Un amor prohibido

22. Heridas reabiertas

Intento removerme en la cama por culpa de mi incomodidad, pero no lo logro. Abro los ojos y solo logro ver el techo blanco ocupando todo mi campo de visión. Frunzo el ceño. Mi techo no es blanco.

Siento las sábanas de poliéster rozar contra mis codos, también siento varias agujas clavadas en mis brazos, todo eso acompañado con un dolor que me hace casi agonizar en cuanto intento mover las piernas. Hago una mueca de dolor mientras, sin más remedio, me quedo mirando fijamente el techo.

¿Dónde estoy? 

Entonces es cuando lo recuerdo: Cara, el hombre, el auto chocándome...

Me siento de golpe, mareándome por el acto tan brusco y repentino y sintiendo que, mi pierna derecha se rompe en varios pedazos.

—A-ayuda... —balbuceo, intentando bajar de la cama.

Un grupo de enfermeros con uniformes blanco y azul, acompañados de un doctor de bata blanca, entran por la puerta y se aproximan hacia donde estoy. Lo más probable es que el aumento radical de mi actividad cardiaca los haya alertado.

Me arreglan las agujas para que no me duelan, me hacen preguntas y no dejan de observar mis signos vitales. Pero a mí no me interesa nada de lo que dicen, necesito ver a mi papá.

Intento bajarme de la camilla del hospital, pero no me lo permiten.

—Quiero ver a mi padre —pido con la voz seca.

—Sus padres están fuera, Señorita —me informa el doctor sin dejar de apuntar una pequeña luz en dirección a mis ojos—. Los podrá ver cuando terminemos. Pero si coopera, terminaremos más rápido.

Aunque no me gustan para nada los hospitales y el pánico que siento no es poco, me las arreglo para lograr controlarme.

Luego de un par de estudios más, y decirme que me sucede —me rompí la pierna con la que impactó directamente el auto—, me dieron la receta con los medicamentos y analgésicos que debo de tomar, y me dijeron cada cuánto tiempo debo hacerlo.

Luego de papeleos, minutos donde mis padres tuvieron que oír charlas estúpidamente extensas y sin sentido sobre cómo tratar a un paciente con una pierna rota, nos dejaron ir. 

Cuando ya estamos todos en el auto de mi padre y a metros del hospital, rompo el silencio que reina en el auto.

—L-lo vi —susurro.

—¿A quién? —me pregunta Nessa, distraída en su teléfono. Puedo ver los ojos de mi padre posarse en mi cada cierto tiempo a través del retrovisor que hay dentro del carro.

No hablo por un largo periodo de tiempo, intentando yo también procesarlo del todo, pero pronto comprendo que es demasiado para mí, incluso ahora que ya no soy una niña.

—A él. Al hombre que mató a Cara.

Nessa deja el teléfono de lado y se voltea a verme. En su rostro veo la incredulidad, el terror y el odio. Tantas emociones que me siento abrumada cuando intento mantenerle la mirada.

—¿Cómo que lo viste?

—Él estaba del otro lado de la calle, entonces corrí y...

—¿Él te vio? —me interrumpe Nessa.

—Si, digo, estaba viéndome cuando...

—¿Te persiguió?

—Bueno, n-no.

Mi padre mantiene su silencio desde que salimos del hospital mientras conduce lento por la cantidad de vehículos que hay en la calle. En cambio, Nessa no deja de mirarme con el ceño fruncido.

—¿Estás segura de que era él? —pregunta, sentándose correctamente en su asiento.

—Si.

—No creo que sea él —dictamina, restándole importancia—. Mejor olvida eso y ponte maquillaje. Esos doctores hicieron lo que quisieron y ahora tengo que verte la cara así.

Aparto el bulto de maquillaje que me extendió de un manotazo y la miro, airada.

—¿Por qué tú lo dices no es así? Era yo la que estaba ahí y puedo asegurarte de que lo vi. ¡Yo lo vi!

—Alucinaste.

—¿Aluciné? —grito con incredulidad—. ¿Qué te pasa? ¿Qué les pasa a los dos? ¿Ni siquiera porque soy su propia hija me creerían alguna vez en mi vida?

Puedo ver a mi padre mirando de reojo a Nessa por el retrovisor central del auto.

—Disculpa a tu madre, Enya. Solo está un poco tensa con el asunto. Ya sabes cómo se pone cuando recuerda eso.

Suelto una risa amarga mientras abro la puerta del coche. Ya hemos llegado a la casa.

—Claro que sé cómo se pone...

—Enya...

—Se pone así porque Cara era perfecta. Cara era su niña querida. Cara no soy yo y por eso me odias, ¿No? Hubieras preferido que el disparo me diera a mí y no a ella, ¿No es cierto?

—¡Enya!

Importándome una mierda tener una pierna enyesada, corro hacia la puerta de mi casa... Bueno, lo intento, las punzadas de dolor no me dejan avanzar mucho, pero aun así corro como puedo.

No quiero estar cerca de ellos. No aguantaría mucho más, no ahora.

—¿Enya? —levanto la cabeza en cuanto oigo la voz del pelinegro—. Oí que te había chocado un auto, así que...

Demián viene diciéndome algo, pero se me dificulta enormemente escucharlo del todo bien con todas las cosas que tengo en la cabeza y la prisa que tengo por huir. Por eso, cuando está lo suficientemente cerca de mí, lo abrazo con fuerza, aferrándome al pelinegro.

· · ·

Pov's Demián Kozlov.

... Y Enya me abraza.

Okey, esto es raro. ¿Cuándo se ha visto a Enya abrazándome? Nunca. Ni siquiera aquella vez que nos perdimos en un cementerio de noche a cortesía de Enya y su "brújula de exploradora".

—Demián, suéltala —me ordena el señor Rowan, quien se desmonta del auto y camina hacia mí. No está precisamente molesto, pero algo en el aire me indica bastante tensión—. Ahora tenemos unos asuntos que resolver y Enya no es estable.

Aunque no estoy seguro de que Enya quiera en verdad estar con sus padres, intento hacer que me suelte, pero no me deja apartarla.

—No me dejes —pide entre llantos.

—Enya, tienes que irte con tus padres —intento razonar con la pelirroja, pero no parece que vaya a funcionar.



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En el texto hay: amorprohibido, amorodio, pasadodoloroso

Editado: 11.05.2024

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