Smithson y McNamara, por fuerzas mayores, tuvieron que abandonar el lugar de la alcabala. No pudieron en absoluto detener la avalancha de vehículos que huía del pueblo. Los otros oficiales abordaron su vehículo y se largaron del lugar también, y el cuerpo del desgraciado sargento Brown era una horripilante carne molida luego que empezaron a machacarlo centenares de llantas. Todo se había convertido en un: “sálvese quien pueda”.
Andrew se sentía horrorizado. Algo muy terrible estaba pasando en La Colmena, tan terrible que a la gente no le importó pasar por encima de un oficial con tal de huir; pero, ¿de qué huían? Andrew maldijo su situación, estaba esposado y encerrado en esa patrulla, de no haber sido capturado estaría ahora mismo en Orlando para tomar un jet privado con destino a Los Roques.
Mientras tanto, Smithson y McNamara iban directo a lo que parecía ser el foco de los extraños acontecimientos que se estaban desarrollando. La patrulla de la policía finalmente llegó a la avenida Central Wood e iban avanzando a muy baja velocidad. Aquello ya no era la bella y turística avenida Central Wood, era por el contrario un ambiente desolador, había algunos focos de incendios, carros estrellados contra arbustos o poster de electricidad, centros comerciales saqueados y patrullas de la policía abandonadas con sus puertas abiertas.
—Tío, esto no tiene buena pinta. Larguémonos de aquí—sugirió Andrew, pero los policías no le prestaron atención. — ¡Joder, tío! Que esto no tiene buena pinta—volvió a añadir.
La patrulla se había detenido, ya en la radio policial no se escuchaba nada. Entonces, como de la nada, venían corriendo hacia la patrulla un grupo de personas que tenían las ropas destrozadas y sucias, no eran más de ochos personas, entre ellos había dos oficiales de la policía que tenían partes de su uniforme desgarrado.
— ¡Que mierda les está pasando!—preguntó McNamara.
— ¡Smithson, pisa ese puto acelerador, tío! Es obvio que tenemos que largarnos—expresó Andrew—. Cualquier persona sabría qué hay que irse de esta mierda.
— ¡Cierra la puta boca, ladrón del demonio! ¡O juro que te meto un tiro!—exclamó McNamara.
Entonces, Smithson murmuró:
—Son zombis, son putos zombis. De eso está huyendo la gente.
El puñado de personas estaba muy cerca de la patrulla, corrían de una forma antinatural y Smithson no se quedaría para confirmar su teoría. Así que pisó el acelerador, pero a su derecha, dos espeluznantes personas con los ojos opacos en un color blanquecino, se habían agarrado del brazo de su compañero, lo arañaron y luego lo mordieron. McNamara vociferó a todo pulmón, ya que no solo lo mordieron sino que también le desgarraron un pedazo de carne.
Smithson únicamente mantenía pisado el acelerador, pero uno de los extraños humanos había conseguido meter una parte de su cuerpo en el vehículo. McNamara, a pesar de su desesperación y de su dolor, pudo sacar su pistola automática y luego la disparó en todo el cráneo de aquella bestial persona quien se desplomó hacia la calle, arrastrando con él a otro zombi.
— ¡Maldito, hijo de puta!—exclamó McNamara, observando la gravedad de su herida en el brazo derecho.
“Te lo dije, policía cabrón. Yo te lo dije”, pensó Andrew, quién en realidad quería gritarle aquellas palabras al oficial de color, pero también podría recibir un tiro. Por otra parte, Smithson iba sorteando obstáculos, pero dos personas se le atravesaron y él, por el reflejo de no arrollarlos, viró todo el volante hacia la derecha metiéndose contra un obstáculo en forma de rampla que hizo que la patrulla se voltease, quedando totalmente de techo sobre el piso. Los tripulantes quedaron aturdidos debido al volcamiento, pero quién quedó en peor estado había sido Andrew quien había perdido el conocimiento. Los oficiales, haciendo un gran esfuerzo para volver en si, trataron de salir del vehículo pero fueron rápidamente rodeados por un grupo de ciudadanos salvajes. Smithson no podía sacar su pistola con su mano derecha, fue allí que se dio cuenta que su brazo izquierdo estaba fracturado, le dolía mil demonios y si no fuese por los zombis que trataban de devorarlo ya se habría desmayado a causa del dolor. McNamara estaba en una posición muy incómoda, y su arma la había perdido por alguna parte.