Narra Kevin.
11 años.
Cuando Leah Rowling entró por la puerta de entrada, puedo jurar que una luz celestial la rodeaba. Era un ángel, hacía mi corazón palpitar y casi podía sentir que volaba.
Ese sin dudas sería el mejor cumpleaños de todos, y no solo lo decía porque mamá había hecho un pastel con forma de dinosaurio sino porque, por primera vez, tenía invitados.
Tuve que respirar profundo y repetirme a mí mismo que solo era una niña, la hermana de mi mejor amigo, que además era bastante odiosa, y que no debía estar nervioso por su presencia en mi casa. Todo estaría bien. Con ese pensamiento me acerqué a ellos luego de que mamá guindara sus abrigos en el perchero junto a la puerta, para darles la bienvenida.
— ¡Feliz cumpleaños, Kevin! —exclamó Mason, bastante alegre, mientras me abrazaba.
— Gracias, me alegra que estén aquí —miré a Leah, quien sostenía una bolsa de regalo en sus manos y miraba por la ventana.
Mason le dio un golpecito en el brazo y ella lo miró frunciendo el ceño. Tuvieron una especie de conversación telepática de hermanos antes de que Leah se girara para mirarme con una sonrisa forzada.
— Feliz cumpleaños, Kendall.
— Kevin —la corregí. Mason se pasó la mano por la cara, negando con pesar.
— Feliz cumpleaños, Kevin. Aquí tienes tu regalo, espero que te guste. Mi hermano y yo lo hicimos —me entregó la bolsa, y sonrió aún más. Daba miedo.
— G-Gracias.
— ¡Mira lo que hay! —me animó Mason.
Le hice caso. Abrí la bolsa y saqué lo que había en su interior: un reconocimiento hecho en cartulina, para "El mejor jugador de Scrabble".
— No es el regalo más costoso, pero mi hermana dejó a mi familia sin dinero después de comprar un bolso esta mañana.
Esta vez Mason recibió un manotazo en el brazo.
— No es solo un bolso, es el...
— Más bello de la temporada, sí, sí, como digas —la interrumpió su hermano, rodando los ojos—. En fin, ¿te gustó? —volvió a hablarme.
Asentí efusivamente. Me había encantado, lo colgaría en mi cuarto y allí estaría para siempre.
Mi madre nos llamó para comer de los aperitivos que ella había preparado, todo con la temática de los dinosaurios. Mason y yo conversábamos y comíamos a gusto, yo realmente me sentía bien. Pero la niña odiosa sentada junto a mi amigo no parecía estar pasándola bien, apenas y respondía monosílabos cuando Mason le hacía alguna pregunta para integrarla a la conversación.
Mientras los minutos pasaban la actitud de Leah comenzaba a hacerme sentir mal. ¿Por qué no le gustaba hablar conmigo? ¿Por le desagradaba tanto?
Había conocido a muchos niños como ella, Mason era el único hasta entonces que había querido ser mi amigo pero el resto... No importaba lo que yo hiciera, no les agradaba. Así pasaba con Leah, pero era diferente porque esta vez me hacía sentir mucho peor su rechazo.
No sabía por qué.
Cuando Mason fue al baño, aproveché para preguntarle:
— ¿Por qué no te agrado?
— Porque eres raro.
— Tú también eres rara.
— ¿Qué dices? —cuestionó ofendida.
— Que eres rara, ¿crees que es normal que una niña de diez años actúe como si tuviera dieciséis?
— Estoy por encima del resto, no como tú que aún te comes los mocos.
La forma en la que hablaba, su postura erguida, su vestimenta y cabello impecables... Definivamente era una niña muy elegante, pero pretenciosa.
Mason había dicho que ella no era tan desagradable como parecía, y yo lo creía, es más, lo sentía. Pero ella no daba el brazo a torcer.
— Sé que no soy como los niños populares con los que te juntas en la escuela pero... Pero estoy seguro de que podemos ser buenos amigos —le dije, mintiendo al decir que estaba seguro, mientras jugaba con mis manos. Me sentía nervioso.
— Preferiría perder este bolso —y lo levantó, casi pegándolo a mi cara— antes que ser tu amiga. Eres raro y feo, y además bastante bobo.
No pude decir más nada, sus palabras me habían robado la felicidad que ese día sentía. Ella tenía razón, ¿cómo podía refutarle?
Después esa conversación ya no pude sentirme bien el resto de la tarde. Pero intenté que no lo notaran. No volví a hablarle ni ese día, ni los siguientes.
No volví a hablarle a nadie.
Pasó una semana en la que me sentí muy triste. Llegué a pensar que Mason solo se juntaba conmigo por lástima y era algo que no podía soportar.
Mi mamá siempre me enseñó que yo no merecía malos tratos de los demás, que habían personas que no podían entender que yo era un gran chico, que no podía permitir que gente como... Leah, me hiciera sentir menos.
— ¿Aunque me parezca la niña más linda del mundo? —le pregunté una noche.
— Aunque te parezca la más hermosa del universo —me respondió.
Fue el día siguiente después de hablar con mamá que me encontré a Mason en el parque. Él estaba sentado en un banco, balancendo sus piernas, acariciando a un gato que estaba a su lado y que seguramente era callejero. Cuando estaba a punto de dar la vuelta para tomar otro camino escuché que me llamó.
— ¡Kevin! —corrió hasta donde yo estaba, sin darme tiempo de huir.
— Hola —saludé, desanimado.
— ¿Qué tienes? ¿Estás molesto conmigo? ¿Es porque llevé a Leah a tu cumpleaños? De verdad lo siento, creí que eso te alegraría, que podían ser amigos pero...
— No, está bien —lo interrumpí—. Pero tal vez deberían llevar a tu hermana a terapia.
— ¿Terapia? ¿Qué es eso? —se rascó la cabeza.
Me reí— Es un lugar al que va mi mamá, hay una doctora que cura la mente.
— ¿Eso es posible? —se sorprendió, luego soltó una carcajada— ¿Dices que Leah está loca?
— Pues... No es una niña normal —me encogí de hombros. Luego suspiré—. Aunque... Supongo que es normal que no quiera ser mi amiga, nadie quiere.
— ¿Y yo? ¡Yo soy tu amigo! ¡Y lo seré para siempre!
Sonreí. Tal vez me había equivocado, Mason no era igual al resto de los niños. Tal vez mi mamá tenía razón y yo no era un niño desagradable.
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Editado: 26.07.2020