—¿Y esas ojeras? —es lo primero que pregunta Dalia al subirse a mi auto y verme.
Llevo un maquillaje bastante cargado, pero aun así se nota a kilómetros que tengo ojeras.
—Fui víctima de una noche loca.
—¿Enserio? —Dalia niega, riendo—. ¿Y en dónde fue?
—En mi cabeza.
Dalia vuelve a reír en alto mientras saca un bolso de maquillaje de su mochila.
Ojalá hubiera sido solo una noche loca por causa de alcohol, y no las mismas pesadillas de cuando empieza a acercarse el otoño.
—¿Y por qué no te las maquillaste? —pregunta Dalia mientras busca algo en el bolso de maquillaje, sacándome de mis pensamientos.
—Son muy profundas, por eso se notan tanto —digo mientras giro en una esquina.
El clima últimamente ha estado insoportable. Hay tanto calor que juraría que Satanás me está adelantando fuego del que me toca cuando vaya al infierno, así que aparte de haber perdido tanto sueño, el clima me hace sentirme aún más insoportable.
—Qué asco de calor —me quejo en voz alta, mientras busco mis gafas de sol en mi mochila. No me da tiempo, un auto detrás de mi empieza a pitarme.
—A lo mejor significa que lloverá pronto.
Si las lluvias vuelven...¿significa eso que él también volverá?
Ante mis pensamientos, únicamente frunzo el ceño, pero no digo nada más.
No tardamos en llegar a la universidad, así que tomo mi mochila, mis gafas de sol y mi botella de agua, pero cuando estoy a punto de salir completamente del auto, Dalia me detiene.
—Toma.
—¿Es una bebida energizante?
Ella asiente. —Tomé una pensando en mí porque a ti no te gusta tomarlas, pero ahora que te veo es obvio quien la necesita más.
Sonrío ampliamente, casi tanto como el gato con sombrero.
—Gracias, Ricitos. Eres la mejor —digo abrazándola.
Minutos más tarde, con ayuda de la bebida energizante de Dalia, me siento un poco más animada. Ahora sí, dispuesta a ponerme a salvo de este horroroso calor que hay aquí fuera, camino a paso rápido hasta el edificio donde imparten Introducción a la Lengua Española.
Ya que he llegado temprano y como no hay casi nadie en el aula, me siento hasta atrás. Mientras más miradas evite, mejor. Los minutos pasan y la puerta se cierra ya con el maestro dentro.
Después de ver por un rato los tristes intentos de una chica por recuperar "su asiento" al frente del aula contra un pelicastaño desgraciadamente bonito, bajo la vista a mi block de notas y empiezo a dibujar cosas triviales. Entre esas cosas hay unos labios misteriosamente parecidos a los de mi vecino el ruso.
La clase inicia, y Demián no aparece.
Continúo dibujado, ignorando la presentación de los demás los primeros minutos, pero al oír que sobre la presentación de los demás habrá preguntas que valdrán puntos, me obligo a prestar atención.
Increíblemente las exposiciones se hicieron cortas. Ahora es mi turno de presentar, ¿Mi problema? Ni rastro de Demián. Me pongo de pie y camino hacia el profesor para pedirle un chance, cuando un desalineado Demián entra por las puertas del aula, sin siquiera tocar.
—Joven Kozlov —el profesor se pone de pie y arregla su traje mientras habla con tono duro—. ¿Sería tan amable de decirme a mí, y al resto de la clase, la causa de su tardanza?
Ahora que lo pienso, creo que al maestro no le cae bien Demián. Más allá de decir que es un buen estudiante, siempre parece molestarle la simplicidad con que Demián se toma las cosas.
—Disculpe, maestro, pero me retrasé por una buena causa.
—¿Ah sí? ¿Y por qué no nos dice esa "buena causa", Kozlov?
—Me estaba vistiendo.
Un par de risas se escuchan de fondo.
—Discúlpelo, maestro —interrumpo su conversación—. Y tú cierra el pico, bufón. Ahora empecemos.
Demián asiente y me sigue hasta el frente de la clase.
—Al parecer no fui el único que tuvo mala noche —me murmura mientras conecta los cables necesarios para que se refleje la pantalla de su portátil en el proyector.
—¿Y lo dices porque...?
—Por tus ojeras. Parece que no pegaste ojo en toda la noche.
Inconscientemente toco mis ojeras.
—Solo terminemos de esto.
Demián termina de acomodar todo, toma el pequeño mando que cambiará las diapositivas a distancia y pone la presentación de nuestro trabajo. "La importancia de las tildes", dice en mayúsculas con un diseño extremadamente llamativo.
Por tu única neurona funcional, ¿Qué has hecho, Engendro?
· · ·
Tomo mi mochila y salgo de ahí volando —evidentemente no lo digo literalmente—. No quiero tener que ver su molesta cara hasta que los pensamientos asesinos que tengo en mente se disipen.
—Nos pusieron un diez, no sé de qué te quejas —dice Demián detrás de mí, que sin ninguna dificultad logra seguirme el paso a pesar de que voy casi trotando.
—¿¡Y lo único que me importa es que nos hayan puesto un diez!? —le grito mientras lo llevo a un rincón apartado.
—Bueno, si quieres te pongo en cuatro.
—¡Estoy hablando en serio! ¡Habíamos quedado en algo, Demián! ¡No me sabía ese tema!
—Pero lo hiciste bien.
Respiro un par de veces y lo suelto.
—Olvídalo.
Lo dejo detrás y corro a mi clase de Fisiolo... Fisi... Bueno, ya olvidé cómo se llama por el estrés al que fui sometida gracias al chistoso de Demián. Entro al aula y noto que casi no hay nadie. Es muy temprano.
Ignorando las miradas curiosas, me siento al final y saco mi cátedra y mi block donde dibujo. Tomo un par de lápices de colores y sigo dibujando cosas triviales, pero esta vez que estén a mi vista. Como los chicos de mi salón, por ejemplo.
Primero dibujo a una chica que hay al principio del salón maquillándose. Luego dibujo otra que se está leyendo el Marqués de Sade a plena luz del día, y sin importarle los que la ven raro. Sonrío mientras le doy realismo a su cabello castaño oscuro.