Un Ángel Zombi

Capítulo II

 

Cuando se está apresado los detalles de la vida se empiezan a estimar inconmensurablemente. Desde la parte trasera de la patrulla y con las manos esposadas a sus espaldas, ya Andrew Gómez era un preso y por tal razón empezaba a estimar el poder entrar con libertad a ese restaurant en frente suyo. Sentarse a la barra, piropear a la camarera y pedir un agua mineral con hielo para hidratarse y refrescarse. Era una maldita sed que sentía en ese momento y aun estando el carro de la policía estacionado bajo la sombra de un arbusto, seguía sudando. Veía como los mediocres policías comían sendas hamburguesas y tomaban soda de unos gigantes vasos. Aquellos oficiales eran unos desconsiderados e infelices, al menos, por humanidad debían comprarle una botella de agua mineral, pero de seguro no lo harían, él era un delincuente y tal vez si él mismo fuese policía no tendría ninguna consideración con ningún criminal.

“Debí haber bebido agua antes de salir del motel, y también debí haber comido algo”, pensaba Andrew y continuaba meditando: “Nunca se sabe cuándo vas a volver a tomar agua y a comer, nunca se sabe”, recordó aquel robo en esa extraña y gótica mansión de Los Ángeles, cuando luego de hurtar un cuadro de Arturo Michelena, tuvo que esconderse en una alcantarilla dentro de la mansión por el espacio de catorce largas horas. También sentía sed como en aquel momento, no tanto realmente, pero tal vez pronto sentiría tanta sed como dentro de esa apestosa y húmeda alcantarilla.

Andrew Gómez era un sujeto delgado, y con sus 1,85 metros lucía más delgado de lo que era realmente, su tez era blanca y su cabello castaño claro, tenía ojos color negro y su mirada era de un aspecto melancólica, mirada contraria a su forma de ser ya que era muy astuto. En todos sus robos siempre tuvo éxito porque era un metódico planificador. Después de cansarse de robar, se dedicó exclusivamente al tráfico de mercancías antiquísimas y valiosas; y tal vez ese fue su error: dedicarse exclusivamente a la compra y venta, porque terminó relajándose, volviéndose lento y confiado.

—Esas hamburguesas siempre están de coñas—dijo McNamara al bajar las pequeñas escaleras de la entrada de La Parada del Lagarto.

—Y las cervezas son las más frías, casi se me congela el cerebro allá adentro—añadió Smithson quien venía caminando casi al lado de su compañero.

—Ves compañero, ahora si podemos ir a atender el llamado de la justicia—comentó McNamara y después chupó cerveza helada a través del pitillo del vaso.

—A lo mejor ya se dispersó esa manifestación.

—Sí, eso creo yo también. Por cierto, este viernes estaremos libres. Te voy a invitar a una barbacoa en mi casa. Habrá conejo también.

—Estupendo—dijo Smithson y dio también una chupada al pitillo de su fingida soda-cola.

Smithson había tenido la gentileza de traerle a Andrew Gómez una botellita de agua mineral y además le había comprado una pequeña barra de chocolate con trozos de maní y almendras, muy a disgusto de su compañero, quién le había dicho que no era necesario comprarle nada porque en la celda de la jefatura le darían agua y comida; pero a Smithson no le importó, aquel delincuente era un ser humano.

—Hola, princesa. Te ves hecho una mierda—comentó McNamara a Andrew al abrir la puerta delantera de la patrulla.

—Que ten den por el culo, cabrón—le contestó Andrew.

—Ves compañero, no debiste traerle esa mierda. Este hijo de puta no se merece nada—expresó McNamara.

Smithson no le importó el comentario de su compañero, tampoco le había importado el comentario irónico que le dirigió Andrew hace rato al pincharse la llanta. Igual abrió la puerta de atrás para ofrecerle agua a su apresado.

—Le van a dar el tetero a la marica—McNamara continuaba burlándose de Andrew.

Smithson colocó su vaso de Soda-Cola sobre el techo de la patrulla, destapó la botella de agua mineral, le puso un pitillo y le ofreció a Andrew quién no podía creer lo que hacía ese policía. Andrew, quién tenía las manos esposadas a sus espaldas, chupaba sin cesar agua del pitillo y al mismo tiempo empezaba a sentir alivio y frescura en todo su cuerpo. En un instante había absorbido 500 ml de agua.

—Gracias—expresó con sinceridad Andrew luego de beber.

—Descuida—contestó Smithson.

A los pocos segundos, luego que Andrew terminara de beber el agua, Smithson abrió la barra de chocolate y la ofreció de igual manera al criminal. El oficial dejó la barra en la boca de Andrew como si se tratase de un cigarro, después cerró la puerta trasera y se dirigió a su puesto en la patrulla para conducirla hasta el pueblo.



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En el texto hay: apocalipsis, mundo zombi, historias de zombies

Editado: 07.02.2019

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