Horacio Méndez
Jamás había estado tan enamorado de una persona hasta que conoció a esa bella jovencita, Eluney Tizatl, hija de su compadre Hugo Tizatl en San Juan Chamula.
Desde que ella tenía diez años, quedó completamente maravillado y decidió esperar la oportunidad de cortejarla y expresar sus sentimientos con los padres para no causar sorpresa o indignación.
La familia Tizatl sufría muchísima escasez y él ya les había propuesto darle algunas cabras a cambio de la mano de tan hermosa preciosidad en cuanto creciera lo suficiente para tomarla como mujer y madre de sus hijos.
Horacio Méndez ya era todo un hombre hecho y derecho. Tenía treinta y cinco años y estaba soltero, porque su anterior esposa murió de un mal que ni los doctores supieron a qué se debió, sin dejarle ningún hijo como heredero de sus tierras.
Aunque estaba a escasos inviernos de cumplir cuarenta años, no perdía la esperanza de poder formar una familia con esa niña tan hermosa, la cual le obedecería totalmente sin protestar a todas sus exigencias.
Su lema era: entre más joven la hembra, mejor sumisión, satisfacción y descendencia.
Su compadre había aceptado el trato y, pese a que Eluney se negó rotundamente a demostrarle respeto y cariño cuando se enteró que se casaría con él, lo tranquilizaba saber que, si ella no respetaba la decisión, sería castigada como era debido.
Él era temido por muchos hombres por su temperamento fuerte y cabeza fría al acabar con quienes querían hacerle daño.
Hacía tan solo un año, fue nombrado el quinto al mando de la rebelión que venían planeando desde hacía tiempo, otorgándole más popularidad entre los habitantes de los Altos de Chiapas y no solo de su pueblo.
Lo que sentía por Eluney, su futura esposa, era amor puro, o al menos eso creía porque no paraba de pensar en esa chica y en una vida a su lado. Dentro de su corazón no había nadie más que ella. Y, si tenía que luchar contra mil hombres con tal de conseguir su amor, lo haría, ¿por qué no?
Morir por la persona que amabas era como obtener la victoria. Morir de pie y con la dignidad en alto.
No obstante, no podía siquiera pensar en la posibilidad de pelear por ella, ya que el acuerdo estaba hecho, pero sí ahuyentaría a cualquiera que se le acercara.
En la batalla, cuando llegó a la segunda oleada de ataque contra los militares y en el primer contacto con ellos, decapitó a dos de ellos de un ágil movimiento, sus cabezas cayeron al asfalto en un golpe sordo, horrorizando a todos los civiles, especialmente a los soldados.
Le sorprendió ver que eran solo niños jugando a ser héroes, o, mejor dicho, obligados por sus superiores.
Horacio había tenido un sobrino de la edad de ellos y fue asesinado por policías cuando intentaba regresar a su casa a través del monte. De solo recordarlo, le hirvió la sangre.
Alejó la lástima y se centró en derrotarlos. No había tiempo ni espacio para ponerse a pensar en el pasado.
En su mayoría, huían con muchísimo miedo al verlo correr detrás de ellos con su machete oxidado en la mano y manchado de sangre. Su compadre, que estaba próximo a ser su suegro, fue derribado al segundo que intentaba moler a golpes a un soldado por la espalda, pero el compañero de este le disparó directamente en el pecho, descargando todo el cartucho de manera violenta.
Murió antes de tocar el suelo.
¡Pobre Eluney! Ahora más que nada debía hacerla feliz y ser cuidadoso de no morir para casarse con ella y darle una vida de comodidades que merecía. Lleno de rabia, se dirigió hacia ambos soldados y le incrustó la punta del machete en la espalda a uno y al otro en la garganta. Chorros de sangre mancharon su rostro y ropa, pero no le importó. Eran huellas de victoria.
Se sacudió de encima el cadáver del muchacho y buscó a su siguiente víctima, gritando con euforia. Si ganaban esa guerra, le regresarían las parcelas que el maldito gobierno le había arrebatado por la fuerza a sus padres cuando él era niño, asesinándolos cruelmente y dejándolo a su suerte.
Horacio ni siquiera sabía cómo había podido sobrevivir a la edad de nueve años en completa soledad. Las enseñanzas de sus padres fueron las que lo ayudaron a seguir con vida después del asesinato a sangre fría.
Sin embargo, mientras se abría paso para el próximo imbécil, una bomba molotov casera se proyectó en un vehículo desde el lado contrario.
No habían sido sus compañeros, sino los propios soldados que lo habían lanzado.
La detonación hizo que hubiera fuertes ráfagas de explosión, empujándolo hacia atrás y aturdiéndolo. Por un momento, quedó abrumado, sus oídos emitieron un ruido agudo y sacudió la cabeza para contraatacar, ya que había quedado expuesto a sus enemigos.
Pero lo que lo dejó paralizado fue algo que jamás pensó que ocurriría.
Entornó los ojos cuando, en medio del humo y el fuego, su corazón, el amor de su vida, su Eluney, la niña de sus ojos, iba dirigiendo a un par de soldados hacia un lugar seguro.
¡Los estaba ayudando! ¡Se había puesto del lado de ellos! ¡Lo había traicionado, no solo a él, a todos! Sintió una opresión en el pecho que lo desarmó por completo. ¿Así sentía cuando te rompían el corazón? ¡Era devastador!
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Editado: 19.08.2024