Debido al susto provocado por la llegada de las ratas, Andrew no pudo dormirse. Las ratas estaban allí royendo los restos putrefactos de los policías. Cuando una persona se queda dormida, lo primero que muerden son las extremidades descubiertas. Él al menos tenía sus zapatos, pero quedaban sus manos, y también pensó en la posibilidad que arrancaran pedazos de su rostro. “No me van a comer, no lo harán”, pensó y luego grito:
— ¡Me oyen bien!, no me comerán, ¡no me comerán, malditas!
Ratas, zombis, moscas, larvas, gases putrefactos, un calor del demonio, más una posición que maltrataba las articulaciones del cuerpo de Andrew, hizo que él empezara a hablar en voz alta, ya no sabía si estaba pensando o hablando en voz alta. Decía cosas sin sentido. Les hablaba a las ratas, a los zombis y en especial al oficial Smithson.
—Amigo Smithson, me alegro de que estés bien. Lamento lo de tu compañero. Pero seamos sinceros, el muy hijo de puta se lo merecía.
Andrew veía con claridad al oficial Smithson, estaba a su lado. Le brindaba ánimos y le contaba más que una experiencia de peligro que tuvo como policía, también le contó que estuvo en la invasión a Irak en el primer contingente que envió Bush hijo. Andrew se perdía en sus historias, las disfrutaba. Smithson hablaba con mucha claridad. El oficial estaba allí, con él. Smithson le contó que cuando la cosa se puso realmente fea en Irak, ya a él le habían dado la baja médica por una herida en el glúteo, le mencionó que era la herida del millón de dólares y que no le impidió para nada entrar al cuerpo de policía. Su padre y su abuelo fueron policías, así que él siguió el llamado de su sangre.
—Verás, yo robo por placer, por la adrenalina—dijo Andrew cuando Smithson le preguntó por qué había decidido ser ladrón—y no soy de esos tíos que fueron maltratados en sus hogares. Yo tuve buenos padres y tuve una infancia feliz. Además, yo robo a los ricos, esos cabrones viven bien. ¿Smithson, no te molesta el chillidos de esas malditas ratas?—le preguntó al oficial quien le respondió que no le molestaban en absoluto, pero si le incomodan los lamentos de los zombis. —Bueno, a mí no me importa los podridos, siempre y cuando no los tenga encima.
La conversación se fue prolongando, otros temas salieron a flote. Entonces empezó a amanecer y Andrew abría los ojos. No supo si se había quedado dormido un instante o si solo había pestañado. No hacía tanto calor. Vio a su alrededor, y allí estaban los zombis, implacables, no mostraban señal de que estuviesen cansados. El olor a putrefacción era el doble más fuerte que el día anterior. Sus ojos le ardían debido a los gases, así que pestañaba con frecuencia. Volteó a su izquierda y no estaban las ratas. Era extraño, él las había sentido llegar en la noche y ahora no estaban. Recordó que estuvo en vela toda la noche hablando con el oficial Smithson, lo recordaba con nitidez, pero ahora no estaba. Empezó a dudar si uno de los restos de esos cadáveres era de Smithson. “Estoy alucinando, joder que lo estoy”, ¿pensaba o hablaba?, ya no había diferencia.
Cuando se hicieron las nueve de la mañana el calor ya era sofocante y no solamente tenía sed, se sentía seco, su garganta estaba seca, casi no sentía su saliva y también tenía mucha hambre.
—Hoy llegan los soldados y me van a rescatar. Claro, estoy jodido. Porque me tendrán como criminal y me meterán a una celda. Pero no me importa, me darán agua, comida y una colchoneta para dormir, cualquier cosa es mejor que estar así—dijo Andrew.
Le dolían las articulaciones, sus rodillas, su espalda, en especial las muñecas, pero le dolían menos que ayer.
Andrew había empezado a ponerle nombres a los zombis.
—Tú fuiste médico, te llamaré Doc—le dijo a un zombi que tenía una bata blanca—, y tú fuiste enfermera, eres la señorita Miller. Hey, Doc, seguro te follabas a la señorita Miller en tu consultorio, vamos, dime la verdad, tío. Okey, okey, no haré más mención de ello, tú esposa te puede descubrir. Ah, y tú, tú eras abogado, eres el señor Andrade, vaya que tienes cara de abogado, seguro que cobrabas muy caro a tus clientes, puedes ser mi abogado si lo deseas, mira que necesito un buen abogado que me saque de este embrollo.
Así Andrew fue colocando nombres a los zombis, hablaba con ellos y bromeaba. A la mujer que se había tragado las llaves de las esposas, le puso por nombre: Susana.
—Hey, tía—se dirigió a Susana que no dejaba de verlo—. Tienes pinta de que te clavabas las cosas en el supermercado, lo sé, tú cara me lo dice. Claro, yo no tengo moral para decirte nada, yo me he clavado muchas cosas durante casi toda mi vida. ¿Pero unas llaves, que ganas con clavarte unas llaves y luego comértelas?, seguro pescarás una indigestión.