—Ahora comprendo por qué nuestras familias se odian. Somos como agua y aceite —digo en un murmullo.
Demián sonríe un poco mientras se reclina sobre la silla, estirándose.
—Tienes razón. Somos muy diferentes en cuanto de pensamiento se trata.
Un breve silencio se extiende por la habitación, el cual aprovecho para acomodar mi cabello, que tiene que verse horrible si tomamos en cuenta de que me desmayé, lloré a mares y lo usé de cortina y dormí con él suelto. Miro por su ventana mientras me tomo mi tiempo para desenredarme el cabello con los dedos, cuando a mi mente llegan los recuerdes de hace un par de horas, cuando salí corriendo y llorando hacia Demián.
—Lo siento por la escena de antes —murmuro, volteando a verlo—. Me sentí tan frustrada porque Nessa no quisiera creerme que creo que enloquecí.
—No te preocupes por eso —él responde. No parece ir a añadir algo más, cuando algo llama su atención—. Antes te referiste a tu madre como Nessa. Me imagino que no la debes considerar tu madre si siempre la llamas así.
—Ella dejó de ser mi madre hace tiempo, si es que alguna vez lo fue.
Intenté no sonar tan dolida, pero la lástima que percibo en la mirada de Demián me confirma que no funcionó. Ninguno de los dos intenta hacer que no muera la conversación, así que simplemente nos dedicamos a mirarnos. Yo más precisamente lo fascinantes que se ven sus ojos. Es como si brillaran. El azul eléctrico de sus ojos parece intensificarse cada vez más, hasta que de la nada, Demián corta el contacto visual y se pone de pie. Parece estar confundido.
—Iré abajo por cereal y leche.
Sin esperar mi respuesta, el chico sale de la habitación a pasos apresurados.
—No me dejes —murmuro cuando ya sé que está lejos.
La habitación se sume en un silencio extraño sin Demián. Me acurruco lo más que puedo, cubriéndome del exterior, temiendo que aquí también pueda aparecer. Buscando con que distraerme, empiezo a detallar las decoraciones de la habitación.
A diferencia de mi habitación, que tiene las cortinas del balcón abiertas para que entre luz y Blue pueda salir y entrar sin problemas, Demián mantiene sus cortinas cerradas —y como si no fuera suficiente, el cristal polarizado—. Y mientras en mis paredes hay portadas de revistas en las que aparezco, en las suyas hay discos, fotos con su familia y una guitarra eléctrica. Mis muebles se resumen a una cama, las mesas de noche, mi puf y mi escritorio, mientras él también tiene un estéreo de tamaño considerablemente grande.
Pronto, cuando ya no hay más nada que ver o un color qué adivinar, la habitación empieza a oscurecerse debido a la hora que es. Buscando como llamar la atención de Demián que sigue en el piso de abajo, abro una de sus gavetas en busca de algo que tirarle a la puerta para que me escuche, pero tan pronto como la abro, me arrepiento y la cierro.
Creo que no debí hacer eso... Aunque no hay razón para mal pensar nada. Esa caja negra puede ser cualquier cosa. Cierto, cualquier cosa...
La puerta se abre, provocando que vuelva a mi lugar inicial de golpe, fingiendo que no hacía nada, aunque por la ceja alzada de Demián y su mirada recelosa estoy segura de que no lo logré.
—¿Qué hacías?
Sonrío un poco, aparentando inocencia.
—Nada.
—Por qué no te creo.
Me acomodo en la cama correctamente cuando Demián se vuelve a colocar en su silla, con un plato hondo en sus manos. Lo miro fijamente, agradeciendo que haya vuelto, pero sin saber muy bien qué hacer. Podría dormir, pero sería raro que él me vea mientras duermo.
—¿Que tanto me miras? ¿Te gusto?
—¿Eh? No, no es eso.
Demián mete una cucharada de comida a su boca y mastica lentamente sin quitarme la mirada de encima. Cuando traga empieza a reírse solo.
Ya sabía yo que tenía cara de drogadicto.
—Abriste mis gavetas, ¿no es eso?
Niego. —No.
Demián no vuelve a tocar el tema. Continúa comiendo, ahora hojeando el álbum que anteriormente había tenido yo en las manos. Empieza a oscurecerse, y recordando que no traje mi teléfono, me acuerdo de Dalia.
—Demián, ¿me prestas tu teléfono?
—Hum, seguro. Pero la tarifa de hospedaje será mayor.
—Es enserio.
Sin soltar su plato o mirarme, Demián revisa sus bolsillos y me entrega el teléfono cuando lo encuentra. Enciendo la pantalla solo para encontrar mi cara en un ángulo poco favorecedor. Lo miro, esperando a que este mirándome para burlarse de mí, pero sigue mirando el álbum. No le tomo mucha importancia e intento desbloquear el teléfono. Sin contraseña.
Genial, cada día más despreocupado, Engendro.
Ignoro los cientos de notificaciones que tiene sin revisar y voy a teléfono y marco el número de Dalia. Al segundo tono responde.
—Hola, Dalia.
· · ·
Duré aproximadamente una hora hablando con Dalia. Le conté cómo me sentía —no todo, pues nunca he sido capaz de decir en alto lo que había pasado cuando yo tenía tres años— y lo que pensaba hacer de aquí en adelante. Renunciar al modelaje es la primera de muchas cosas que quiero hacer. A las nueve en punto Demián me hizo colgar y me aconsejó irme a dormir. Así que aquí estoy, una vez más en el día aferrada a Demián y negada a soltarlo.
—Algún día tendrás que irte —él dice, señalando hacia mi casa.
—No lo haré nunca.
—Enya —me llama.
—¿Mmm?
—Sé que no me vas a creer, pero tus padres se dirigen hacia acá.
Levanto la cabeza e intento mirar por la ventana de la habitación de Demián. No puedo verlos, pero él no parece estar mintiendo. Un minuto pasa, y a medida que lo hace, oigo los pasos más cerca de la puerta de la habitación.
—Esta aquí —oigo que Warrier habla afuera. Intercambia un par de palabras más con mis padres y luego entran.
Lo primero que veo en la cara de todos es incredulidad. Digo, de reírme sola cada vez que me acordaba de su casa en llamas a estar abrazados en una cama es un gran paso. Mi padre se aclara la garganta e ignorando que abrazo a "mi enemigo mortal", se acerca a mí con lentitud.