sin permiso?
Ignoro su pregunta.
—¿Enserio vas a ignorarme? —no le respondo. Ni siquiera lo miro, solo me giro e intento escapar por donde vine—. ¿Sabes qué? Olvídalo —él dice a mis espaldas. Seguido de eso escucho a Blue aullar. Cuando me vuelvo sobre mí misma, me encuentro con el pelinegro regando sus recién plantadas petunias, y a Blue entre ellas, mojándose.
Camino hasta él, furiosa, e intento sacar a Blue de entre las flores, pero él ni se inmuta y también termina mojándome. Al instante me incorporo, y justo cuando voy a decirle hasta del mal que morirá, Demián hace una pregunta.
—¿Por qué estabas rondando por mi casa ese día?
No hay que ser adivinos para saber que habla del día del incendio.
—Venía a incendiar tu casa, pero esa chimenea mal instalada se me adelantó —respondo con tranquilidad. Evidentemente el pelinegro no me cree.