Un Angel Llora

Capitulo Ocho

Las manos de Stefan se aferran a mi mano, como si la vida dependiese de ese agarre, como si mi vida dependiera de ello. Stefan se ha encargado de decirles a los demás que se retiren, aun no logro recordar del todo lo que ha sucedido en la últimas horas, o días, según Ann, llevo inconsciente unos cuatro días, uno por causa del trauma, y los otros tres por medicamentos y sedantes.

Stefan, ha lavado mis heridas, bueno las visibles por ejemplo la de los hombros y manos, Ann se ha encardado meticulosamente de lo demás.

Nunca pensé que luchar contra alguien doliese tanto, pienso y parpadeo más veces de lo necesario.

—¿Ya puedo levantarme?—Pregunto al ver a Stefan perdido en el hilo de sus pensamientos. Su semblante esta oscurecido, algo malo ha sucedido.

El niega.

—Nada, no sucede nada.—Su tono me indica que no debo seguir insistiendo, tampoco estoy en la mejor posición posible para ello.

Ann llega para aligerar el ambiente, tiene una cara dulce, un poco ojerosa, Pero sigue siendo mi Ann, la culpable de mis locuras y las que los cura con sus cuidados.

Al verme con los ojos abiertos deja caer las toallas y mantas que traía, comienza acorrer y se lanza sobre mí. Chillo el punzante dolor en mis costillas y espalda crece ¿tanto me ha dañado?

Ella se ríe, y siento una felicidad inmensa, su risa es música un poco aterciopelada, Stefan le lanza una mirada reprobatoria, ella se encoje de hombros y se levanta.

—¡Oh cariño! ¡Te extrañe muchísimo! ¡Lo siento mucho! —Su voz es emocional, dos tonos más alta de lo normal, niego y ruedo los ojos, ni en los peores momentos puedo enojarme con ella.

—Perdonada. —Digo, he intento acomodarme, esta posición es poco incómoda para mi adolorido y maltratado cuerpo.

Ella sonríe, y veo como las pequeñas gotas cristalinas salen de sus ojos, le hago un ademan para que se acerque, la abrazo, o eso intento. Y ella llora en mí.

Noto que Stefan se ha marchado ¿a dónde fue?

Nuestro momento emocional prosigue, ella llora y yo rio, aunque las lágrimas no se dejan esperar. Odio llorar, odio sentirme así, tan impotente, ingenua e insegura. Ella me cuenta como han ido las cosas y yo escucho, hago preguntas inocentes, ella me reprende ante la idea.

—Ann, lo he conocido.—Suelto, escondiendo mi cara entre mis manos, ahora en mi mente suelta la imagen de Grace, en la misma posición, tengo deseos de sacarlo de mi mente y hacerlo real, en este espacio, aquí  conmigo. Es un sentimiento egoísta, lo es y me siento culpable, no debería de sentirme así, no por él.

Los ángeles tenemos otra forma de enamorarnos, cuando lo hacemos, lo hacemos de verdad, y temo que haya caído bajo esas garras.

Cupido es como el cuervo, mi ave monstruosa favorita, es cruel, ruin e implacable a la hora de su juicio, pero tiene su lado bueno, claro que está bastante escondido por esa mata de plumas negras y grises.

Sus ojos azules se abren como platos, bueno eso es lo que me permite ver mis dedos entre abiertos.

—¡Como es!—Chilla saltando junto a la cama,, estamos en mi habitación. La ventana está abierta y la suave brisa entra por ella, el cabello rojizo se remueve creando siluetas de llamas, unas llamas que son imposibles de apagar.

—No te contare detalles, solo sé que por su aura que era de color azul claro, era bastante bondadosa y llena de paz, aunque al principio estaba gris, llena de dolor, desespero y melancolía. —Mi voz suena bastante suave, casi en un leve susurro, me asusto al recordar su aura, que ahora he detallado mucho más.

—¿Su aura cambio?

Asiento.

Ann se ve curiosa, muerde su labio y por un extraño, pero fenomenal milagro no toca más el tema, por ahora.

 

 

 

El humo llega hasta mis pulmones, me despierto, el olor es mucho más fuerte que antes. Ha pasado una semana desde que estoy en cama, una semana y media si se cuentas los días que estuve inconsciente.

El olor se incrementa hasta tal punto que siento que puedo llegar a quemarme, salgo de la cama, mis pies chocan y hacen crujir la madera del suelo.

El ruido ahora es extrañamente tranquilizador, mi corazón bombea rápido, como las alas al batirse rápidamente, inspiro y el olor quema mi garganta.

—¡Ann!—Grito, pero no hay nadie en casa.

Bajo las escaleras de un salto, ya estoy bastante bien, y las alas en este momento me ayudan mucho, las despliego volando por toda la casa en cuestión de segundos, de aquí no viene el fuego.

Viene de otra parte.

Estoy en pantalones de pijama y una franela, la noche estaba un poco calurosa, ahora veo el porqué. Mis alas están un poco dolidas aun, pero sirven y eso es lo que cuenta. Abro la puerta y salgo a inspeccionar.

Luego de unos cinco minutos volando, veo el porqué de todo, las llamas devoran la estatuas y todo lo que hay en su alrededor en La Ciudad de Oro, bajo y veo más detenidamente. Todo está destrozado.

Las llamas consumen restos de lo que alguna vez fueron ángeles, restos de comida, el oro que se quema, alas, plumas y un collar, aun no lo ha cercenado el fuego, guardo mis alas y me aproximo cuidadosamente.

—¿Una lagrima de oro?—digo al cogerlo antes de que las llamas lo consuman.

No está caliente, lo que me extraña. Alzo el vuelvo para buscar ayuda, el collar tiene una forma muy peculiar, es una lagrima de oro, que raramente no se quemó.

Lo coloco en mi cuello y busco ayuda.

—Stefan!—Grito cerca de su residencia.

No espero a que se digne a responder, me acerco y lo agarro, estaba en la puerta principal lo que me facilito las cosas, el me mira perplejo y algo confuso. Extiende sus alas y vuela a su lado.

—¡Todo se quema!—Gimo y siento esa punzada dolorosa en mi pecho, las lágrimas descienden por mi cara mientras que vuelo y guio a Stefan hacia el caos.

No llores, no llores. Me repito, pero es imposible, ya no tengo remedio, y es algo con lo que debo vivir.



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En el texto hay: fantasia, angeles, romance

Editado: 19.08.2021

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